En la calle, cuando la novia gritó “Ya me casé”, algunos aplaudieron y otros exclamaron, “¡felicidades!”. “Ahora es una bendición hallar con quién casarse”, dijo una mujer madura.
En el coche, seguía el guión que sus captores le habían dado. “Ya me casé”, volvió a gritar. “Con enjundia, hija de la chingada”, ordenó el novio. Ella respiró profundamente y gritó con inaudita fuerza “Ya me cazó”. La ráfaga, entonces, atravesó el cuerpo. Después de siete meses de cautiverio, el viento volvió a despeinar el cabello de Maya. Esa noche, la sangre fue el color de su libertad.
