Yo alego que es nieve, pero Mariano dice que es aguanieve. Y el aguanieve, agrega, se quita prontísimo. No es como la nieve que dura sus varias semanas. Verás que con el sol de las doce no quedará nada. En la tarde el paisaje será gris y no blanco, y en la noche hará mucho frío y nada más. Ya verás. Si acaso mañana estará mojado. Me apuesta y le apuesto porque ninguno de los dos sabe perder. Un beso: él me besa si pierde y yo lo beso si gano. En la ventana está tía Claudia viéndonos atenta. Viste un abrigo grueso y pardo como si estuviera en Michigan soportando un duro invierno. Tío aparece a su lado y le pregunta qué están haciendo ese par de cabrones en el aguanieve. Cosas de niños, responde tía que lo abraza y le jala los bigotes con cierto cariño. Lo vemos y oímos todo. Pasamos cerca de ellos y sonreímos con cara de que no hemos apostado nada. Tío nos grita: abusados. El piso es resbaloso y Mariano me toma de la mano para que no me caiga. De pronto ha salido el sol y un arcoíris prominente se alza en el cielo como una corona. ¿Ya viste?, qué bonito, digo. Pero Mariano contesta que me oigo reputísimo. Se dice chingón, entiendes. Asiento de buena gana. Vamos a la caballeriza, que en realidad es un cuartucho de tres metros pero Mariano y tío insisten en llamarlo caballeriza. Me tapo cuidadosamente la nariz con la parte interior del brazo para soportar el olor pero la chamarra está empapada y fría. Mariano trepa al caballo y me cuenta la historia: Me lo regaló mi papá cuando tenía seis. Es finísimo y baila cuando se lo pido por las buenas. Ya lo sé cepillar, cada tres días me toca cepillarlo. Es una historia que me sé de memoria porque muy a menudo la cuenta como si eso lo llenara de vida. ¿Contar la misma historia siempre nos llena de vida? Pienso. Y en seguida le pregunto si podemos salir a dar un paseo, pero Mariano, algo enfadado, dice que soy muy pendejísimo, que el aguanieve puede fracturarle una pata al animal, que mañana cuando salga el sol y yo le tenga que pagar la apuesta entonces paseamos, ¿entiendes? Entiendo. Salimos de la caballeriza y alzamos una tranca pesada para atorar la puerta. Busco el arcoíris y se ha esfumado: la magia también funciona al revés. El viento arrecia y corremos a casa. Mariano resbala un par de veces en el camino, comiquísimo. Le digo que se parece a Bambi cuando está aprendiendo a caminar. Ríe. Tío nos grita con esa voz que es bocina desde la ventana. Usa groserías para llamarnos. Pasamos la puerta de entrada y tía Claudia nos quita las chamarras mojadas. Van a enfermarse, dice. Pero tío le da una nalgada tronadora y le pide no ser exagerada. Hay café con leche en la mesa de la sala. También hay galletas de canela y dos panqués con pasas, pero los dos odiamos las pasas y el panqué se queda intacto. Almorzamos rodeados de los tíos que nos ven muy orgullosos. Las manos son hielo que duele. De pronto, una pregunta que no espera nadie, ¿qué cree que me ha apostado Josué, papá? Habla Mariano con ese tono de voz que suena a traición. Tío espera que le cuente y Mariano no duda en hacerlo: Que si lo que cayó hoy no es aguanieve le planta un beso a la Clarita. Tíos ríen mientras yo me siento avergonzado. No pasa nada, mijo, Clarita está muy bonita, de qué tiene que avergonzarse, dice tío. Respiro intranquilo. Tía Claudia nos pide que vayamos a cambiarnos la ropa mojada. Subo taciturno las escalares y entro a la habitación de Mariano. Él cierra la puerta detrás y me habla suavecito pero yo soy ahora un mueble más de la habitación azul. Me busca haciendo caras graciosas pero no funciona, luego me toma la mano pero retiro la mía, irritado, como lo haría cualquier persona que está cansada de ocurrencias y caprichos. Me tiro en la cama sin zapatos y sin calcetines y froto los pies rápidamente sobre la cobija para generar calor. Mariano me observa desde una esquina de la pieza en posición de estatua. Llora desconsolado y cabizbajo, me pregunta una y otra vez qué debe hacer para que yo pueda perdonarlo.



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Ilustraciones:
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Griszka Niewiadomski
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Diego Armando Arellano (Ciudad Guzmán, Jalisco, 1984). Periodista y docente. Egresado de la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima. Ha publicado cuentos, entrevistas y crónicas en revistas y suplementos como: Luvina, La Jornada Semanal, Cuadrivio, Punto en Línea y La hoja de arena, entre otras.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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