LA FRUSTRACIÓN está sentada
escribiendo un poema.
No le salen las palabras.
Se levanta
y busca una oración debajo de los muebles:
la frustración se me acerca,
me pide una frase
luego escucha la radio y yo la sigo de cerca.
La frustración escucha.
Vuelve a sentarse,
escribe una pregunta
y sale de su casa en busca de respuestas.
A VECES uno está
lleno de días
y ya no hay manera de acomodarlos
entre tanto cascajo.
Le hablamos
a las piedritas que gatean
para sonreir
como guijarros.
Estas piedrillas
del tiempo
estos días
desperdigados
tienen en común unas manos
que los toman a puños
y los avientan
hacia la tarde
esperando el diluvio.
NO SE pasean los árboles.
Ésa es su injusta hermosura
arraigada a la familia de las piedras.
Los árboles,
así como los mártires,
se mantienen firmes
a su cántico también de piedras,
incluso si su hogar es un cadalso
y el jardinero su verdugo.
LAS FLORES no conocen el miedo
miran al incendio de frente
sin asustarse por su calurosa redondez.
Las flores son temerarias
y brotan con libertad
donde les da la gana.
Nadie odiaría que una rosa,
digamos,
creciera en medio del comedor
o a mitad de un sueño.
En cambio su prima,
la hierba,
nunca ha podido dar la cara;
vive ermitaña entre las rocas
y siempre tendrá que cederle
—a una flor—
su lugar en el autobús.
SI PUDIÉRAMOS
tú y yo
imitar la postura de la noche,
sus lámparas apagadas
en abrazo perpetuo.
La noche
y su muralla para forasteros
donde aísla el tiempo su profundidad y su tamaño.
Seríamos ese caballo que es la noche
dentro y fuera de sí.
Pero la daga de la mañana atraviesa
la daga del despertar.
Tú y yo
seguimos en la noche.
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