CUENTO / abril-junio 2020 / No. 85-86
Fuego en cuarentena

El día comenzó como cualquier otro de esta cuarentena. Desperté, fui al baño, preparé té negro y me dispuse a leer Los detectives salvajes. Preparé el desayuno con mi hermana, mis papás habían ido al seguro con mi abuelo (tiene problemas de salud). Continué leyendo hasta la una de la tarde, más o menos. Vi pedacitos de Camp Rock con mi hermana. Me metí a bañar para mi clase de inglés en línea. Un rato después, cuando nos encontrábamos en nuestras respectivas habitaciones, escuchamos un ruido extraño. Sonó como si algo se hubiera caído, tal vez un control o una maceta. Ninguna de las dos fue a ver. Pasó otro rato, me dirigí a lavarme los dientes y me percaté de un olor a quemado. Creímos que había sido un foco o el filtro de agua de Simón (la tortuga de mi hermana). Había humo por todas partes, lo seguimos hasta la habitación de mis padres:

—¡Güey, fuego! ¡No es broma! —le dije a mi hermana.

Ella tomó el teléfono y comenzó a marcar números al azar. (Más tarde hicimos el chiste de que le quería llamar a Dios). Yo tomé el garrafón de agua, estaba casi lleno, y me dirigí hacia el fuego: vacié el agua sin pensarlo hasta que, de un momento a otro, ya sólo se percibían cenizas y muchísimo humo. Asustadas, llamamos a papá. No podíamos ni hablar del susto: jamás habíamos visto tanto fuego, ni tan de cerca. Nos pusimos cubrebocas y fuimos a analizar lo ocurrido: un celular había explotado. Así, de la nada. Ni siquiera estaba cargándose. Las bolsas de mi mamá, su maquillaje, un tapetito que tejió mi abuelita Cristina, parte del buró y otros objetos quedaron hechos ceniza.

El resto del día se trató del análisis del evento: de imaginar qué hubiera sido de nosotros, de nuestras pertenencias, ¡de la casa!, si no hubiésemos estado en cuarentena. Era lunes al mediodía, todos en casa tienen ocupaciones a esa hora. Nadie habría estado en casa si no fuera por la cuarentena.

No podía creer la fuerza inmediata que tuve para cargar el garrafón. Dicen que fue la adrenalina, la mente… Para mí fue como cargar una botella de shampoo.

Mi clase de inglés se canceló, la casa seguía oliendo a quemado y el agua del garrafón sabía a humo. Parecía como si al dispensador de agua se le hubiera acabado la pila en el momento preciso, pues el garrafón estaba descubierto, como listo para apagar un incendio. Creo que lo que más me dolió perder fue el tapetito. Era morado y rosa, mi mamá lo ponía para cubrir el buró. En realidad detuvo un poco el fuego antes de abrasar por completo el mueble. Un objeto hecho a mano por alguien de mi familia que jamás conocí. ¿Qué habrá pasado por su mente mientras lo tejía? Imagino si pensó, de pura casualidad, en fuego. Ese tipo de pensamientos involuntarios que surgen de la nada.

Diez segundos más y el fuego habría abrasado el colchón de mis padres y el resto de los objetos de su habitación. Habría sido irreparable o, por lo menos, mucho más triste. Qué bueno que me dieron ganas de lavarme los dientes en ese momento. Recuerdo que pensé: “Aún falta tiempo para la clase”. Es decir, dudé en ir o no al baño. Por suerte, me gusta lavarme los dientes mientras me paseo por casa. Un hábito cotidiano salvó un día.

Parece mentira, pero últimamente he pensado mucho en fuego. Las canciones que escucho o los poemas que leo me recuerdan al fuego… Y, justo cuando escribo esto en mi diario, regreso un par de días atrás; un cerro cercano a mi casa se incendió y escribí esto:

Hoy se incendió un cerro.
Olí el fuego desde la ventana,
hacía mucho calor adentro y
afuera, era fuego.
No puedo salir de casa.
Debería poder abrir la ventana,
pero hay dos significados distintos de calor.
Afuera hay llamas, hay tragedia.
Adentro hay sudor, hay torpeza.
El aire está caliente
y la calle huele a quemado.
El incendio es noticia
dentro de la noticia.
Al final del día,
todo será fuego.

¿Qué está sucediendo? Hay fuego afuera que reparte un olor extraño por toda la ciudad. Hay fuego adentro que reparte un olor extraño por toda la casa. Me asusta y, al mismo tiempo, me sorprende la coincidencia. Hay demasiado calor últimamente.


Más crónicas aquí...



Sarah Angélica Cruz (Nezahualcóyotl, Estado de México, 1999). Estudiante de Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha asistido a talleres de creación literaria, ilustración y fotografía. En 2019 obtuvo el tercer lugar en el concurso interno de la categoría Cuento del taller de creación literaria El Vagón de CCH Sur.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

Punto en Línea es una publicación bimestral editada por la Universidad Nacional Autónoma de México,
Ciudad Universitaria, delegación Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, a través de la Dirección de Literatura, Zona Administrativa Exterior, edificio C, 3er piso,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, teléfonos (55) 56 22 62 40 y (55) 56 65 04 19,
http://www.puntoenlinea.unam.mx, puntoenlinea@gmail.com

Editora responsable: Carmina Estrada. Reserva de Derechos al uso exclusivo núm. 04-2016-021709580700-203, ISSN: 2007-4514.
Responsable de la última actualización de este número, Dirección de Literatura, Silvia Elisa Aguilar Funes,
Zona Administrativa Exterior, edificio C, 1er piso, Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México,
fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

La responsabilidad de los textos publicados en Punto en Línea recae exclusivamente en sus autores y su contenido no refleja necesariamente el criterio de la institución.
Se autoriza la reproducción total o parcial de los textos aquí publicados siempre y cuando se cite la fuente completa y la dirección electrónica de la publicación.