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POESÍA / septiembre 2008 / No. 11
Dos poemas


Víctor Cabrera


                                                                                       
A los tocayos
 
 

Una noche en La Ópera

Entre la V cerveza y la 11ª
el mundo se diluye, va perdiendo consistencia.

Todo es simple y al mismo tiempo complicado,
como si miraras a través del agujero
que, según cuentan algunos, Pancho Villa
abrió en el cielorraso de un plomazo
para darle así al local
(aburguesado y caro ya de entonces)
su aura de tugurio legendario.

A la fecha muchas cosas han cambiado:

Encima de la barra, en la pantalla,
parpadea el aburrido Atlante-Pumas
que exhibe la miseria del sábado en la noche.

―Lo que le falta al partido es ofensiva
―masculla un diputado con licencia
que cambió su curul por una mesa un poco más discreta
después de ser
exhibido ―en cadena nacional―
recibiendo ya fuere algún soborno ya
los bucales elogios ―entiéndase mamadas―
de algún muchacho Ganímedes de oficio.

En tanto, el cronista deportivo
se desgañita narrando hazañas que sólo ven sus ojos.
En vano, pues quién podría escucharlo
entre el trajín de copas y de platos
que amablemente prodigan los meseros
donde el aire es de por sí
un caliente consomé de risotadas.

―Lo que al partido le falta es delantera
―necea el ex tribuno sobándose los huevos.

De veras que las cosas han cambiado:

El salterio ―un clásico del lounge
repite sin cesar el loop de una rolita porfiriana.

―¡Pero qué re’ chulo es todo, viejo!
―le susurra a su ¿marido? la doñita con aires de piruja.

Todo es a un tiempo sencillo y complicado
(¡¿Ya lo dije?!):

¡Pos’ que traigan las otras, qué chingados!

Ya llegará el momento de alzar la voz para injuriarnos
en defensa del verso más jediondo
de nuestro peor poema (este mismo, por ejemplo)
o de escupir alguna mierda digna destos sagrados alimentos
―el maître nos ha recomendado el huachinango en salsita de cilantro.

Si no nos traen pronto la cuenta
en un par de horas más asistiremos
a la absoluta abolición de todo posible referente
―incluidos nuestros nombres, por supuesto―

Ya sólo faltaría
que me pusiera yo a chillar mientras me acuerdo
de aquel oscuro rinconcito de
La suave patria.




Un día a las carreras

Como el oscuro equino
que a pesar del corre y corre
ignora que ha perdido esta carrera,

me esfuerzo, echo los bofes,
me canso, me fatigo y me extenúo

…y siempre llego tarde.

Cabalgo, troto, voy y vengo:
hago mi lucha.
Pero miro pasar a mis costados
caballos más veloces,
jamelgos tocados por la gracia
o la ambición ―vaya a saberse.

Entonces me espoleo, me fustigo,
me prometo a mí mismo la corona
de este derby:

¡Arre, cabrón!, tú puedes, venga, vamos:

me digo esas frases lamentables
que se lee en los manuales de autoayuda,

y para darle a la escena intensidad
me doy de azotes.

Pero el mío es el suave latigazo
del fuete de papel de la indulgencia.

Por más que me persigo no me alcanzo,
y no apuesto por mí
porque en una de ésas gano.

 


Víctor Cabrera (Arriaga, Chiapas, 1973) es autor del libro de fábulas y ficciones breves Episodios célebres (Instituto Mexiquense de Cultura, 2006), de la plaquette Diez sonetos (edición de autor, 2004) y del poemario Signos de traslado (Juan Pablos / Leer y Escribir, 2007). Ha colaborado en distintas publicaciones periódicas como Luvina, Alforja, Revista de la Universidad de México y Punto de partida. Fue becario, en el rubro de poesía, del programa Jóvenes Creadores, del Fonca, durante el periodo 2006-2007.