RESEÑA / agosto-septiembre 2019 / No. 81
Lo que no se dice

No verbales (2018), de Ana Paula Latini, es una instalación conformada por siete piezas escultóricas de manos realizando distintos gestos. Cada gesto corresponde a la traducción de una letra en lengua de señas. Observándolas de izquierda a derecha se completan las letras de la palabra trabajo. No verbales fue seleccionada para la 13º Bienal de Arte Joven de la Universidad Nacional del Litoral.




Aquellos hombres, en aquellas tierras inhóspitas en aquel tiempo en el que todavía no había tiempo, intentaron construir una torre. Con ladrillos cocidos al fuego y la fuerza de sus cuerpos como única herramienta, pusieron piedra sobre piedra hasta edificar una construcción cuya cúspide pretendía llegar al cielo. Sin embargo, como suele pasar en la vida, no pudieron cumplir con su objetivo. Un dios con rasgos más cercanos a la venganza y al odio que al amor y la compasión decidió que ese acto de soberbia humana debía ser castigado; por eso dispersó a los hombres por toda la faz de la tierra y confundió sus lenguas para que no pudieran comunicarse entre sí. Al menos así lo describe la tradición judeocristiana y varios mitos subsecuentes sobre la Torre de Babel. A pesar de este obstáculo insoslayable impuesto por la divinidad, los humanos hemos creado una y mil trampas para seguir entendiéndonos porque, a fin de cuentas, el lenguaje, como lo plasma Ana Paula Latini en su obra No verbales, no es sólo una conjunción de sonidos articulados; el lenguaje, además, es gesto y es cuerpo, es movimiento y es imagen. Con palabras puede desatarse una guerra o escribir el poema más bello de todos los tiempos; el lenguaje, muy a pesar de cualquier dios castigador, es acción y se sobrepone a cualquier limitación idiomática posible, transgrede fronteras, individualidades e idiosincrasias.

Ana Paula Latini es una escenógrafa y artista visual nacida en Buenos Aires que, a través de su obra, indaga sobre el uso del espacio público, la intervención del ser humano en la naturaleza y los lenguajes no verbales. A partir de estos tópicos, la artista ha desarrollado instalaciones y performances que siempre están atravesadas por una mirada joven y crítica en relación con su condición de mujer y su lugar en el mundo del arte. En No verbales, Ana Paula Latini presenta una serie de siete piezas escultóricas de manos realizando distintos gestos. Cada gesto representado corresponde a una letra de la palabra trabajo en lengua de señas. Esta obra pretende indagar en las múltiples posibilidades comunicacionales que se generan a partir de la amalgama entre la palabra, la gestualidad, el movimiento y la capacidad simbólica del discurso. El estilo hiperrealista de las piezas genera, además, una invitación al reconocimiento y a la reflexión sobre la propia capacidad expresiva y comunicacional del público.

Estoy convencida de que las obras tienen identidad propia, de que su capacidad de impacto sobrepasa la intención del artista, las explicaciones y cualquier otro apartado complementario. Es por eso que, independientemente de este texto curatorial o cualquier otro, No verbales hará eco en las vivencias y fantasías individuales de cada persona que se pare frente a ella. Con esta perspectiva, es evidente que no todos los espectadores entenderán la lengua de señas y creo que aquí radica la verdadera dimensión de la obra: cada letra —o cada gesto, como quiera verse— creará tantos mundos como individuos lleguen a apreciarla y, de esta forma, el carácter simbólico del lenguaje cobrará entidad y protagonismo.

Diversos lingüistas y sociólogos se han encargado de analizar cuál es la relación entre el lenguaje, el pensamiento y el comportamiento. En la mayoría de los casos, se ha comprobado que el lenguaje tiene una relación directa con nuestro accionar en el mundo y condiciona la manera en la que percibimos la realidad. Con esta premisa, el lenguaje podría equipararse al acto creador: se construye desde la nada y, mediante un selectivo uso de elementos lingüísticos, compartiremos con otro un fragmento de nuestra mirada sobre algo. El problema, como es de imaginarse, es que la otredad tiene sus propias reglas; la multiplicidad de ecos resonantes de quienes nos rodean es incontrolable y misteriosa.

En la política, los discursos proclamados por sujetos de poder son un claro ejemplo de la relación causal entre el lenguaje y la acción, y crean, en el imaginario colectivo de las sociedades, estructuras de pensamiento que serán incorporadas hasta el punto de formar parte de la identidad de los sujetos. El peso simbólico que carga en América Latina el discurso del nuevo presidente electo de Brasil —cuando declaró que hará una “limpieza histórica del país”— excede la descripción básica del verbo limpiar y resuena en las conciencias colectivas de los pueblos que han sido masacrados, desaparecidos y oprimidos. Las alarmas que se crean en torno a la asociación de los migrantes con la delincuencia y la repetición constante que los define como invasión se traduce en muros, leyes y ejércitos en la frontera. De la misma forma, las implicancias que la palabra trabajo tiene para las mujeres llevan implícita la lucha histórica de miles de activistas que han exigido equidad laboral a lo largo de los años. Equidad que aún no se ha logrado. Equidad por la cual todavía es necesario luchar en el aula, en la vida y en el arte. Tengo mis reservas con aquella frase que dice que el trabajo dignifica; sin embargo, en nuestro caso, nos otorga dignidad el haberle arrebatado de las manos de los que históricamente se han adjudicado el poder de decisión, nuestro derecho al trabajo.

Si volviéramos a los tiempos babilónicos, nuestro intento de alcanzar el cielo nos confinaría a la incomprensión absoluta de la letra que representa cada gesto reproducido en No verbales. Sin embargo, cada uno de nosotros le atribuiría una dimensión significante particular y única a la obra, y es en ese acto que oscila entre la creación y la comunicación en el que se halla el lenguaje; aquello que se visibiliza a través de la palabra, aquello que existe, pero no es nombrado, aquello que de tanto nombrarse crea realidades. En ese contexto, Ana Paula Latini decide construir mundos con sus manos y yo, desde mi trinchera, elijo compartir los mundos que su obra me despierta.




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Luciana Wainer (Buenos Aires, Argentina, 1990). Estudió la carrera de Formación del Actor en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático, y complementó sus estudios con un curso de periodismo, crítica y programación de festivales dictado por Diego Lerer, Diego Battle y Roger Koza. En México se recibió en el Centro de Formación de Actores, participó en un taller de dramaturgia con Ximena Escalante y en uno de crítica cinematográfica con Jorge Ayala Blanco. Actualmente termina la especialidad en Producción de Textos Críticos y de Difusión Mediática de las Artes en la Universidad Nacional de Arte, de Argentina, y estudia la maestría en Periodismo y Políticas Públicas en el CIDE. Ha colaborado como crítica de cine para la revista Pez Dorado y en la actualidad publica semanalmente en el periódico La Razón, en la sección de cultura y espectáculos. Conduce distintas secciones de noticias en el canal ADN40 y participa en una mesa semanal de debate sobre temas de género y coyunturas políticas y sociales.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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