RESEÑA / junio-julio 2018 / No. 74

Dafen: dientes falsos.
Todos los originales serán reproducidos


Dafen: dientes falsos
Pierre Herrera
México
Fondo Editorial Tierra Adentro
2017



Si la narrativa busca establecer un pacto entre el lector y la verosimilitud del texto, en la lectura de un ensayo el acuerdo es construido entre el lector y la incertidumbre: se acepta el riesgo y la seducción de la caída libre en un precipicio de dudas. Dafen: dientes falsos (FETA, 2017), de Pierre Herrera, es un cliff cuya pendiente se escalona en versos, se encabalga y —me aventuraría a apostar— se puede leer de arriba hacia abajo, de fin a principio, y al contrario.

Entramos a Dafen como a una habitación de donde saldremos con más preguntas que respuestas. Y tal vez ahí radica una de las características de los buenos ensayos: se transforman en espacios de disputa y tránsito. Encontramos palabras e imágenes encadenadas por medio de formas que apelan más al artefacto textual, que al libro tradicional; el desgaste continuo de los símbolos para evidenciar que, quizá, todas las certezas de las cuales nos asimos para sobrevivir durante muchos siglos son, al final, hologramas: proyecciones detrás de las cuales no existe sino puro vacío.

Entramos a Dafen como a la sala de espera de un consultorio dental: dispuestos a integrarnos en una serie infinita de sonrisas perfectas e idénticas: copias de las copias de las copias de las copias.

Entramos a Dafen a través de Los girasoles (1888), que es una serie de cuadros. En ese escenario surge la pregunta: ¿cuál es la versión original del cuadro? ¿La primera, la última, la más vendida o la más vista? ¿La última reproducción idéntica producida por alguno de los pintores instalados en Dafen? ¿La que se encuentra en la National Gallery, de Londres, o la del Museo Van Gogh, en Ámsterdam? ¿Ninguna?

Entramos a Dafen como a una fiesta en donde nos cruzamos lo mismo con Pierre Menard que con Borges, con Van Gogh y con Rembrandt, con Warhol y con Duchamp; y, en los intersticios, también nos cruzamos con ese grupo de obreros anónimos que re-producen obras de artistas muertos para compradores dispuestos a obtener la experiencia estética de un cuadro al precio de 50 dólares. Vemos producciones en serie bajo las demandas de los mercados del arte occidental y oriental; pintores que ya superaron la búsqueda de la posteridad y el reconocimiento a una obra propia porque lo verdaderamente relevante es llegar a fin de mes; replicantes hipertalentosos con una técnica cada vez más perfectible que, sin embargo, serán sustituidos en cuanto sus manos comiencen a temblar y dejen de ser precisas; piezas dentro de una serie que comienza en un lienzo en blanco y termina, aparentemente, en una pared de la sala de espera de un consultorio dental al otro lado del mundo; piezas dentro de series elaboradas para cuestionar, otra vez, las nociones tradicionales de autor, originalidad, legalidad, copyright, propiedad. Y aquí sonríen Marx y Bakunin, cada uno por su lado.

Entramos a Dafen para recordar que, antes de escribir, aprendimos a pintar grafías, a reproducir símbolos mediante un dibujo idéntico. Representamos el mundo, y utilizamos la lengua y el lenguaje —le dimos forma— mediante dibujos. Perfeccionamos nuestra técnica privada y creímos, ingenuos, que estábamos resolviendo el mundo, reinventando el arte, siendo originales. Sólo al final comprendimos nuestra naturaleza replicante y aceptamos la imposibilidad de ser originales, sobre todo si la originalidad es un concepto utilizado para lucrar con las ganancias producidas por obras que, de un modo u otro, abrevan de un sinnúmero de fuentes culturales colectivas. Comprendimos que la copia, la imitación, el plagio, la réplica, son prácticas cuyos límites se entremezclan y difuminan y establecen según el objetivo de la mirada que los contempla y/o practica; que el arte, durante toda su historia, más que obra finalizada ha sido un proceso de reescritura permanente que recién comenzamos a ver y aceptar como tal.

Entramos a Dafen como a un tumulto y a un collage: con un caleidoscopio sobre un ojo; con el otro ojo cerrado; con la mirada dispuesta a fragmentarse en trozos capaces de reconstruir, de reescribir, la imagen frente a ella; con los oídos abiertos para escuchar todas las voces que atraviesan el ensayo —desde la voz de Herrera cuando dice: “nunca se crea, aunque parezca que sí, en soledad”, hasta la de Google—. Una voz que es muchas voces imbricadas, superpuestas para construir un ensayo a modo de vitral en donde la cita, la reescritura, el copy-paste y la apropiación funcionan como herramientas para afrontar el ejercicio de la escritura, de la creación, como lo que siempre ha sido: comunidad y respiración.

Escribe Herrera casi al principio y al final del ensayo:

Cuando me siento desorientado y triste

(deprimido),

voy a un supermercado, paseo por los pasillos,

observo los anaqueles,

y pienso que algo, al menos, está en orden.

Y quisiera desordenarlo todo.

Con ello, Pierre Herrera entreabre las puertas de una reflexión que nunca termina de completarse; los buenos ensayos nunca lo hacen: son seres orgánicos, animales impacientes. Dafen: dientes falsos —los pasillos de un supermercado en forma de ensayo— está aparentemente ordenado, pero listo para ser desmontado una y otra vez con la única intención de encontrar alegría y belleza en el caos, en órdenes propios que nos permitan reconocernos en la lectura; darnos la mano; escribir como una forma de resistencia y para crear comunidad; volver a discutir en un intento por comprendernos, salvarnos, salirnos de la línea de producción y aceptar que nunca podremos ser originales. No importa que nos tardemos muchos años y que lo único que aprendamos a pronunciar sea una palabra —repetida una y otra vez como mantra, como ensayo, hasta vaciarla de sentido— para sobrevivir en medio del desastre.





Más reseñas aquí...


Mario Bacilio (Tijuana, 1992). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Obtuvo el segundo premio de Cuento en el concurso 47 de Punto de partida.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

Punto en Línea es una publicación bimestral editada por la Universidad Nacional Autónoma de México,
Ciudad Universitaria, delegación Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, a través de la Dirección de Literatura, Zona Administrativa Exterior, edificio C, 3er piso,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, teléfonos (55) 56 22 62 40 y (55) 56 65 04 19,
http://www.puntoenlinea.unam.mx, puntoenlinea@gmail.com

Editora responsable: Carmina Estrada. Reserva de Derechos al uso exclusivo núm. 04-2016-021709580700-203, ISSN: 2007-4514.
Responsable de la última actualización de este número, Dirección de Literatura, Silvia Elisa Aguilar Funes,
Zona Administrativa Exterior, edificio C, 1er piso, Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México,
fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

La responsabilidad de los textos publicados en Punto en Línea recae exclusivamente en sus autores y su contenido no refleja necesariamente el criterio de la institución.
Se autoriza la reproducción total o parcial de los textos aquí publicados siempre y cuando se cite la fuente completa y la dirección electrónica de la publicación.