Raúl caminaba por la calle Sonora, a la orilla del parque España, intentando despejarse. Estaba solo, desorientado, perdido. Apenas había cumplido veinticinco y ya sentía que la vida se le venía encima. Ni siquiera la grisura del día se comparaba con lo opaco de su malestar. Así como los árboles enturbiaban la ya nublada tarde, sus pensamientos lo ensombrecían, lo apesadumbraban. El viento lo arañaba con sus gélidas garras. Como si no hubiera tenido suficientes malas noticias, se dio cuenta de que la lluvia iniciaba: las gotas frías le caían encima; el canto de las aves huía a buscar refugio bajo el techo de alguna casa. Todo y nada de esto le importaba para seguir su camino.

El viento le golpeaba la cara e introducía fragmentos de hojarasca en los ojos, interrumpiendo el hilo de su pensamiento. Las solapas de su traje se sacudían y la helada ráfaga se colaba hacia su espalda. Más que el daño que le produjera el frío, lo que le preocupaba era que la fuerza del viento lo alzara por los aires. “No me preocupa salir volando, sino dónde iré a parar”, pensaba, “hay cosas más importantes”. Enseguida, su mente se ponía otra vez en marcha y volvían las preguntas, los reclamos y las dudas. Su vista, borrosa, y su mente, aún menos clara, lo dirigieron a una de las bancas del parque.

El azar lo condujo a la más alejada: una banca escondida por arbustos y árboles. Aunque casi toda la gente se había ido, no era el único que buscaba refugio. Tomó asiento al lado de una joven que ya estaba allí; no se dio cuenta de su lozana apariencia ni de su abrigo que le quedaba grande ni de sus vidriosos ojos color marrón que habrían acallado su conciencia de haberlos mirado. Apenas la vio, de soslayo. Sólo le daba vueltas a esa única idea que lo acosaba. “No puede ser… el silencio me convierte en cómplice”.

Dieron las seis de la tarde; el cielo ya era negro, el viento casi hielo. Se levantó. Puesto de pie, una mano le sujetó el antebrazo. Antes de volverse, sintió algo pesado colgar de su muñeca. “Olvidó su paraguas”, escuchó decir a una mujer. Cuando se dio la vuelta, la banca en la que se había sentado ya no tenía ocupantes. Fue entonces que Raúl comprendió qué era el vacío y cómo se sentía. Se estremeció y se detuvo en seco. Tomó el paraguas y lo observó: era pequeño, estaba envuelto en una tela delgada, con una cinta de velcro rodeándolo. Era rojo, pero no un rojo ferroso sino cálido. Se dio la vuelta y miró hacia los distintos puntos de donde podría haber provenido aquella voz. Nada. Se había ido.

Aunque el paraguas no era suyo quiso conservarlo. Apenas había dejado atrás los árboles del parque cuando unas gotas impasibles lo empaparon. Él seguía reprochándose su inacción y su irresponsabilidad por no tener las agallas de levantarse y luchar. Parecía que con la edad era más consciente del miedo, que éste se le arraigaba más, se volvía más suyo. Derrotado, despegó la cinta mecánicamente y empujó las rejillas del paraguas hacia arriba. En su interior escuchaba palabras que resonaron como un eco: “Tienes que hacer algo, Raúl; si no gritas, nadie te va a escuchar”.

Sus manos sujetaban el mango y los pliegues ocultaban su cuerpo. La lluvia se hizo más densa a medida que avanzaba; las gotas no tenían piedad en su dureza. Aunque no tenía prisa por irse, emprendió el paso. La lona del paraguas retumbaba con los golpes del agua. Él temblaba. El ruido exterior le permitió concentrarse sólo en eso: segundos, relámpagos, lluvia.

Así, Raúl anduvo sobre las calles desiertas hacia el norte, parsimoniosamente, sosteniendo el rojo en sus manos.

Del otro lado de la ciudad seguía siendo jueves, pero el ruido no provenía del cielo, sino de miles de voces que, desde el suelo, exigían justicia y buscaban paz. Hombres y mujeres debajo del agua torrencial cantaban, lloraban y ofrecían su corazón. Todos juntos hablaban por Raúl, se defendían por Raúl, eran Raúl.

A ellos los ocultó el rojo ferroso, el rojo violento.

 

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Ilustraciones:
oshin beveridge, www.freeimages.com
fabrizio turco, www.freeimages.com
 

Carolina Ulloa (Ciudad de México, 1995). Actualmente es estudiante de Lengua y Literaturas Modernas Inglesas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Escribe cuento y poesía. Ha participado en diversos talleres de creación literaria desde 2010.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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