Los humanos me parecen cada vez más extraños, son como un bote atestado de pelotas de colores: no sabes cómo van a ser, ni cuál será su tonalidad. El padre panzón y la joven de cabello corto son los raros aquí, nunca suelen hablarse y eso que son iguales de la cara. Nuestra casa es grande, un poco vieja y también está llena de cosas. Yo soy un simple polizón blanquecino de una familia parpadeante, como mis pasitos por tejados en las noches. Por eso digo que no entiendo a los humanos, son una especie rara.
—Yo no sabría qué decirte, siempre haces lo que quieres —exclamó el padre mientras a la muchacha le caía una gota salada por la mejilla. Yo escucho todo, soy el consentido de la casa y por eso confieso que me extrañó ver hablar a ese par.
—Esta vez la situación se me sale de las manos. No quiero lastimar a ninguno de los dos y yo tampoco quiero salir herida —contestó la mujer. La madre y la hermana menor presenciaban quietecitas la conversación. En 15 días de encierro no habían intercambiado más palabras en el comedor. A mí me daba gusto, ambos me consienten por su lado.
Nota 1: Es difícil ser un gato en estos tiempos. Yo no los entiendo ni se por qué ya casi no salen.
Nota 2: Se ven graciosos con esas cosas azules en sus hocicos.