Youth
Dirección: Paolo Sorrentino
(Italia, 2015)


 



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Dos artistas veteranos comparten vacaciones en un hotel transalpino para determinar el rumbo de sus carreras: el cineasta Mick Boyle (Harvey Keitel) y su séquito indie de guionistas ensayan posibles diálogos finales para comenzar a rodar un “testamento” fílmico; el compositor Fred Ballinger (Micahel Caine) debe resolver si interrumpe su retiro para conducir un concierto ante la reina de Inglaterra. Mientras los colegas atestiguan el divorcio de sus respectivos hijos, Lena (Rachel Weisz) y Julian (Ed Stoppard), estudian a otros bañistas de edades diferentes y emprenden una amistad con un joven actor, Jimmy Tree (Paul Dano), que también escudriña a los otros para preparar su próximo papel. Las búsquedas de los personajes están acompañadas de una sensación de trascendencia que culmina con una fuga musical no exenta de sentimentalismo.

Hay un momento en Juventud en el que el compositor retirado y el actor joven viven una revelación similar. Los dos desprecian la banalidad, pero sus biografías están domesticadas por el clamor popular de sus obras presuntamente más intrascendentes. Fred Ballinger hizo fama con un fraseo melódico elemental. Jimmy Tree sumó aficionados por un personaje de blockbuster para el que debió ocultar la cara. Trivialidades al paralelo, viejo y joven jamás imaginarían que un niño diría que la canción simple es muy bella o que una niña recordaría al histrión por una película poco conocida. Trivialidades al paralelo que separan al viejo y al joven de un tercer artista: Mick Boyle, un cineasta veterano, amigo de vida del conductor orquestal, que prepara su última película, pero que nunca tuvo un diálogo revelador como el de sus colegas. Nunca tuvo palabras que significaran reencontrar la voluntad para ser y hacer.

Las revelaciones infantiles podrían parecer meras anécdotas de no ser porque armonizan con el esquema de contrastes visuales de Juventud. Esta minucia de argumento no sólo distingue la condición emocional del trío artístico con mentalidad Guy Debord ("—¿Es una prostituta? / Peor; es una estrella de pop"). Replica todos los motivos en contrapunto: la corporalidad juvenil con la senil; la fugacidad de un balneario con la perennidad del paisaje; la banalidad del espectáculo con la profundidad el arte; la visión ordinaria y la visión deforme; las miradas objetivas frente a las fugas hacia imaginarios subjetivos u oníricos. Sólo un paralelismo une a Ballinger y a Tree para revelar que el más reciente filme de Paolo Sorrentino (Nápoles) no muestra el proceso del envejecimiento, sino el redescubrimiento de la juventud como una idea (el otro paralelismo no menos relevante está en los brazos gráciles de una joven que practica un videojuego de baile como si fuera el compositor dirigiendo una orquesta).


Juventud no es una película sobre la vejez. Sus imágenes no muestran la decadencia de Fred y Mick. Sus achaques prostáticos son gags patéticos; sus lamentaciones nostálgicas son indicios de un afán tragicómico de trascendencia; son meros acompañamientos verosímiles para hacernos mirar otro asunto muy diferente: el de la voluntad de hacer y de seguir; la voluntad para aprovechar la facultad de la juventud cuando se trata de dejar de tener miedo. Fred es apatía; Mick, energía. Viejos y ya; viejos como el Maradona artificioso que arrastra su barriga de sapo con resoplos. Viejos corporales, sí; y a ratos también viejos que no quieren ser ni la idea de juventud ("Nunca me gustó la vida suficientemente"). Y, a pesar de ello, viejos que aspiran a emanciparse no de la apatía, sino de los catalizadores de su agobio.

youth-01.jpg Fred, Mick y Maradona. Trío de viejos en contrapunto con el trío juvenil encarnado por Jimmy, Lena y una joven masajista. Por eso el equipo de Sorrentino brinda un relieve mínimo a sus personajes. Más que imitaciones de vida, estamos antes seis motivos que desatan un desborde plástico que objetiva los anhelos y las decepciones presentes en cualquier etapa de vida. Un desborde formal que convierte el balneario en una dinámica de cámaras y en un pretexto para explorar temas eminentemente fílmicos como el cuerpo, el silencio, el sonido, la fantasía, la percpeción, el cine y el paisaje (y que incluyen el muy emotivo plano, aunque falto de pericia cinemática, donde el realizador fracasa como músico del paisaje en el sentido propuesto por Sergei M. Eisenstein al obviar el sonido de las campanitas de vacas que pastan, y al colocar praderas y montañas casi como meras postales).


El espíritu de collage del filme, que aparecería ante nuestros ojos si mezcláramos sus distintos tipos de composiciones en un único encuadre revelador de la hibridación de géneros y estilos (como la aparición hipnótica de las criaturas femeninas creadas por Mick), evidencia un espíritu lírico, de nuevo cercano al cine de Federico Fellini (dicen los críticos que es un homenaje a Ocho y medio), que da continuidad formal al proyecto de La gran belleza (2013) sin lograr el balance de aquella. La traza emocional de la rítmica y de la plástica del montaje, que están allí para conmover directamente y para hacer de la imagen una expresión lúdica en sí misma, explican el por qué de un argumento mínimo y una narrativa fragmentada en viñetas anecdóticas donde importa más el valor semántico y plástico de sus seres que cualquier profundidad dramática. En Juventud, la forma es el drama.

Viejos y jóvenes en dialécticas clarísimas que recuerdan la escena didáctica e ingenua que recurre al binocular de un mirador como una analogía del futuro cual extrema proximidad y del pasado cual extrema lejanía. Este contraste sentimentalista, como el violincito de tres notas que justifica la métrica, tiene forma de un diálogo que se niega a definir la juventud como una etapa verificable o como una condición corporal. La juventud aparece como una idea: la voluntad de ser y de hacer. La juventud es la impresión de máxima libertad. No es la salud corporal, ni el estereotipo del cuerpo vigoroso, o del perfecto cuerpo de Miss Universo que atraviesa literalmente la piscina como monumentalidad. La juventud es la pérdida de la apatía; la pérdida del miedo; el deseo de mirar a futuro. Es el arrojo necesario para desear hacer. Es voluntad para desafiar incluso a los temores propios (mentales y emocionales) porque pueden emanciparnos como sucedió a Lena cuando decidió mirar desde el cielo.

Padre e hija sumidos en la inmovilidad de pérdidas afectivas. Cineasta y actor obsesionados con sus presuntas piezas maestras. Exatleta y masajista embebidos en visiones virtuales o imaginarias donde encuentran sus verdaderas identidades (en pasado y en futuro). Con sus tonos de ilusión desilusión, con sus metáforas de nostalgia y de emancipación, cada uno de esos personajes son emanaciones que expresan la forma juvenil y la forma senil de un mismo estado de ánimo más allá de que solamente algunos de ellos volverán a hallar la motivación necesaria para ser y hacer en adelante. Porque todos ellos, de alguna manera, no buscan ser jóvenes otra vez. Anhelan vivir la idea de juventud como voluntad liberadora y repleta de futuro. 

 

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Rodrigo Martínez. Es maestro en Ciencias de la Comunicación. Ha publicado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho, La revista, y en espacios culturales de los periódicos El Financiero y El Universal. Es profesor de asignatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNAM) y colaborador de la revista F.I.L.M.E (www.filmemagazine.mx).

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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