La plaza se fue quedando vacía. Las palomas volaban de un edificio a otro, de un árbol a otro, de un cable a otro. En Guadalajara no había tantas, pensó. El suelo, las jardineras, las bancas, toda la plaza estaba llena de excremento de paloma.
Sentado en una banca, encendió otro cigarrillo y miró el reloj, era la una y media. Recordó haber visto un puesto de hot dogs a unas cuadras de la plaza. Terminó su cigarro y lo fue a buscar. Al no encontrarlo, se fue zigzagueando por las calles aledañas a la catedral buscando algún puesto de comida. Todo estaba desierto, todo excepto los cables de luz, que estaban repletos de palomas. Cada que alzaba la vista, las veía y pensaba, en Guadalajara no había tantas. No encontró nada. Sólo estaban él y ellas.
Decidió regresar a la casa de asistencia. Sacó otro cigarrillo y la cajetilla quedó vacía. Alzó la vista. Se dio cuenta de que no eran palomas, eran otra cosa. Les arrojó la cajetilla, pero no llegó hasta el cable. Se llenó de ira. Buscó una piedra y la lanzó. Las aves volaron espantadas. El cable quedó vacío.