ENSAYO / abril-junio 2020 / No. 85-86
Reloj circadiano

Creo abrir los ojos nuevamente, observo la pared blanca y entre imágenes borrosas distingo unas sábanas grises en la penumbra. Intento moverme sin lograrlo, mi brazo derecho está debajo de mi cuerpo, no tiene fuerza ni yo control sobre él. Creo que ambos estamos dormidos. Cierro los ojos y regreso a algún absurdo sueño sobre mi infancia. La miss Rosa nos regaña por jugar futbol en el patio prohibido y confisca la pelota una vez más, reímos.

Llevo más de tres semanas en cuarentena, no sé exactamente cuántos días. El tiempo en estos tiempos se cuenta con números de contagiados, ayer alcanzamos más de un millón. Miro el calendario en mi habitación. Olvidé cambiar la hoja desde febrero y marzo quedó vacío. ¿Cuándo volveré a anotarle una cita para ir al cine o tomar un café?

Seis relojes me observan desde mi buró, uno está muerto desde el año pasado, no le cambié la pila. No sé si los demás trabajan o también están en cuarentena. Antes de estos tiempos virulentos no podía salir de casa sin llevar un reloj en la muñeca. “¿Para qué usas reloj si el celular te da la hora?”. “Me parece que el reloj es de los pocos accesorios que nos quedan a los hombres por usar”, contesté. Además, ¿qué es de un hombre sin un reloj que administre su tiempo con horas, minutos y segundos?

Despierto y desayuno, reviso la computadora y preparo el almuerzo, veo el conteo de los nuevos muertos e infectados, miro alguna serie policiaca, ceno y me pierdo en el mundo de los sueños. En esta cuarentena no hay tiempo, sólo espacio, y ése también ya es escaso. Me olvido de las horas y comienzo a actuar de acuerdo con los rayos del sol. Un rayo entre las cortinas me despierta, otro rayo en el balcón me avisa cuando tengo que entrar a preparar el almuerzo y, poco antes de la cena, los últimos rayos atraviesan el cielo lleno de nubes grises y anaranjadas. El ciclo se repite ad infinitum.

Clase de Morfofisiología Animal 1-BL 312: “Todos los organismos eucariotas muestran algún tipo de variación rítmica fisiológica asociada a cambios ambientales de luz y temperatura. Los ritmos fisiológicos se sincronizan con los cambios ambientales por relojes circadianos”. Observa su reloj el profesor Vergara y sigue: “Los ritmos circadianos determinan los patrones de sueño y de alimentación de los animales, también la actividad hormonal y cerebral, y hasta la replicación de nuestro ADN”. Tic tac, quiero que termine la clase.

Mi abuelo materno mantuvo a su familia gracias a su puntualidad y a cientos de relojes que distribuía por todo el país en un Volkswagen. Sus jefes, los señores Schultzen, salieron de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial con un mecanismo de reloj que marcaba con precisión las horas, como si se tratara de una bomba. En la Ciudad de México fundaron la empresa de relojes Mauthe y mi abuelo Jorge ganó a pulso su empleo por la puntualidad hiperbólica que lo caracterizó.

El reloj interno de mi abuelo se detuvo hace unos años, sin manera de volver a darle cuerda a su vida. Todavía me asomo a las viejas relojerías para encontrar relojes Mauthe a los que pudo dar cuerda y poner a tiempo con sus manos alguna vez. Lo extrañaré hasta el final de mis tiempos.

Tengo un reloj favorito, no porque sea bonito o elegante, sino porque hace un hermoso tic tac cada segundo con su mecanismo suizo. Me gusta estar en un lugar silencioso y sorprenderme con el sonido de su manecilla negra. Tic tac, se escucha cada segundo, y me pregunto si mi corazón será un mecanismo tan preciso como el de mi reloj suizo. ¿Cuál se detendrá primero?

Vuelvo a entreabrir los ojos, no sé si está amaneciendo o apenas va a anochecer. Estoy perdido en un mundo sin tiempo en donde van y vienen días sin sentido, en donde el próximo mes se esconde debajo de algún otro mes en mi calendario de pared. Estoy extraviado en un breve espacio en el que los relojes no quieren marcar ni el próximo segundo. Creo que el virus se metió con un estornudo hasta mi corazón y descompuso la maquinaria de mi reloj circadiano.

Solamente queda la noche y el día; sin embargo, bajo mis cobijas siempre es de noche y frente al televisor todo el tiempo es de día. Vivimos como esclavos del tiempo. Hoy no estoy seguro de si extraño ser preso de los tiempos cronometrados o si prefiero vivir con la ausencia del sonido de mi reloj suizo. Extraño aquel tic tac, pero extraño más a mi abuelo.

¿Será que el virus se metió a nuestras entrañas y ajustó nuestro reloj circadiano? El tiempo lo dirá, si es que un día vuelve. Cierro los ojos nuevamente y entro en mi máquina del tiempo. Se escucha el tic tac y cuando los abro mi abuelo me espera puntual del otro lado de mi sueño. Por favor: cuando termine la cuarentena no olviden darle cuerda al mundo; yo regreso en un minuto, que voy a soñar con otros tiempos, posiblemente por toda una eternidad.

4 de abril de 2020



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Héctor Perdomo Velázquez (Ciudad de México, 1978). Biólogo y maestro en Ciencias Biológicas. Autor de textos de divulgación científica, notas para Gaceta UNAM, suplementos para la revista infantil Helix CONACYT y guiones para el programa #DPintaRadio. Actualmente vive en Costa Rica.



 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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