CRÓNICA / julio-septiembre 2020 / No. 87-88

La libertad de estar dentro


Faltaban escasas dos semanas para el anhelado viaje que realizarían mis padres a Nueva York cuando todo comenzó. Como una bomba de neutrones, que tras la explosión extiende una poderosa onda expansiva de radiación amarilla e información mediática, la noticia resonó desde China hasta los lugares más lejanos del planeta. El miedo, como una neblina que ciega la razón, se diseminó infectando a más personas y mucho más rápido que el propio virus. Las noticias llegadas de Asia y Europa comentaban sobre la desconocida naturaleza del virus y, con aflicción, enumeraban los lamentables decesos de los primeros contagiados; sin embargo, por alguna extraña razón, el énfasis recaía en el desplome del petróleo, la cancelación de los vuelos, el cierre de fronteras, y en que la economía —según expertos— entraría en una recesión histórica. En la Ciudad de México, con el anuncio de la suspensión de clases, se iniciaba formalmente la cuarentena.

Por las mañanas, mirando a través de la ventana esa apacible ciudad en reposo, mucho más limpia que de costumbre, pensaba en lo bello que debían de ser Londres, París, Nápoles, y Nueva York, sin el bullicio y la infinita masa de gente con el celular en la mano tomándose selfies.

Para ser sincero: no me disgusta y mucho menos me asusta la idea de quedarme en casa. Me habita un sentimiento antropofóbico, una irritación desmedida acompañada de altos niveles de estrés cuando me encuentro en lugares muy concurridos —como la universidad, el metro, las plazas comerciales—, y esto termina por ocasionarme un terrible dolor de cabeza que sólo se calma en la libertad de una habitación vacía. Desde pequeño discrepo de los ideales sociales, distingo esa hipocresía disfrazada de solidaridad en las tragedias más grandes: hombro con hombro, mujeres y hombres unen sus esfuerzos para superar las adversidades y semanas después olvidan esa falsa empatía, transitan en sus automóviles con la indiferencia como rostro, mentando madres a todo mundo con el claxon o resaltando las infinitas brechas de desigualdad socioeconómicas.

Los días transcurrían lentos y para mí la cosa iba a pedir de boca. Tenía tiempo de sobra para leer, escuchar música mientras realizaba los quehaceres y tomar clases en línea, todo sin contacto con el mundo exterior. En contraste, mi hermano entraba en mi habitación maldiciendo por no poder salir de casa, se tiraba en el sofá, revisaba a cada instante el teléfono esperando encontrar alguna notificación o hacía extensas videollamadas con su novia. Yo me conformaba mirando con mesura tu foto de perfil. Te ves tan linda con el cabello recogido y esas gafas redondas para el sol, al mero estilo de Janis. ¿Qué estarás pensando en este instante?, ¿dónde estarás?

Por las tardes, el hermano de mi madre venía a la visita casi obligada, con el pretexto de tomarse una taza de café. Entraba en la sala con la frase: “vaya arruinada que te dieron con el viajecito, cuñado”. Reía mientras palmeaba la espalda de mi padre. Platicando se alargaba la tarde hasta rozar la noche. Es médico, pero tiene más perfil de sociólogo; aseguraba que se había iniciado, lo mismo que en el siglo pasado, una carrera tecnológica con un nuevo objetiva: la creación de una vacuna; “la nueva guerra fría”, decía. Se marchaba entrada la noche, después de la cena y una copa de vino.

Debo aceptar que las cosas en algún momento se pusieron densas. Cadáveres en las calles, suicidios en videos, pobladores que amenazaban quemar un hospital si recibía infectados por el virus. Recuerdo aquella tarde cuando mi mamá me pidió que la acompañara a hacer compras: la paranoia colectiva había llegado a tal grado que el suministro de toda una semana en el supermercado se acabó en un día; “a alguien se le están hinchando los bolsillos”, afirmó mi madre mientras sonreía. Ante la mirada encrespada de otros desafortunados compradores, tomamos algunos despojos mal acomodados.

Estoy soportando la cuarentena, diría yo, como un estoico. Claro es que tu recuerdo me ha allanado bastante el camino. Eres la única persona con la que realmente deseo convivir. Por mi ventana observo y, mientras reflexiono con asombro acerca del derrumbe de la economía mundial y —sobre todo—de una sociedad que se cimienta en una doble moral, oigo los pleitos bastante subidos de tono de mis vecinos, la pareja que hace un tiempo llegó tan enamorada a vivir a la casa de enfrente. Ambos tan exitosos: viajes de negocios, vida profesional activa; después de un par de semanas de hacer pie en casa, parece que ya no se soportan.

Ante la incertidumbre que genera lo desconocido tomé la decisión: esta noche te enviaré una solicitud de amistad.



Iván Gutiérrez (Ciudad de México, 1987). Es egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha colaborado en la revista Pretextos literarios por escrito.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

Punto en Línea es una publicación bimestral editada por la Universidad Nacional Autónoma de México,
Ciudad Universitaria, delegación Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, a través de la Dirección de Literatura, Zona Administrativa Exterior, edificio C, 3er piso,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, teléfonos (55) 56 22 62 40 y (55) 56 65 04 19,
http://www.puntoenlinea.unam.mx, puntoenlinea@gmail.com

Editora responsable: Carmina Estrada. Reserva de Derechos al uso exclusivo núm. 04-2016-021709580700-203, ISSN: 2007-4514.
Responsable de la última actualización de este número, Dirección de Literatura, Silvia Elisa Aguilar Funes,
Zona Administrativa Exterior, edificio C, 1er piso, Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México,
fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

La responsabilidad de los textos publicados en Punto en Línea recae exclusivamente en sus autores y su contenido no refleja necesariamente el criterio de la institución.
Se autoriza la reproducción total o parcial de los textos aquí publicados siempre y cuando se cite la fuente completa y la dirección electrónica de la publicación.