A la memoria de Rafael Bernal

No es divertido matar a un hombre,
pero a veces tiene gracia que lo maten por tan poca cosa
y que su muerte sea el precio de lo que llamamos civilización.

Raymond Chandler, El sencillo arte de matar


¿Sabes, chula?, creo que nunca te conté el caso que me asignó mi comandante Rosas. Yo no esperaba ser uno más, neta, quería ser un chingón y de alguna u otra manera, impresionarte. Tal vez así podría tener una oportunidad para salir contigo y no con mis chingaderas. No, no me preguntes por qué mejor no te hice una conversación normal. La verdad, en esos tiempos por mi cabeza pasaban miles de cosas antes de siquiera buscar una excusa para acercarme a ti. Pero, bueno, resulta que un lunes por la mañana mi comandante me mandó llamar a su oficina. Cuando entré al cuarto el humo del cigarro era lo único que ahí se respiraba. Si no es por su voz seca y de pocos amigos que espetó un breve saludo, hubiera pensado que no había nadie más que yo entre esas cuatro paredes llenas de diplomas, reconocimientos, fotografías y libros, mismos que días después supe decoraban ese lugar. No me ofreció sentarme, mucho menos un cigarrillo o algo de beber; fue directo al grano. Me había seleccionado de entre otros veinte candidatos para esta sencilla misión, por mis virtudes y no por mis aptitudes, recalcó. Entiéndase, soy más cabrón que bonito. Por ende, si todo resultaba según su plan, no me llevaría más de unos días atrapar al sospechoso. Lo mejor del asunto era que ni siquiera tendría que usar el uniforme matapasiones, ese mismo que usabas tú. Además, de ‘ora en adelante estaba solo; mi expareja, el Yorch, sería asignado a otro departamento en lo que duraba la diligencia.

Mi comandante me explicó que con frecuencia hay reportes de niños desaparecidos en nuestra delegación, un promedio de cinco a diez en un mes. La mayoría son niños chaquetos de entre trece y diecisiete años, pero a ninguno de esos casos se le da seguimiento porque sencillamente no hay testigos que puedan aportar datos para continuar con el proceso. En México pueden desaparecer cuarenta y tres estudiantes con cara de artesanía prehispánica de un día para otro y nadie sabrá dónde madres están. No existen esos pinches detectives gringos de las novelas policíacas que todo encuentran; en cambio tenemos políticos que son capaces de hacer los mejores trucos de magia y hasta llegan a ser presidentes, neta. Hablando de presidentes, ¿ubicas al presidente del Partido Social-demócrata, el ingeniero Alejandro Ceballos? Un pinche pelón, barbón, acá medio mamila. Pues resulta que a la señora encargada de hacerle el aseo de su casa de San Ángel, le secuestraron un nieto. El escuincle baboso tendría unos diez años, más o menos. La señora Toña cuidaba de él mientras sus padres estaban en el otro lado. Yo supongo que sólo lo veía en las noches, ya que todo el méndigo día estaba encerrada en la casa del ingeniero lavando los cinco baños, sacando a pasear a los cuatro huskys, sirviendo la comida a las tres en punto, en fin, haciendo mil cosas. Todo eso lo sé porque acompañé al comandante varias veces a inhalar porquerías con el ingeniero, pero eso, amor, es otra historia. El chamaco asistía por las mañanas a la primaria Eduardo Neri del Río, y en las tardes sabrá la chingada qué tanto hacía. Un martes al volver a su departamento, la doña no encontró al chamaquito. Anduvo pregunte y pregunte a todas sus vecinas si no lo habían visto de casualidad. Fue hasta que unos morritos le dijeron santo y seña de la última vez que lo vieron ese día: andaba devorando unas hamburguesas. Sí, así como lo oyes, devorando unas mentadas hamburguesas en el puesto semifijo de doña Marta, en el tianguis que se pone los martes atrás de la escuela. Después de eso, se lo tragó la tierra o tal vez algún cristiano. Corrían rumores de que doña Marta usaba carne humana y por ende sus hamburguesas eran especiales en toda la colonia, aunque sólo las vendía por temporadas, logrando con ello una mayor demanda entre sus clientes. Sí, nada taruga la pinche doña.

A mi comandante Rosas le encargaron, personalmente, que moviera no sólo a sus mejores elementos, también a sus múltiples contactos e influencias y que utilizara los recursos necesarios para dar con el paradero del nieto de Toña. Ahí es donde entro yo, mija. Mi comandante había iniciado una investigación a fondo, reuniendo una serie de pruebas para poder detener a doña Marta, ya que ella era la principal sospechosa al ser la última persona que vio al escuincle ése. En su escritorio había un sobre amarillo tamaño carta con los datos necesarios para empezar a trabajar; hojas amarillentas con la descripción esencial de la vida de la doña: cincuenta y tres primaveras; casada pero sin hijos. Un metro con cincuenta; ochenta kilos (Gordibebé). Estuvo internada unos meses por un preinfarto sufrido hace cosa de unos tres años (Barrilito sin fondo). Terminó la secundaria (sabe leer y escribir). Única dueña del puesto desde hace una década, aunque apenas tiene un par de abriles de haber comenzado a vender sus famosas hamburguesas sin darse abasto (aprendió el negocio). Felipe, su esposo, es el conserje de la escuela primaria Eduardo Neri de Río (pa’ variar). Cincuenta y cinco otoños, sin antecedentes penales (mandilón), un metro con ochenta, setenta kilos; sólo estudió hasta cuarto de primaria (bruto). La ayudaba en el negocio los fines de semana; el resto de los días se encontraba en la escuela de tiempo completo (haciéndose menso). Vivían en un departamento bien erizo de una típica vecindad en la colonia Romero Rubio (jodidos).

En el sobre también venían varias fotografías, tanto del chimbombis desaparecido y de la Gordibebé master chef, como de su viejo pior es nada Felipe, del negocio y de su casa, así que no sería difícil dar con ellos en el tianguis, incluso podría intentar preguntarle a los vecinos si no habían visto al morro por pura casualidad. Cosa que al final no hice, ya te diré más adelante por qué. Lo primero era iniciar dándome una vuelta por la vecindad, luego ir a la escuela y pendejear hasta el martes para hacerles una visita personalizada en su changarro. Le marqué al Sayayín, mi principal conecte en esa colonia; con su ayuda sería más fácil completar una biografía más detallada de doña Hamburguesas y del mentado Felipe. Tomé la Taurus, mis Faros y mis huevos para terminar rápido con este desmadre. Ya estaba de salida cuando me marcó el Yorch para preguntarme si no iba a necesitar ayuda para esta misión; apenas llevaba un día y ya estaba aburrido de la vida de oficina, sentado en un escritorio sin más diversión que ver las piernotas de Gabriela Torres. ¿Te acuerdas de ella? Tenía una Suzuki Fz 36 negra. Gaby era una madresota así, de un metro con setenta, pelo chino, medio tosca de espalda y caderona. A pesar de eso, estaba encamable la condenada, pero una noche... se rompió su pinche madre. Obvio, no sobrevivió al accidente. Su compañero de unidad, Mauricio, el Morocho, se encargó de realizar una investigación, aunque ya nunca supe cómo acabó todo. Total, le dije al pinche Yorch que ahorita nomás estaba recabando datos, sin embargo, si necesitaba hacer uso de sus múltiples habilidades, no dudaría en marcarle. Ese cabrón es bueno para sacar la sopa, me consta, en verdad tiene sus propios métodos y logra confesar al más fiel ateo. Por eso lo admiraba, pero nunca se lo dije, no soy de esos que todo lo dicen, y tú mejor que nadie lo sabes.

Atrás de una foto del cuarto de doña Marta venía una descripción. Si no mal recuerdo, decía que la vecindad era conocida como la Big Brother, debido a que todo mundo se enteraba de lo que hace o dejaba de hacer el de al lado; sin privacidad alguna entre las paredes de madera y los techos de cartón, ahí se encontraba su departamento, el 14 C, ubicado al fondo de un largo pasillo con alcantarillas malolientes, perros sarnosos, niños narcomenudistas y prostitutas jubiladas. Maravillosos inquilinos, me cae. Ésa fue una de las razones para no preguntar por el escuincle. Entrar sería fácil, lo difícil sería salir de ahí sin una correteada o, algo peor, una madriza por andar de pinche metiche en donde ni Dios manda. Mi comandante quería resultados en corto; no me iba a perdonar que anduviera jugándole quesque al detective. Por eso fui a ver a la Caguama, una belleza de cantina medio buenona que trabaja por su cuenta allá en la Zaragoza. Necesitaba pedirle un favor, digo, por tantos años que llevábamos de conocernos. Claro, no iba a llegar con las manos vacías. ¿Te acuerdas del día que te encargué las aspirinas y el talco del súper? Pues eran para rebajar la coca, sólo así alcanzaría para la bola de atascados. A mí no me gusta esa madre, yo sólo acompañaba a mi comandante para que no se fuera a engolosinar más de la cuenta. Tú conoces que mis únicos vicios son el alcohol, el juego y, bueno, el sexo, pero eso es punto y aparte, mi chula. La Caguama es adicta al perico como yo a las mujeres altotas y de piernas gordas, así mero como tú sábanas, pues pa’ qué cobijas. Nomás le brillé tantito la bolsa con la caspa del diablo y la carota le cambió de volada. Me dijo que estaba a mi disposición para hacer todo lo que yo quisiera. Lo dijo bien acá, medio enamorada, y yo nomás le aclaré que la iba a usar, pero no como otros la tenían acostumbrada. Ahora ya tenía un plan bien machín para torcer a la doña, pero tenía que irme con cuidado; luego por eso ocurren los accidentes y uno termina pagando por pecados que ni cometió. Al chile.

Tomé una micro que me dejó en la calle Siete, de ahí agarré otra para llegar al metro Pantitlán, luego me seguí por la línea amarilla, transbordé en Oceanía y seguí con dirección a Buenavista hasta la Romero Rubio. Ya sé que era más fácil tomar la micro que sale en la calle Siete y bajarme hasta la Moctezuma, luego caminar unos quince minutos, pero debía hacer tiempo, sólo el suficiente para que el Sayayín me marcara. Iba a prender un fifo, pero como me dio hambre, mejor pasé a comer unos taquitos de muerte lenta con el Chimino, que está a unas cuadras de la vecindad, y cuando me di cuenta ya eran las cuatro de la tarde. Ese día era viernes de quincena y toda la pinche gente andaba gastando hasta lo de la tanda, pedían órdenes bien surtidas: que si campechanos o de trompa con cuerito, que si con sus cebollitas o con nopales, que si una coca bien fría o un boing de mango. A la media hora me marcó el Sayas y me puso al corriente de la situación: puras pinches malas noticias.

Según él, todos los domingos Felipe iba al tianguis que se pone afuera del metro Canal de San Juan a comprar lo que su mujer le encargaba para el changarro, menos la carne, ¿verdad?, pues ésa la preparaba ella especialmente. Le dije a la Caguama que se pusiera trucha, acá dos dos, ¿no?, para que en el momento en que pasara Felipe hiciera uso de sus “encantos” y luego luego llevárselo, a como diera lugar, al hoteluco. Ahí estaría mi Yorch, estacionado en su Stratus negro, listo para darle su levantón y llevárselo a la ópera, para que ahí cantara lo que ya todos sospechábamos de antemano. ¿Tú crees en la suerte? Yo sí, y creo que estoy más salado que un bacalao, te digo esto porque las cosas no ocurrieron tal como las planeé: El Yorch no fue el que dio el levantón; a la mera hora me canceló, que porque a su carro le habían bajado el aire de las llantas y no sé que más chingaderas. Total, tuve que jalarme en el Cutlas de mi compadre (se lo apañó hace dos años a unos raterillos de Iztapalapa para dejarlos ir) y esperar a que la Caguama me trajera el cinco. El pinche Felipe venía bien pensativo, traía una carota de lujurias, tal vez de imaginar lo que le iba hacer a la Caguama nomás entraran al hotel, cuando… ¡Chingó a su madre! No vio venir el madrazo que le di con la cacha de la Taurus en la mera tatema. Luego luego lo encajuelamos y me lo llevé a pasear antes de presentarlo en calidad de cómplice. Ya te dije que el Yorch era especialista en averiguar hasta lo que uno comió hace tres años, ¿no? Pero ahí te va otra cosa que me pasó por querer mearme fuera de la bacinica. A pesar de ser mi parejita y tener unos meses conmigo trabajando por estas urbes, no sabía casi nada sobre él, y eso que habíamos recorrido la gran mayoría de cantinas que hay sobre Insurgentes. No te vayas enojar, mami, eso fue antes de que tú me hicieras caso; por eso también me gastaba el dinero bebiendo porquería y media. El chiste es que al desgraciado de Felipe le vendé los ojos para que no viera quién lo andaba paseando, no fuera a tomar represalias el día que saliera, si es que salía. Lo llevé a la ópera, para que el Yorch hiciera su chamba y se ganara una lanita extra. ¿Qué iba a saber en ese momento que el ojete de Felipe era padrastro del Yorch? Soy policía, no adivino. El confesionario es un cuarto bien oscuro, más oscuro que tus intenciones, chula. Al que va a cantar se le cubre el rostro con una tela negra y se lo amordaza con un pañuelo lleno de alcohol del noventa y seis. Hay una silla en la que lo atamos y luego…

Espera, espera; me está llamando mi comandante… A lo mejor ya torcieron al Yorch. Es que la neta, amor, sí se pasó de cabrón. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. No te quieres imaginar cómo dejó al mentado Felipe, si de por sí ya estaba tirado a la chingada. Peor tantito. Decir que quedó feo sería ayudarle.

Por último, déjame decirte que me siento mal por una parte porque yo nomás llegué al final, cuando todo se había acabado. Simón, todo por haber ido a hacerle un paro a la Caguama con unos choferes que no le habían pagado por unos mamuts que se rifo… entonces, nomás llegué hacer acto de presencia y ya estuvo. Pinche aparición de santo. Neta, y eso que al tener ya la información del Sayayín, la confesión del Felipe y las otras pruebas en el sobre, era más que suficiente para entambar a doña Marta por una larga temporada, pero no contábamos con que el tornillo del Yorch nos fuera a dar vuelta de esa manera. Luego de que descubrió que casi mata a su padrastro, en chinga le marcó a su jefa; y pues, me imagino, le aventó todo un chorote acá, que según yo y otros compañeros habíamos querido talonear al tocino con patas, pero como no quiso aflojar el camarón, le terminamos por romper toda su madre, así no más. La doña, al ser de mecha corta (ya sabes cómo es ese tipo de gente, ¿no?, igualita que tu carnala Chayo), se tendió en corto a la delegación con una bola de vecinos para que le dieran razón de su viejo, y en chinga armó la bronca. Yo me enteré de los detalles porque la Gaby me avisó en pleno safarrancho. Que me dice: Qué transita, mi García, ¿’on ’tas? Caíle en corto a la delegación. Pero vente en chinga, como si fueras a recibir herencia, que necesitamos refuerzos, mi rey. Cuando llegué, mi comandante ya había salido a dar la cara, pues su intención era proceder de inmediato contra doña Marta a como diera lugar; entonces, entre la confusión, los empujones, los gritos, que dónde ’stá mi viejo, que si pinche policía, que órale vieja secuestradora y todo eso, la doña sacó un tubo no sé de dónde madres y justo al intentar atacar… ¡Zas!, con una sola bala alguien le voló las últimas recetas especiales. ¡A la ver Gabriela Torres!, ¡qué pinche puntería tiene!, ¿quién le enseñó a disparar así, eh?, le dijo mi comandante Rosas. Yo había olvidado mi Taurus en el carro, al bajarme en chinga para ver si alcanzaba algo y nada el pato. Me quede milando, como el pinche chinito.

Al otro día en la rueda de prensa se informó que gracias a nuestro eficiente trabajo de investigación en el caso de niños desaparecidos, se logró capturar a una peligrosa banda de secuestradores que operaba desde hace ya unos años en la Ciudad de México. Acerca de las hamburguesas hechas con carne de niño no se dijo nada, no era necesario decirle santo y seña a los chismosos esos, ya sabes cómo son los periodistas actualmente. Discreción antes que todo. Al terminar, hubo una ceremonia en donde nos condecoraron según que por nuestra ejemplar valentía, honor y otras pendejadas por el estilo. Fue el mismo presidente Ceballos quien nos dedicó un discurso bien mamón. A mí me ascendieron a capitán de operaciones especiales dentro del departamento de Prevención del Delito, a Gabriela como subcomandante, y al Yorch nadie lo volvió a ver. Debe andar allá en el norte, ahí siempre necesitan huachos con el tipo de habilidades que él tiene. Ahora, mi chula, vamos a darle que es mole de olla, porque ya me aburrí de hablar tanto y al rato nos van a correr del hotel.



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Ilustraciones:

Rafael Fragoso www.freeimages.com
Oliver Gruener www.freeimages.com


* Basado en hechos reales.


Mariano Atzin Nieto Silva (Ciudad de México, 1991). Es escritor. Estudia la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Fue becario en el Festival Cultural Interfaz Pachuca, organizado por ISSSTE-CULTURA en 2017. Ha sido antologado en Nada podría salir mal (En la mira, 2017) y publicado en las revistas Circulo de Poesía, Rojo siena, Lepisma, Bitácora de Vuelos, Primera Página, así como en las revistas españolas Visor y Solo Novela Negra. Es guionista del programa Su casa y otros viajes de Radio Educación.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

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