POESÍA / abril-junio 2020 / No. 85-86
Cartografía del encierro

Habría que comenzar el camino
siguiendo la respiración de las venas,
dejar atrás ligaduras, horizontes y cadenas.
Habría que poner los ojos en aquellas
flores talladas de mar o de montaña:
tejer la mirada y llegar al silencio de los astronautas.
Ser otra flor sostenida por dentro con la intacta cabellera del sueño.
Mirar una cadena y mirar un rompimiento,
mirar una cadena y mirar al primer hombre despierto.
Habría que intentar volar a partir de las heridas,
dejar la voluntad de los aviones a los manicomios
para que al estrellarse aquello fuera solo risa.
Disparar todas las balas y descubrir en cada una al asesino,
oler la pólvora y atarse de infinito: un ir y volver de giro y agonía
donde la única casta sea el astro o la roca o el lamer del ala.
Habría que dejarse caer y hacer de cada adiós una cereza,
un rebaño de gargantas cansadas de tanta poesía. En un adiós dejar
lo demasiado, la plegaria, la pupila, la sonrisa, los vecinos y las manos.
Tomar un adiós para plantarlo en un pájaro y enraizar el aire o pretenderlo.
Habría que degollar a la música como a un toro salvaje y en su sangre
cultivar todos los viajes, los navíos e intentar vaciarnos de todo embrujo.
Pintar de música a los veleros para que muten en almendra o viñedos
desnudos ante un sol de alondra, ante un sol de suspiro y de seda.
Habría que suspirar y dejar de ser martes o incendio, suspirar y dejar
de ser bandera, campana, cimitarra, rey, licor o alhaja. Lo importante
es suspirar y descalzar al crepúsculo, mirar sus pies de alcohol y profecía,
mirar bien de cerca sus pies magnéticos, teñidos en los cotidiano.
Habría que resucitar a punta de risa y carcajada, cargar
el cataclismo gramatical de sonrisa y deseo.
Resucitar la catástrofe como un naufragio inverso,
donde al voltear uno se mire y el vértigo sea liberación o locura.
Habría que comenzar la conquista a partir de un vocablo como joya dormida:
usar la palabra como si no tuviera sombra o duda, usar el vocablo
hasta hacerlo saltar en chispas como un astro a punto de nacer en luz propia,
tomar el vocablo y llenarlo de eco, someterlo al puro ritual de tocar y no perdernos.



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Eduardo Ismael (Tequisistlán, Oaxaca, 1986). Estudió Literatura Iberoamericana en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha publicado cuentos y poemas en periódicos locales. Su obra poética se encuentra en la Cartografía de escritores oaxaqueños II (2012). Es autor de Trashumante (2017) y Godzilla Milénico (2018).

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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