ATALANTE / agosto-septiembre 2017 / No. 69
 

Existir aun en el dejar de existir.
Tu nombre, de Makoto Shinkai



Ella es la vida espiritual de un lugar en el tiempo. Habita el campo y realiza la mística de sus ancestros. Teje destinos, baila con listones, escupe sake para convertirlo en espíritu y emprende larguísimos viajes alrededor de una laguna y más allá de una montaña para consagrar su alma en el corazón de Itomori. Ella es Mitsuha; muchacha crepuscular que siente fascinación y hartazgo por el deber simbólico del que es heredera. Por eso llega el día en que anhela la posibilidad dejar su pueblo y emigrar a Tokio.

Él es Taki. También podría llamarse vida terrenal. Reside en Tokio y estudia arquitectura. Sirve mesas, comparte un departamento, gasta responsablemente y viaja todos los días en metro desde los límites de la ciudad hasta su corazón de rascacielos y pantallas para buscar algo. Muchacho crepuscular que siente atracción y miedo por la inmensa urbe donde debe encontrar un trabajo que haga de él un adulto útil. Por eso llega el día en que anhela la posibilidad de salir de la ciudad y descubrir la provincia de Itomori.

Ella y él son uno mismo porque una mañana descubren una anomalía que sucede cada vez que despiertan: la conciencia de Mitsuha habita el cuerpo de Taki del mismo modo que la de Taki es anfitrión en el interior de Mitsuha. El estereotipo se impone por momentos. Mitsuha explora la delicadeza del joven mientras que Taki juega con el arrojo de Mitsuha. Sin comprender el origen del intercambio de sus cuerpos, ambos están sometidos a la carga mental de recordar, con ayuda de un teléfono móvil, qué hizo su otro yo en la jornada anterior para adaptarse al destino que los ha entretejido como los bordados que la muchacha teje bajo la supervisión de su abuela. Hasta que un día, el paso de un cometa coincide con la interrupción de lo inexplicable. Él ya no tiene que dominar el léxico femenino ni disimular sus capacidades atléticas en el colegio del pueblo; ella ya no debe servir mesas con habilidad masculina ni soportar que él toque sus pechos cuando está en ella.

Aunque está construido como un aparente relato de amor entre Mitsuha y Taki, el más reciente trabajo de Makoto Shinkai (Nagano, 1973) ensaya una atmósfera para expresar la posibilidad del dejar de existir. La unión de los protagonistas no es el encuentro a secas de un amor. Es la síntesis de dos instancias: la vida terrenal y la vida espiritual; o dos formas de ser como existencia e inexistencia. El aspecto significativo de Tu nombre (2016) es que su fórmula de origen literario (el Torikaebaya Monogatari del siglo XII) ya conocida del cambio de cuerpos desaparece a partir de la irrupción del cometa y anula la dicotomía entre campo y ciudad (y quizás entre tradición y modernidad), así como entre sueño y realidad, para introducir un tema mucho más complejo donde el enamoramiento en realidad es una manera de expresar un duelo por una pérdida que pudo evitarse y que instaura, irremediablemente, la necesidad de buscar.

La complejidad de este planteamiento parece rebasar los recursos de la narración fílmica, pero Shinkai no pensó la película como un relato, sino como una puesta en escena de posibilidades en distintos tiempos de dos espacios existentes siempre emparentados (tienen una escalera idéntica). La apertura es una suerte de videoclip que muestra el nexo de Mitsuha y Taki como la clásica predestinación del listón rojo tan común a la cultura japonesa. Luego siguen secuencias brevísimas, al paralelo, que resumen la vida cotidiana de los protagonistas y que revelan la residencia mutua en sus cuerpos tanto para los personajes como para el espectador. A pesar de una caracterización de personajes demasiado plana, lo más significativo de este segmento es que vemos el motivo que unifica el todo: un listoncito para el cabello tejido tradicionalmente que caerá en las manos de Taki como un obsequio de una joven cuyo nombre no recuerda. Un listoncito que también veremos con forma de cometa fragmentado, de cordón umbilical y de sendero en el bosque.

La verdadera propuesta visual deTu nombre comienza justo después del relato inicial. Una vez que el espectador posee cierta certidumbre, irrumpe un cometa que habría cruzado por encima del pueblo de Itomori y que parece llevarse consigo el intercambio corporal. Es allí donde Taki asume que ha perdido algo y emprende una búsqueda guiado por un dibujo propio de un pueblo con laguna y montes del que no está seguro si vio en realidad o en sueños. Entonces conocerá la historia de un astro que produjo la desaparición de una comunidad entera de la que sólo quedó un colegio cuya explanada miraba hacia una laguna. Aquí entramos al terreno de las posibilidades. El montaje del filme comienza a fragmentar el tiempo y a conectarlo a través un método que el realizador ya había implementado en la tan apreciada Cinco centímetros por segundo (2007): un juego de encrucijadas que, como en aquella película, plantea encuentros y desencuentros. A partir de esta trama visual, los sucesos comienzan a repetirse y reconocemos lugares, acciones y objetos a pesar de los cambios en su apariencia que remiten principalmente a paisajes urbanos, callejones y lugares de Tokio y de Itomori.

La edición fragmentada en paralelismos y encrucijadas ofrece una película de atmósferas que busca conmover a partir de la sensación del existir y el dejar de existir. Tu nombre o la certeza que se vuelve incertidumbre. Mitsuha y Taki se tienen y luego dejan de tenerse. Mitsuha y Taki se escuchan pero no pueden verse. Luego, crepusculares los dos, pueden mirarse por un instante y luego dejan de verse otra vez. Están y no están, como el pueblo de Itomori, acaso porque quizás son sólo una posibilidad al igual que el pensamiento benévolo de que todo un pueblo logró evitar una catástrofe. Por eso la película es una suma de posibilidades. Una puesta en escena de cosas que pudieron ser; de encuentros y desencuentros, o de búsquedas fallidas por mucho tiempo, que expresan a final de cuentas una pérdida. Incluso, es una posibilidad que el propio Taki plantea cuando, al hablar entrevista para un trabajo, sugiere un escenario en el que Tokio desaparece como la película nos hizo pensar que una comunidad de Itomori se eclipsó.

El éxito de este filme, que encabezó las taquillas en Japón durante nueve semanas y que recaudó 98 millones de dólares en un mes según datos de la BBC, hizo pensar tanto a críticos como a espectadores que Makoto Shinkai ocupará el lugar de Hayao Miyazaki (Tokio, 1941) en la animación de aquel país. La estilística de los dos realizadores es muy diferente. El autor de El viaje de Chihiro (2001), El increíble castillo vagabundo (2004) y Se levanta el viento (2013) se inspiró en los primeros largometrajes del cine japonés de animación y creó un universo sin estereotipos que dio lugar a una figura compleja y mítica de la mujer. Shinkai acude a fuentes remotas de la literatura japonesa, parte de referentes contemporáneos como el cine de Christoper Nolan (Interestelar de manera explícita) y recurre a la mentalidad estereotípica de la vida cotidiana y a algunos preconstructos culturales del Japón. El primero es un realizador de fantasía que traza y filma las máquinas y las cosas como seres vivientes; el segundo persigue un realismo visual y sonoro sin precedentes en la historia de la animación. Emparentarlos impediría descubrir que Shinkai es un cineasta que, en el caso particular de Tu nombre, logró una representación de locaciones existentes que alcanzan una impresión de realidad óptima y totalmente ajena a la imaginación materializada, siempre irreal y fascinante, de Miyazaki.

Hay una secuencia de Tu nombre que representa un ritual del Japón provinciano. Listón en manos, Mitsuha danza con un atuendo tradicional, coloca un puño de arroz en su boca, lo saliva y luego lo escupe delicadamente en un recipiente donde fermentará hasta convertirse en sake. Tiempo después, viaja guiada por su abuela más allá de la cordillera de Itomori para descender a un recinto en el subsuelo y dejar allí el jarroncito con la bebida que es una emanación de su alma. Allí reposa su espíritu para cuando llegue el día en que deba entrar a la oscuridad. Otra de las posibilidades ensayadas por este filme reside aquí: Mitsuha es quizás una manifestación de la vida espiritual como Taki lo es de la terrenal. Ella es Itomori y él es Tokio. Ella evoca una tragedia imaginada por Shinkai para contarnos una historia que expresa, como lo dijo él mismo, una forma de duelo por el terremoto de 2011 y que subyace permanentemente en la obsesión de Taki por un cometa que acabó con un pueblo que existe y que no existe. Si la gran capital de Japón desapareciera habría asideros suficientes para rehacer su vida espiritual como memoria; una memoria que lo haría existir aun en el dejar de existir.

 


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Rodrigo Martínez (Ciudad de México, 1982). Es maestro en comunicación y doctor en ciencias políticas y sociales por la UNAM. Ha publicado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho e Icónica. Es profesor de asignatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNAM) y colaborador de la revista F.I.L.M.E (www.filmemagazine.mx). Actualmente prepara un libro colectivo sobre la noción de autor fílmico en la era del cine digital.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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