ATALANTE / febrero-marzo 2020 / No. 84
 

Los miserables, de Ladj Ly 




Les Misérables
Ladj Ly
Francia, 2019, 104 min



Barricadas multiculutrales: Los miserables

A unos días de la celebración del segundo campeonato mundial de la selección francesa de futbol, Ruiz (Damien Bonnard) ingresa a la unidad callejera de policía de Chris (Alexis Manenti) y Gwada (Djebril Zonga) del barrio de Montfermeil. Desde el día de su debut, el nuevo oficial no sólo recibe un apodo, sino que comienza a reconocer a los líderes del barrio: El Alcalde (Steve Tientcheu), una suerte de líder de la comunidad afrodescendiente de comerciantes de tianguis; el dueño de un restaurante de kebab, conocido como Salah (Almamy Kanouté), quien difunde las enseñanzas del islam rodeado de creyentes; y La Pince (Nizar Ben Fatma), un traficante local, dueño de un club nocturno. Este preámbulo pacífico, en el que el nuevo integrante es objeto de las novatadas tramadas por sus compañeros, se convierte en un conflicto en escalada muy pronto. Los gitanos del circo encabezado por Zorro (Raymond Lopez) toman palos y piedras para irrumpir en los multifamiliares de la comunidad afrodescendiente. Al borde de la riña, presentan un ultimátum por el robo de un cachorro de león presuntamente perpetrado por un afrodescendiente.

Antes que una adaptación de la obra de Victor Hugo, el primer largometraje de ficción de Ladj Ly (Mali, 1978) es una evocación del lugar donde ocurre la novela, el mismo en que vivía la familia Thénardier, para revelar en presente un espacio urbano y social que está cargado de una multiculturalidad política. La periferia de la zona este de París aparece como un entorno complejo y diverso donde tiene lugar una paz permanentemente inestable. El dinamismo humano de un conjunto de multifamiliares está sujeto a las tensiones de las distintas identidades y, sobre todo, es un entorno incomprendido por la autoridad administrativa más allá de Montfermeil. En contraste con otros filmes sobre las periferias de la capital francesa, como las metáforas de Mercuriales (Virgil Vernier, 2014) que aluden a la búsqueda de un anhelado sitio en la ciudad, Los miserables representa un lugar que ha desarrollado una cultura propia de la negociación y de la gestión entre autoridades formales e informales para propiciar un equilibrio entre las tantas identidades que no es posible unir solamente con un jersey "nacional".

Un contraste de miradas expresa la tensión de un panorama humano cuyas trifulcas más recientes datan de 2005. En la primera secuencia, Issa y sus amigos se desplazan a Trocadero para celebrar el triunfo de Francia en el Mundial ante la torre Eiffel. En cambio, Ruiz se dirige hacia Montfermeil para iniciar su nueva labor como policía. El niño se sumerge en el furor del festejo nacional; el oficial, en la aparente calma de la localidad. La dicotomía entre el infante de la periferia y el adulto del centro comienza a entrelazarse hacia un nuevo fervor, ahora de furia, conforme el incidente de los gitanos escapa del control de la presunta autoridad de Chris. El todo fílmico parte de una euforia alienada, de gente sin recelo con camiseta de Les Bleus y unida por la afición, transita por una calma de fisonomías diversas que siempre miran de reojo al otro, y asciende hacia una euforia colectiva que pretende superar la opresión de los que están desunidos por incomprensión.

El montaje de Flora Volpière acude a la tensión entre centro y periferia, o entre mirada insider y outsider, y potencia la cámara en mano de Julien Poupard para articular una permanente sensación de movimiento a través de una selección y ordenamiento de planos sin elementos innecesarios ni redundancias. El trabajo experto de este dúo produce un realismo contundente con dinámicas explícitas e implícitas en un vértigo que jamás incomoda al espectador ya que se vuelve el sistema de atención del filme. El punto de vista contrastado pondera la visión de Ruiz para aproximarnos con naturalidad a los sucesos mediante la incertidumbre que implica reconocer nuestra mirada como ajena de modo análogo a la del propio personaje ante esa realidad. Es el oficial que vino de lejos, que tiene a un hijo propio en otro lugar y que arriba a un entorno lleno de infantes oprimidos por las autoridades oficiales y no oficiales de la localidad.

El aporte del punto de vista va más allá de establecer un eje, ya que Ladj Ly procuró un tratamiento de imágenes similar al de un documental que magnifica la proximidad con los personajes y con el entorno mediante una cámara liviana que va detrás de Ruiz quien, a su vez, sigue los pasos de Chris y Gwada. El mando de la unidad callejera de policías, que juega a ser un tipo duro y que no disimula su desdén racista, dirige las cacerías para acosar muchachas, para organizar la ilegalidad tolerada antes de que desborde en violencia o para sacudir a los más vulnerables y generar cierta percepción de autoridad. Autoridad pervertida, el policía desencadena la furia de los más desprotegidos cuando un operativo culmina en una agresión atroz. El actor y coguionista Alexis Manenti es el polo de atracción de la cámara al tiempo que la principal causal de las reacciones colectivas. Es, especialmente, un personaje complejo, porque también tiene hijas, que da evidencia de un rodaje que no califica la diversidad humana representada, independientemente de que se trate de policías abusadores, traficantes, niños ladrones o niños mirones, o líderes que están al límite de la ley. Hay una mirada neutra que resulta fundamental para descubrir una ética de la representación donde no es sencillo distinguir a los oprimidos de los opresores pues el orden más general hace de todos unos miserables contemporáneos.

En menoscabo del realismo de ficción documental y de la proximidad del referente de las trifulcas de 2005 que el propio cineasta documentó en 365 días en Cluchy-Montfermeil (2007), hay una dimensión intencional en el guion del filme que reduce su aporte representacional: el léxico también es neutro. Los parlamentos están totalmente adecuados al cine de ficción. En un entorno de heterogeneidad identitaria, los modos de hablar de los personajes permiten que predomine la ficcionalidad y así quedan fuera los registros de un trabajo fundamentalmente comunitario realizado con el colectivo de actores Kourtrajmé, otros profesionales del medio como Damien Bonnard (con esa mirada siempre meditativa y atenta al tenso espacio fuera de campo visual) y de unas doscientas personas que pertenecen al vecindario donde destaca el papel de Issa Perica como el niño protagónico de los dos fervores que enmarcan la película. Esta pérdida de verosimilitud ofrece a cambio un equilibrio de los asuntos narrados y condensa la mirada del personaje guía en los detalles clave del espacio social.

Es evidente que Los miserables forma parte de un proyecto de largo plazo. Inició con el pietaje que Ly rodó en 2005 en las calles del barrio y que se negó a vender a empresas de televisión, continuó como un documental emitido en plataformas streaming y cobró forma de un cortometraje de ficción, nominado en los premios César en 2018, antes de llegar a la entrega final. La película resultante evidencia su factura de ficción en una unidad visual-narrativa sin perder por ello el conocimiento cierto de las situaciones humanas que sirvieron de referencia. El director ha sido residente de la localidad y su hijo hace el papel de un niño, Buzz (Al-Hassan Ly), que suele filmar a sus vecinas y a su bario con un dron. Este motivo autobiográfico está integrado cinematográficamente ya que las imágenes filmadas desde el artefacto crean un patrón entre la visión general, desde el aire, y la percepción a nivel de la calle de Montfermeil. Una dialéctica de lo general a lo particular y viceversa que semeja al conflicto entre la mirada del residente (o la periferia) y el visitante (o el centro). Todo ello como un modo de mostración de un universo urbano poco conocido y que busca ser comprendido a través del cine.

Ecos lejanos de Gavroche y Javert, Issa y Chris podrían ser los únicos motivos reelaborados con base en la fuente original. A pesar de ello, puede afirmarse que Los miserables de Ladj Ly no es la adaptación de una novela, sino la versión de una locación literaria (ahora fílmica) y de una línea de Victor Hugo citada por el propio filme: “No hay malas hierbas, ni malos hombres. No hay más que malos cultivadores”. Malos cultivadores representados por las distintas formas de autoridad del filme. Desde El Alcalde hasta Salah o Chris, todos ellos presuntos guías de un cierto orden, se ven repentinamente superados por la furia de aquellos a quienes tendrían que aleccionar. De allí que haya otra figura de la fuente novelística plasmada en el filme: las barricadas; barricadas contemporáneas adentro y afuera de un suburbio de multifamiliares; muros fieros con capuchas, pieles multiculturales, ojos irritados y miedo de gente obligada a madurar y rabiar demasiado pronto. Barricadas donde es imposible determinar quién será la víctima y quién el victimario.


 



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Rodrigo Martínez Martínez. Es docente, investigador y editor. Ha impartido asignaturas, cursos y módulos de cine y de análisis audiovisual en la UNAM, la UAM, la UACM y en la escuela de cine Arte7. Ha participado en coloquios y congresos de SEPANCINE y del SUAC, así como en las dos primeras ediciones del Encuentro Internacional de Investigadores de Cine Mexicano e Iberoamericano de la Cineteca Nacional. Colabora periódicamente con las revistas Icónica y F.I.L.M.E. Especialista en estética y sociología del cine. Es autor del libro Cine y forma. Fundamentos para conjeturar la visualidad fílmica (UAM-C, Filmoteca UNAM, 2019)

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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