Los pesimistas me dijeron que amar era sufrir; ¿por qué no los escuché? Debí pensar en la angustia, en la oscuridad, en la caída, en el llanto, en la desesperanza, en este silencio que me está doliendo tanto. Por eso contaré mi historia. No sé si me reconfortará que alguien pueda oírme y le ayude lo que voy a relatar, de hecho no hay nada que mitigue mi dolor. Pero necesito hablarlo para convencerme de que aún sigo aquí, aunque nadie me escuche... Aunque nadie me vea.

Conocí a Laura en la cafetería de la universidad. Ella era una chica muy guapa, tenía un aire de languidez, de eterna tristeza, de enfermedad, de esa belleza que tiene lo frágil; en ella había un misterio que me atraía de manera irremediable. Un día en que estaba sentada de forma muy extraña al borde del barandal del segundo piso de la escuela, me saludó y aproveché para acercarme a la suicida.

—Cuidado, no te vayas a caer, porque después sería muy difícil limpiar toda la sangre— le dije torpemente. Eso no me hizo gracia ni a mí, y ella apenas sonrió. Intenté hacerle conversación, pero me contestaba con monosílabos, sin ningún interés. Fue cuando pensé dejarla en paz y llegué a la conclusión de que no tenía nada que hacer ante su indiferencia.

—Bueno, mejor me voy— le dije con tono de resignación.

Creo que ella interpretó mi renuncia, se volteó y me miró de forma diferente, su actitud cambió y empezó a hablar. Me contó su vida, lo que le gustaba y lo que no, todo se iluminó. Esa escuela, que tenía un tono lúgubre, me pareció el lugar más feliz de la tierra, el edificio más hermoso que la mano del hombre jamás construyó. Seguimos platicando: vibrábamos al mismo ritmo, nos completábamos las frases, reíamos con naturalidad. Ese día ella me propuso que nos fuéramos juntos, ese fue el inicio de nuestra relación.

aunque_nadie_me_vea_2_-_krayker.jpgMe sentía tan bien con ella, a pesar de que un día me contó que vivía con su papá, quien era muy celoso, y que su madre había muerto el mismo día de su nacimiento. Conocí mucho de ella y le conté también toda mi vida. Antes de Laura estaba viviendo en un mundo lleno de hastío, sólo pude sobrevivir gracias a las aspirinas de entretenimiento y consumismo que me recetaba cada semana. Sin embargo, llegó otra vez el tiempo de la distancia. Laura me empezó a tratar con reservas, no sabía qué hacer. Me pregunté por qué me acerqué a ella y tomé conciencia de que ella fue la que me habló primero, para después rechazarme y  volverme a aceptar; en ese juego estaba metido sin remedio. Vinieron días de lluvia y ella dejó de ir a la escuela; yo no sabía que esa lluvia era un mal presagio, un caer de agua en mi vida que terminaría hundiéndome inexorablemente. Pasaron tres semanas sin verla y la fui a buscar a su casa; conseguí la dirección con un amigo; llegué a un callejón cuyo nombre me impresionó: Callejón del Trancazo. Me sentí en la entrada del infierno de Dante. Era una zona muy marginada, dolía la realidad, creo que la vida te golpeaba por el simple hecho de estar allí, así justifiqué el nombre del lugar. Llegué al portal de su casa. Era una vivienda que contrastaba con lo humilde de la zona; era grande, de dos pisos, y tras la reja se veía un pequeño jardín. Me armé de valor y toqué ella  abrió.

—¿Por qué no habías venido? Te esperaba desde hace mucho— dijo ella, sin sorpresa, como hablándose. No supe qué decirle, por lo que solté la frase en la que venía pensando durante todo el trayecto.

—¿Por qué no has ido a la escuela?— dije sin convicción, sin sorpresa.

—¿A cuál escuela?— me contestó sarcásticamente, invitándome a pasar.

Platicamos un poco, tomamos cerveza y ella me condujo a su habitación. Hicimos el amor, lo construimos a partir de cada uno y nos fundimos en nosotros, en ese ser doble que no tiene nada pero lo posee todo.

A partir de ese día sólo pensaba en ella. Pasó el tiempo y en una ocasión, al salir de mi última clase, fuimos a un súper en donde ella robó varios artículos metiéndolos en su ropa y de paso en la mía. Ahora que lo recuerdo, aún puedo sentir el vértigo de la huida. Me volví adicto al peligro junto a ella, a través del riesgo aprendí  que podía hacer más de lo que creía. Ya no podía dormir, veía mi cuarto a oscuras acostado en la cama. Me sentía tan reconfortado en la oscuridad; tan vivo, tan esclavo, tan dueño de mis actos; como si multitudes de personas hicieran cosas contradictorias que se concretaran en mí.

Al otro día me sentía diferente, como en la frontera del antes y el después, como esperando algo, presintiendo.... Otra vez esa sensación, esa pequeña angustia..... Laura me la confirmó dándome un sobre manila cerrado.

—No lo abras, confío en que no lo harás porque es muy importante para mí, yo te diré el momento y  la persona a la que se lo tienes que dar —dijo ella con determinación.

Lo acepté y lo guardé en mi mochila, no quise romper el momento. Asumí que ese instante era de un cristal muy frágil. Ese día me dediqué a admirarme con ella, como en un cuadro hermoso, ideal. Anhelé que alguien nos tomara una foto. Me contemplaba con ella en el reflejo de los aparadores. Llegué a casa y pensé en el sobre que me había dado, tenía mucha curiosidad. Se me ocurrieron mil cosas, lo cierto es que la duda me quemaba. Intenté mirar su contenido a través de la luz del foco pero no pude ver nada; se lo conté a un amigo y me dijo que lo tenía que abrir, que no me confiara. Me animé a hacerlo con mucho cuidado para poder cerrarlo sin que Laura se diera cuenta. Al abrirlo, encontré una hoja de color morado con letras en plata, ella o alguien había escrito algo parecido a un poema:

El beso del ave  negra, / el más dulce y el más amargo. / El abrazo que siempre has esperado, / ese que mitigará tu dolor, / el que te librará de tu cárcel de piel, / te conducirá a la muerte, / sin martirio y sin pena.

Esas palabras me estremecieron, tampoco pude dormir esa noche. Contemplé la oscuridad de mi cuarto con otra sensación más terrible, más dura; pensé que si le decía algo a Laura se daría cuenta de que abrí el sobre y si no le decía nada me quedaría con la duda del significado de ese poema y del destinatario.

Al siguiente día salí con ella; estaba tan contento que olvidé el poema hasta que ella empezó a decirme cosas que me lo recordaron, cosas relacionadas en cierta forma con él  y con el hecho de haber abierto el sobre.

—¿Será cierto aquello de que la curiosidad mató al gato? —dijo ella, con una mirada siniestra que jamás le había visto— ¿Crees que la muerte puede ser la única forma de mitigar el dolor de la vida?

Me puse en guardia, no supe qué decirle.

—Pienso que alguien que por naturaleza es curioso de seguro terminará mal y no merece que se le tenga confianza —me dijo atravesándome con sus ojos penetrantes.

En ese momento lo confesé todo, se puso furiosa y me insultó, me miraba con un desprecio tal que parecía que me odiaba, que siempre me había odiado aún antes de conocerme. Se fue corriendo, no intenté alcanzarla. Ya entrada la noche abrí el sobre otra vez, para mi sorpresa el poema había cambiado y decía:

Quien traiciona, / quien se traiciona, / merece el fuego, el infierno, / la pena, / la peor de las muertes, / el odio, la pena, / mil veces la pena...

aunque_nadie_me_vea_1_-_fishmonk.jpgTiré el papel al suelo, lo volví a tomar y comprobé que era cierto lo que había leído. Me faltaba el aire, mi respiración era complicada, mi boca estaba seca, mi pecho era un tambor sin freno. Lo primero que se me ocurrió fue marcarle, pero no contestó pensé en ir a buscarla, pero era muy tarde. Pasaron los días. Caí en una fuerte depresión, dejé la escuela, mis ojeras eran enormes, no podía levantarme de la cama. Al llegar la mañana sentía una gran carga sobre mi cuerpo; me pesaban los párpados, no deseaba hablar; pero cuando lo tenía que hacer, arrastraba la frase como si cada oración saliera de mi boca con gran esfuerzo. Todo el día no hacía más que ver programas malos en la televisión, acostado en la cama, comiendo compulsivamente. Era un ciclo que comenzaba con el autodesprecio y terminaba con la autocompasión. También estallaba en cólera, cada vez que pensaba en Laura me sentía más encolerizado porque todo amor está envuelto en la ambivalencia del amor-odio.  Un día rompí la promesa que me había hecho de nunca volver a leer el poema. Quería ver si había cambiado, tal vez me diría algo de ella, dónde estaba o si pensaba en mí, o por lo menos si se reía de mí... Abrí el sobre con mucha seguridad pero el poema no había cambiado. Me sentí tan desilusionado, tan solo.

Un día decidí escribirle algo en la misma hoja de su poema:

Ayer me sentí puerta abierta, / ventana de par en par. / Por eso también soy casa, / esperándote entre mis paredes, / bajo mi techo, / con todo dispuesto  para tu llegada.

En la noche, se produjo la bendita magia: el poema de Laura por fin cambió.

Celebración de mezcal, / lujuria del pensamiento, / noche fatal para el insensato, / para el que desdeñó el amor de mujer de mil formas, / para el ciego,  / que no adivinó su salvación.

Entonces tuve la confirmación de mi cita. En el radio, una mañana, el locutor hablaba de la feria del mezcal en Oaxaca; no dudé, tomé una pequeña mochila y me fui para allá.

Era de noche y había mucha gente en la calle. Pensé que aunque Laura estuviera allí no la vería, pero volví a poner en mi corazón sus alcances, comprendí que ella me llevó allí, por lo tanto ella me encontraría; me relajé, tome un vasito de mezcal y me puse a esperarla sentado en una banca, pasaron dos, tres horas, y nada; hasta que por fin allí estaba ella, caminando entre la gente, sonriente. Se puso junto a mí y me besó, tocó mi pelo y lo meció entre sus manos, secó mi frente y mis ojos esa falsa Magdalena, yo la abrazaba con todas mis fuerzas.

—No te vayas, por favor no te vayas— le susurré al oído.

Ella me miró otra vez dulcemente y me dijo casi sin mover sus labios, casi con el pensamiento:

—Lo siento, tú eres el que tiene que partir.

Cerró mis ojos llenos de lágrimas con sus manos. Así los mantuve resignado, todo se oscureció, por primera vez en mucho tiempo me sentí en paz, y de pronto dejé de escuchar la música, la gente; dejé de sentirla, estiré los brazos para tocarla, pero era inútil; intenté abrir los ojos y no pude; ya no sentía mi cuerpo, ya era puro espíritu que hasta hoy sigue en la más absoluta oscuridad y sólo me dedico a escribir poemas que me dicta el capricho de la que tanto amé, para desgraciados que, como yo, se encontraron con ella en su camino.



Ilustaciones:
Krayker. www.sxc.hu
Fishmonk. www.sxc.hu



Rogelio Sánchez Martínez (Ciudad de México, 1971). Psicólogo de profesión con especialidad en educación, ha escrito algunos guiones de teatro representados en la ciudad de León Guanajuato.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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