Vino a morir el tiempo en este instante,
muy cansado.
Se petrifica el árbol
que acaricia implorante la ventana.
El aire se detiene
empujando, expandiendo la vida,
como un globo que estallara.
En la calle,
las grietas, los baches
(comedores de almas)
ya ni siquiera se erosionan.
A medio grito un niño se atraganta,
petrifica su canto
como se petrifican las balas que viajaban
hacia el rostro de alguien,
suspendidas a centímetros
de lo inevitable.
Afuera ni el dinero tiene movimiento.
Un perro, en un salto,
se come su ladrido.
Un carro atropellado por su fuerza
se queda a punto de ahogar la ropa
de una señora que camina hacia el mercado,
al provocar una ola en un charco pantanoso,
que recuerda a la olla podrida de Cervantes.
El año se queda detenido.
Parece que el reloj mató sus baterías.
Todo sugiere,
todo aparenta
como una pintura
dinámicamente, a pesar de la muerte
del tiempo;
incluso mi oreja
que la muerte acaricia.
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