Va mi ensayo en prenda
y bajo por él

 


Todos usamos palabras que no aparecen en el diccionario, pero a mí me pasa que busco una que no conozco. Explicar cómo surge esta inquietud desborda lo académico.



Mi exposición no busca ser provocadora, sólo clara y veraz. La cosa está así: la última vez que estuve con mi novia, mientras nos besábamos en el carro, ella se pasó al asiento de atrás. Todas las ventanas estaban empañadas, se puso de rodillas en el asiento y jugaba escribiendo en el medallón, ofreciéndose. Al ver aquello también me pasé para atrás. Otras personas sólo actuarían, pero yo no, necesito hablar en los momentos emocionantes; sin embargo, después de desabrocharle el pantalón y bajárselo a los muslos, me quedé atorado. Yo quería maquiavélicamente decirle “ahora te voy a bajar los calzones”, mas, de repente, en un instante, calzones se me hizo un término bastante inadecuado para la ricura y cachondez de mi novia. ¿Podía referirme con la misma palabra a la prenda que usa ella para resguardar esas partes tan suaves y delicadas de su cuerpo, y a lo que usa una persona sucia y descuidada?, ¿emplear la misma para lo que usamos los hombres? A mí me pareció que no, y por lo mismo me quedé en “ahora voy a bajarte...”. Mi pausa la extrañó, me quedé paralizado, pensando, con sus pantalones en la mano. Recargué mi espalda en la puerta y sólo atiné un “mmm”. Aquello “le puso un hielito a la jugada”, como dicen en el futbol.

Después de dejarla en su casa, llegué triste a la mía por la forma en que quedaron las cosas. Mientras manejaba iba pensando en la manera de decirle eso que quería decirle, y me puse a analizar más detenidamente el problema. Algunos dirán: “¿cómo es que no pasó antes?”, pero así es esto de los descubrimientos: similar a cuando estamos haciendo algo y de repente otra idea se nos atraviesa, no importa que tengamos unas nalguitas enfrente, uno sólo atina a pensar “¿qué iba yo a hacer?”. Sólo cené unas quesadillas, no podía perder tiempo, tenía un continente que invadir y me faltaba un grito de guerra.

Sé que existen varias palabras, cada una adecuada a un estilo, a un corte o diseño: pantaleta, panty, calzón, bikini, tanga, braga; pero ninguna me parece adecuada. Quisiera poder preguntarle a especialistas, lexicógrafos, lingüistas o filólogos si se han topado con esta inquietud. No creo que sea necesario especificar mis reparos a cada uno de los sinónimos enlistados arriba, a mí me parece que su bastedad resalta, pero si tuviera que decir algo breve, pantaleta me parece una palabra que usan señoras, y éste es un problema que todo el mundo ha experimentado; necesitamos sentirnos cómodos con el lenguaje, que se ajuste, como un guante, a nuestras ideas y sentimientos; además suena despectivo y me remite al nombre Pantaleón, y si bien nunca he conocido a nadie con ese nombre, los personajes en las películas llamados así son en general simplones; panty es sólo un hipocorístico; calzón me remite a lasitud, a resortes aguados; además, como dije, un calzón lo usa todo mundo, y no, es preciso hacer una distinción entre masculino y femenino, entre requisito y adorno (y Horkheimer), entre uniforme y recreo; bikini, en primera, se ocupa también para el traje de baño, y en segunda, suena alejado de aquello que nombra, además de raro y escuálido, todo lo contrario de lo que hallo en mi novia; tanga suena a un ritmo al que no bailaría nunca, igualmente me remite a una fritanga; a bragas le falta un carácter eufónico, anhelante, acariciador. Si parece que exagero, ¿por qué existen palabras como cristalino, universo, mano, luna, océano, ave, soledad, tan adecuadas a aquello que refieren?

Quizás debería conformarme con lo que hay, pero me digo que aunque es difícil saber cuándo surgieron palabras como saudade, sehnsucht, uncanny, u otras más cercanas, envidia, deseo, alguien debió pronunciarlas primero, y cuando lo hizo todos los demás se quedaron de “órale, sí, eso es lo que yo quería decir”, y lo admiraron; entonces, hace mucho tiempo, un cavernícola dijo a las cavernícolas “siento deseo por ti”, y ellas le respondieron “qué bonito hablas” y, saz, se dejaban dar un garrotazo y prestaban; después llegaba otro y le daba otra forma: “te deseo” y entonces la cavernícola pensaba “nunca me habían hablado así” y, saz, prestaba.

Hace falta una palabra adecuada para aquello que hace participar tantos de nuestros sentidos, la vista, el tacto, el olfato y, para algunos clavados como yo, el gusto incluso; que al pronunciarla la saboreemos, que nos moje el oído, que nuestra mirada se pierda y nuestro puño se cierre. Yo no sé para los demás, pero así como hay diferentes designaciones para las nubes, así como los esquimales llaman de distinta manera a todas las variedades de blanco que perciben, así debería haber un nombre para esa prenda que es un atavío, un preludio. Lencería se aplica a un conjunto y está cargada de un sentido comercial, no participa de una naturaleza ritual, un ritual con tantas variedades: lento, rápido, violento, cariñoso, espontáneo, planeado, ineludible, asqueroso, perjudicial, benéfico, etcétera.

En la definición hallo un poco más de precisión, por ejemplo, cuando se usa la palabra prenda: “cosa mueble que se sujeta especialmente a la seguridad o cumplimiento de una obligación”, “cosa que se da o hace en señal de algo, prueba o demostración de algo”, “cosa no material que sirve de seguridad y firmeza para un objeto”. La idea de que es algo con lo que se sujetará al cumplimiento de otra cosa me parece muy cierto, si llegamos a tocar su tela, a brincarnos su elástico (ahora que lo recuerdo, así se llama a un juego de niñas, ¿iremos brincando de un elástico a otro? Como sea, siempre ha sido divertido), a sentir su textura con nuestras mejillas, ¿quién duda de que haya compromiso? El que se le aplique la indeterminación del sustantivo cosa podría indicarnos que el problema es intuido, aunque apenas está tratando de ser resuelto o traído a la luz. ¿Por qué se la llama prenda interior?, ¿por qué se ha dividido de determinada manera al cuerpo con telas?

No es sólo una cuestión de designación, no sabemos de qué nos separa este hueco, pues las palabras son puentes que nos llevan entre las ideas, de piedra vamos a Pedro, a corazón de piedra, a piedras en el riñón; al faltarnos, ésta no nos permite que la utilicemos como en un eclipse de palabras, es decir, ocultarse detrás de otra para que ésta adquiera un aspecto nuevo, como el sol con la luna. No sabemos cómo podría servir la prenda interior a la psicología.

Debería incluso haber un término para cada una de sus partes, no se puede llamar igual a lo que abraza las caderas que aquello que se mete entre las nalgas –cuando sea el caso–, saber esto verdaderamente sería descubrir el hilo negro. Y ya que profundizamos en el tema, ¿cómo nombraríamos sus actitudes?, por ejemplo, para esa capacidad que tiene de enrollarse en sus piernas, a veces las mujeres se hacen ciertos cortes de cabello y entonces se les acomoda de manera inexplicable en verdad, pues desafían la orden imperiosa de la gravedad de caer rectos, todo lo contrario, hacen curvas alrededor de su rostro formando un marco; ese tipo de cosas son como un maquillaje más maravilloso y más bello que la naturalidad crea, lo mismo pasa con la capacidad de dicha prenda de enrollarse cuando va bajando.

El nombre aún está escondido, ¿quién logrará meter la mano para sacarlo? De una cosa estoy seguro, nombres tan toscos, tan imprecisos como los usados, no pueden ser, ¿lo encontrará un lexicógrafo poniendo el oído contra la pared y escuchando cómo su vecina juguetonamente la llama?, ¿el lenguaje popular vendrá a nuestro rescate como siempre?, ¿habrán pensado algo las manos de los sastres?, ¿es trabajo para los poetas? Aquí hay que tomar precauciones, aunque entreveo algo, sé que no se parece a una de esas cosas que dicen los poetas, estos quizás terminarían escamoteando el problema diciendo algo sin sentido, sustituyendo la palabra buscada por alguna otra como alma y dirían “quiero bajarte el alma”, o “que la niebla se deshaga en tu cuerpo”, y eso no es lo que yo quiero, lo que yo busco es una palabra para llamar a lo que esconde a mi novia, a eso que la separa de mí, pronunciar el conjuro para desaparecerlo, porque esa prenda participa de una doble naturaleza, es una bienvenida y a la vez lo que separa a la mujer del mundo, de todo el mundo, y no me refiero sólo a personas, todas las cosas la acechan, quisieran entrar, acariciarla, olerla, mirarla –y mirar es querer penetrar en eso que se mira–. Sé que cuando ella camina, el roce del pantalón o de la falda no es más que un diálogo lujurioso de la tela con su piel.

Recurrir a otros idiomas no me parece una opción. Los franceses, tan supuestamente sensuales, tienen algo tan torpe como culotte, lo que honestamente suena mejor con el diminutivo del español.

El problema existe también para el llamado sostén, pero dejo esa interrogante para alguien más, yo tengo mi objeto de estudio delimitado.

 

 


Ilustraciones:

Hanna Zabielska, www.freeimages.com
francesca antichi, www.freeimages.com
Daniel Nedelcu, www.freeimages.com

 


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Ernesto Juárez Rechy (Xalapa, Veracruz, 1979). Estudió Lengua y Literatura Españolas en la Universidad Veracruzana. Participa regularmente en la sección cultural de La Jornada Veracruz y actualmente colabora en la obra interdisciplinar de danza contemporánea Las promesas del abismo. Mantiene el blog clavelesentusalgas.blogspot.mx

 

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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