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POESÍA/ junio-septiembre 2016 / No. 62-63

 
Fotografía en sepia


Axel Velasco



La infancia es el patio trasero donde nuestra imaginación edifica las mentiras más elementales. Un lugar inverificable, una isla de luz artificial creada desde las tinieblas del presente. El sitio que construimos con el único afán de afirmar que algo, durante este insomnio, fue verdaderamente nuestro.

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¿Y si, en efecto, el lenguaje es sólo un ensamble de frases eficaces, de términos burdos o sofisticados, hechos tan sólo para repetir a ciegas nuestros propios nombres, con la monotonía de un eco que desciende en espirales hasta el sótano de nuestras vidas… con los ojos mordidos por la oscuridad que nos circunda y que por todos lados nos rebasa?

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Qué tipo de señales pueden inquietarnos entonces, si  tu voz es solamente un túnel de espejismos y verdades a medias: dichas con la suficiente sutileza como para convencernos de que no hay nada más allá, afuera, que no sea nuestra propia imagen; esta sonrisa diluida sobre el frágil pulso de un electrocardiograma, en un hospital cualquiera.

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Entonces, cómo vamos a explicarles que valió la pena… Con qué cara vamos a mostrarles la verdadera faz de este desierto: quiero decir, el mundo real, no el iridiscente sueño que otrora nos transportara, sino esta calle vacía  donde se finge o se enferma.

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Cómo vamos a confesarles, pues, que cuando no hubo nada más, tuvimos que aferrarnos a ellos como la única tabla de salvación a nuestro alcance.
Cómo vamos a mirarlos a los ojos, a decirles, serenos y satisfechos: “Hijo, este es tu reino, estas ruinas que ves, este nido de alacranes”.


 

­Axel Velasco (Ciudad de México, 1985). Es narrador y poeta. En 2012 ganó el primer premio del concurso de la revista Punto de partida en la categoría de cuento.