Carbón


Seguro que ahora duermes, a lo mejor sueñas. Qué bueno, síntoma de que no has muerto. Así hoy, antes de comenzar el insomnio, te mantengo en mi mente. No sé bien qué hagas durante el día ni qué te siga provocando, pero no pensaba en regalarte un diamante, porque son caros, fríos, brillosos, secos, sosos, no me gustan; tampoco más de cuarenta poemas porque ya no hacen mella en ti; ni siquiera un manojo de flores porque se marchitan a los tres días; prefiero darte con mis manos un trozo de carbón incandescente, rojo, encendido, vivo, para iluminarte en la oscuridad.  ¿Lo quieres?




¡Tracking for down!
(One)


Todo el tiempo he caminado sobre una línea, directo al fracaso. Es más fácil esnifarlas que mantener el paso, respirar y de vez en cuando levantar la cara para escupir odio con dignidad. Nunca he tenido brillo en los ojos, desde niño me encargué de que así fuera. Contaba del uno al diez, sumaba, restaba. Enumeraba mis frustraciones. Por ese entonces ni soñar con televisión a color, atari o computadoras. Me entretenía mirando por debajo de la puerta las peleas entre pandillas, el morbo era más fuerte que mis miedos, me batía de lodo y polvo; no me gustaba, pero lo hacía. Evitaba la ventana por cuestiones de seguridad, según mi madre, los proyectiles podrían lastimarnos. Los vidrios estallaban en pedazos y no era prudente que, aun detrás de la cortina, los pandilleros reconocieran nuestros rostros. Cerraba los puños, me provocaba heridas en los dedos, era común que alrededor de mis uñas hubiera sangre. Me comía los pellejos de puro coraje. De desesperación, no de miedo; coraje y desesperación.

Por alguna razón gubernamental, la colonia donde vivo está en permanente destrucción. Aquí pertenezco, pues nací entre trascabos, zanjas, banquetas destrozadas, calles a medio pavimentar, pobreza, mendicidad. Es mi barrio aunque me pese, no puedo negar la cruz de mi parroquia.

cuentos_4_-_zemj.jpgDe niño detestaba las drogas. A cada rato me tiraba sobre el piso para ver a mis vecinos inyectarse. Sacaban una grabadora de doble caset y le daban toda la tarde al punk: cero Estado, anarquía, libertad. No entendía, no quería hacerlo. A pesar de que por lo menos dos veces al día iba a la tienda por encargos de mi madre, nunca me dijeron nada. Caminaba lento, los escudriñaba con la mirada, trataba de intimidarlos, no quería que se drogaran enfrente de mi hermana de siete años. Me horrorizaba pensar que algún día ella iría a la tienda y no regresaría a salvo.

Era muy común que después de cada fiesta se desataran los plomazos. De a tiro por viaje se liaban a golpes o a navajazo limpio. A pesar de esto, la colonia destelló por los sonideros que trabajaban con mucha enjundia. Mientras iba por las tortillas, miraba cómo colgaban sus diablitos en los postes de luz, alzaban tremendas lonas con estacas, tubos y mecates. De los tráileres descargaban las bocinotas que hacían retumbar con ahínco todas las ventanas de la calle. Cuando ya estaba listo, el micrófono balbuceaba algunas palabras dándole la bienvenida a las diferentes pandillas del barrio. Todos bailaban, todos con armas bailaban, todos con armas, con solventes bailaban, se odiaban, sólo faltaba un pretexto.

cuentos_2_-_sachyn.jpgCasi como atracción turística, al día siguiente solíamos visitar la silueta marcada con cal por los agentes periciales, a veces no distinguíamos en que forma había quedado el cuerpo. El charco de sangre nos daba una idea del arma homicida, si era mucha, puñal; si poca, revólver. Ya después vendrían las aclaraciones en la nota roja.

 


Ilustraciones:
Zemj. www.sxc.hu
Sachyn. www.sxc.hu

 


 

Israel Chávez Reséndiz (México, 1982). Egresado de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Trabajos suyos pueden encontrarse en el blog www.elsobacodemihermana.blogspot.com, mismo que es administrado por el autor. 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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