CUENTO / julio-septiembre 2020 / No. 87-88
Brasileña
Conforme aumentaban los días de reclusión por la pandemia, su desesperanza crecía y poco a poco descuidaba su apariencia. Una mañana, el marido descubrió que no se había depilado las axilas ni el sexo.
—¿Por qué no te has rasurado? ¡Te ves horrorosa! Ya sabes que me gustas con la moda brasileña, y sin pelos en el sobaco.
—¡Ay, amor! Cómo están las cosas, ni tiempo he tenido.
—¡Pues si no estás yendo a trabajar! Ya ni yo, que me pusieron a hacer home office. ¡Hijos de la chingada!
—Pero si me la paso todo el día limpiando la casa y atendiéndote a ti y a los niños.
—Si pudiera, me hago pendejo y ni me muevo, pero mi jefe está todos los días con que los pendientes, que el informe. ¡Pinche barbero!
—Tú siquiera tienes trabajo. A nosotros nos mandaron a la casa sin un quinto, y eso que es una cadena internacional.
—Tú porque te dejaste. Pero no me cambies la plática, ¿por qué no te has arreglado como cuando vas a tu trabajo?
—Porque no tengo tiempo y me siento mal. ¡No tengo trabajo, entiéndeme!
—¡Y todavía me levantas la voz! Si no te rasuras allá abajo, si no te arreglas para mí, ahora que me tienes todo el día, ¿para quién lo hacías cuando ibas a la cafetería?
—¡Para nadie! Tenía que ir arreglada porque atiendo clientes; es parte de las condiciones del trabajo.
—¿Dónde está escrito eso?
—En ningún lado. Te lo dicen y, si no obedeces, te corren con cualquier pretexto.
—¡Pues a mí no me vas a ver la cara de pendejo ni me vas a hacer menos! ¡Ahorita mismo te me arreglas!
—¡Ya basta! —gritó con la voz debilitada por el llanto—. ¡Estoy cansada y me siento muy mal!
—A ver, ¿con quién andas en el trabajo? —le gritó el marido, levantándose con dificultad de la cama.
—¡Que con nadie! ¡Es más, ya ni tengo trabajo!
Cuando los gritos llegaron a otras casas, algunas vecinas pidieron a sus esposos que fueran a ver qué estaba pasando. Pero unos no alcanzaron a escuchar bien y prefirieron quedarse sentados. Otro sí percibió completa la discusión y levantó la cabeza para superar la visera de su gorra y ver a su mujer que, en pijama, le exigía con la mirada que hiciera algo. De pronto oyó la marcha del Jetta del vecino y un choque de láminas justo afuera de su casa. Salió de prisa y vio al vecino con los pants manchados de sangre que desatoraba las fascias de dos autos.
—¡Óyeme, cabrón! ¡Mira lo que le hiciste a mi coche!
Pero el conductor del Jetta no se quedó a discutir con él. Se subió a su auto y lo arrancó con una velocidad excesiva para la pequeña privada.
—¿Qué pasó? —le preguntó su esposa.
—¡El vecino le pegó al carro!
José Luis León Gómez (Ecatepec, Estado de México, 1963). Es ingeniero en Computación por la UNAM, maestro en Administración y estudia un doctorado. Ha publicado el libro de cuentos Poliedro (Editorial Alebrijez, 2016), ha aparecido en varias antologías de la misma editorial y en la revista la revuelt@. En 1998 fue premiado en los Concursos de Cuento Relámpago de la Asociación Nacional de Escritores de México.