RESEÑA / abril-mayo 2019 / No. 79
La poética de un espiral

Piel quemada: vicisitudes de lo sensible
Aldo Vicencio
México, Casa Editorial Abismos, 2017





Siempre es una responsabilidad comentar el trabajo del otro, sobre todo cuando se trata de un hecho tan subjetivo como la poesía. Existen tantas poéticas y formas de ejercer la función poética como poetas hay en el mundo. Por tanto, no existe una forma única e inamovible de escribir y leer poesía. Digo lo anterior porque los siguientes comentarios expresan sólo una mirada de las muchas que pueden hacerse sobre el primer libro de Aldo Vicencio, poeta mexicano de la generación de los noventa.

Uno de los primeros poemas que leí de él fue “Aquello”. En el instante, los versos me sacudieron por su sonoridad y la fuerza de sus imágenes. Sin embargo, había en el texto algo que parecía faltar: el dolor de una pequeña ausencia, de un querer más. Hasta ese momento no sabía que este poema formaba parte de Piel quemada: vicisitudes de lo sensible. Con esto no digo que los poemas que forman el libro sean incomprensibles de forma independiente. Es innegable que, dentro del mismo, existe un continuum tanto simbólico como temporal. “En el incendio” y “En la quemadura” —las dos partes del poemario— se lee un estar aquí y un permanecer ahí, un adentro y un afuera, un antes y un después; no aislados, sino dialogantes. Debo apuntar que, aunque hay una temporalidad, ésta no es sucesiva. Más bien funciona como un espiral que gira sin contornos, siempre al borde. Para ejemplo, los siguientes versos: “en un discreto precipicio/ un roce al vacío/ aún llueve/ fuera y dentro/ sobre el cielo/ bajo el cielo”, versos donde la interioridad y la exterioridad se vuelcan la una en la otra.

“Mi hogar es la saturación que reinventa imágenes”, menciona el poeta, y en su libro leemos: “palpar el aire/ encarnado en el/ verbo ser”, o bien: “toda inteligencia se contiene en un vaso/ de vidrio quebradizo”. El poemario rebosa de imágenes bien construidas y con una fuerza propia. Quisiera detenerme en las siguientes: “tallos verdisoles/ que danzan a oscuras”. Aunque a primera lectura estos dos versos parecen una contradicción, cabe señalar que el oído no engaña al ojo; el oscuro no es opuesto al verdisol, sino que lo potencia. Digo lo anterior porque a lo largo del libro pueden leerse varias “contradicciones”, versos que refutan a versos anteriores y nos descolocan. Sin embargo, desde mi punto de vista, esto es creado con toda la consciencia, pues se lleva al lector a dos polos en un solo instante: el adentro y el afuera. Es claro que Aldo Vicencio, al escribir su libro, buscó adentrarse en sí y a la vez huir de él mismo. Por ello, esa dualidad puede palparse en cada poema, lo que logra que la lectura se vuelva más atenta. Es necesario aguzar los sentidos para saber en qué momento el poeta trabaja sobre el pensamiento, sobre la emoción o, mejor aún, sobre ambas. Resalto que este poemario, aparte de ser rico en imágenes, lo es en aliteraciones, en lo cual podemos ver el trabajo del poeta, su preocupación por el lenguaje y lo trascendental.

La poesía de Aldo vuelve habitable el abismo, encarna la presencia de otro tipo de devenir histórico y simbólico. La filosofía es parte de su universo, en donde todo es lenguaje y donde el silencio está poblado de signos. Llama la atención que, en un libro tan íntimo, el yo lírico esté casi ausente, lo cual le da un aire hermético. El poeta busca que quien lo lea no lo haga en la superficie, sino que explore y tenga un encuentro propio con la poesía de Piel quemada, en el que tendrá que crear el significado del poema.

Hablé de un yo lírico —casi ausente—, ya que hay algunos momentos en el libro en los que aquél se asoma. Cuando ello ocurre, podemos sentir una develación del mundo sensible que se está construyendo: “mi corazón se vacía/  palpita el eco de un/ mundo imposible/ mi boca está deslenguada/ y sin embargo, habla,/ habla con la placenta blanca/ que me orbita”. Versos en los que escuchamos ecos de Paz y esa obsesión por el lenguaje, ecos de dos tradiciones que dialogan, la construcción de un todo a partir de una nada.

Piel quemada: vicisitudes de lo sensible asombra por su madurez y ritmo, el universo simbólico en el que nos adentra. Asombra la madurez del poeta que, pese a su juventud, destaca por su mirada atenta hacia lo de adentro, lo abierto interiormente, y por la honestidad de su trabajo.





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Nadia López García (Caballo Rucio, Oaxaca, 1992). Su trabajo ha sido publicado en espacios como Tierra Adentro, Punto de partida, Periódico de Poesía, La Jornada, Temas y variaciones de literatura, Este País, Pliego16 y Círculo de Poesía, entre otros. Obtuvo el Premio a la Creación Literaria en Lenguas Originarias Cenzontle 2017 y el Premio Nacional de la Juventud 2018. Ha brindado talleres de creación poética para niños y migrantes, y es responsable de la columna “Alas y Flores” de la revista Mexbcn de Barcelona. Colabora en el proyecto de traducción de la Enciclopedia de la Literatura en México y fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía (2015-2017).

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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