Llamas en el Pedregal

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Fuego 20
Ana García Bergua
Ediciones Era, 2017

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Las búsquedas que Ana García Bergua hizo en dos novelas anteriores, Púrpura (1999) y Rosas negras (2004), vuelven a manifestarse en la más reciente: Fuego 20, publicada por Ediciones Era en 2017. El relato de iniciación que se leía en el libro de 1999 y el discurso fantástico del de 2004 convergen en el último, donde narra las historias de dos personajes que viven en el Distrito Federal de la década de los ochenta.

Por un lado está la ingenua y apocada Saturnina, Nina, quien con un estilo coloquial, desenfadado, cuenta su vida, sacudida de pronto por la muerte de su tío Rafa, joven piloto de aviones que las mantenía a ella y a su madre. En su cumpleaños 20, Nina lleva la impostura a niveles hiperbólicos: supuestamente interesada en comprar una mansión del Pedregal ubicada en Fuego 20, se presenta con la identidad ficticia de Ángela Miranda, que es —a diferencia de ella— arrojada, desenvuelta, classy, y que termina por arrebatarle su cuerpo. A partir de entonces se desenvuelve una historia fáustica que involucra a Victoria de la Loza —viuda de un político y dueña de la casa—, que amadrina a Ángela, y al asistente de aquélla: Felipe Modeoni, que en las letras de su apellido esconde su identidad. Entretanto, García Bergua relata lo que ocurre con Arturo, joven xalapeño que, aunque se mudó con su tía a la Ciudad de México para estudiar Medicina, abandona la carrera y alberga la inquietud de estudiar una que se avenga a sus intereses: la literatura y el cine. El personaje desarrolla una obsesión por el incendio de la Cineteca Nacional en 1982, hecho que vive de cerca porque trabaja en unos laboratorios situados frente al edificio.

A través de una estructura bien planeada y sin la necesidad de marometas estilísticas, García Bergua imbrica las historias de Nina y de Arturo con un manejo notable de la sorpresa y, cosa importante, con humor, que en su obra es harto frecuente. Fuego 20 es una novela de aprendizaje, carnavalesca, llena de máscaras y de mentiras, que además se vale de lo fantástico y de la guasa para hablar de la identidad, tema complejo y serio. Ninguna de las criaturas de Ana García Bergua es lo que aparenta. Nina y Modeoni apenas constituyen la punta del iceberg: también están el tío Rafa, cuyos problemas financieros —que mantenía soterrados— salen a la luz a raíz de su muerte; Arturo, que descubre deseos insospechados —o sospechados a medias—, y el primo de éste —pieza importante de la historia por ser la liga entre los personajes principales—, un estilista que “disfraza” a su novia de japonesa.

La descripción de los ambientes, como ya han dicho otros escritores y críticos, es algo que García Bergua domina muy bien. Asimismo, su afición por la parodia y por el travestismo lingüístico —cualidades que, a decir del jurado del Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2013, la hizo merecedora del galardón por su novela La bomba de San José, de 2012— vuelven a desplegarse en Fuego 20, que también echa luces sobre el mundo chilango de los ochenta: aparecen constantemente lugares, libros, películas, canciones y frases que les eran familiares a los jóvenes veinteañeros de entonces.

Sin acudir al mismo catálogo temático y de recursos estilísticos del que abrevan muchos novelistas mexicanos recientes, Ana García Bergua ha logrado una novela original, ágil y divertida: una más en su trayectoria, ya bien consolidada, que la ubica como una voz nuclear en el panorama de la narrativa mexicana de hoy.