ENSAYO / julio-septiembre 2020 / No. 87-88
Diario en cuarentena


1

Mejor #QuédateEnCasa, si sales que sea por algo de primera necesidad y con sana distancia. Lávate las manos o usa alcohol en gel tantas veces como sea posible, estornuda (o tose) con etiqueta, usa cubrebocas si tienes síntomas asociados a covid-19 y, nuevamente, mejor #QuédateEnCasa; si no vives solo, también invita a Susana Distancia. Limita aún más el contacto con personas que tengan mayor riesgo de padecer enfermedad grave. Debemos reducir la velocidad de contagio, aplanar la curva, esto no se va a resolver pronto, al final lo más complicado serán las consecuencias económicas (para quienes no hayan perdido la vida o a un ser cercano); al menos la mitad de la población en México vive al día y no puede dejar de trabajar, pero aunque decidan no parar la situación de aislamiento generalizado está reduciendo sus ya de por sí limitados ingresos. Éste debería ser el último estertor del modelo económico que sistemáticamente ha estrangulado los sistemas de salud y precarizado el empleo.

A estas alturas, el confinamiento ha despertado al pequeño epidemiólogo que llevamos dentro. Doctorado honoris causa para todos los que hemos seguido las declaraciones de los expertos, tanto del gobierno como de la academia (e incluso de uno que otro articulista): más control vía pruebas de laboratorio vs. más control vía estadística; no puedes enfrentar lo que no conoces vs. el conteo es la estadística más básica.


2

Una sombra de malas noticias ha ido cubriendo al planeta durante todo el año; aun con los últimos haces de luz, desde el otro lado del Atlántico vimos cómo poco a poco se oscurecían Asia y Europa; esperar lo largamente anunciado aumenta la desazón; con poco margen de maniobra, hemos visto la llegada de la noche sin saber cuántos seguiremos aquí al amanecer. Lo paradójico es que en estos tiempos digitales el encierro provee más información que la calle: (primero) desde nuestras casas embebidos en pantallas coloridas miramos la cuenta regresiva, (enseguida) vivimos en tiempo real el inicio y vimos emerger los primeros números y (aún) seguimos esperando el violento coletazo de la curva que más allá de aplanarse parece comenzar a erguirse como un caballo que relincha antes de pegar la carrera para adentrarse en la penumbra de lo que podría ser una noche muy larga. Y al final, acatando las medidas de salubridad, en la medida de lo posible, esperamos que no suceda. Somos fuertes.


3

Ten cuidado de a quién tocas, más aún a quién abrazas y mucho, mucho más a quién besas; básicamente podrías morir o causarle la muerte a alguien más. Pero, ante todo, no hay que ser alarmistas. “No es miedo, sino precaución”, ¿o cómo era?

La mayoría de los niños no padece enfermedad grave. Si de por sí vivíamos en una era en la que la infancia dura hasta entrados los 40, con esto el país entero podría estar festejando el próximo 30 de abril, a ver si en una de ésas logramos pasar inadvertidos ante la covid-19.


4

En esta era de sobreinformación, desinformación e interacciones remotas, de pronto surgió un virus que nos obligó a encerrarnos. Sí, la sociedad regida por un modelo económico que ensalza el individualismo como mecanismo de superación o supervivencia de pronto se ve inmersa en una situación que restringe la movilidad y el intercambio entre personas (casi de cualquier tipo para desventura nuestra). Es tiempo de poner en práctica el instinto de supervivencia modelado por aires de superioridad para ir al supermercado a acaparar todos los alimentos de lejana caducidad y químicos para limpiar y desinfectar porque al parecer acabamos de descubrir la importancia de la higiene; no olvidemos el papel higiénico, en tiempos de crisis hasta un paquete de 32 rollos hace de trofeo, una clara muestra de superioridad sobre el resto de la especie.

Entonces estamos listos para ir al encierro voluntario llenos de provisiones, lejos del peligro, y mirar desde la televisión (no sin algún gesto de desaprobación) a las personas que no tienen oportunidad de hacer lo mismo; “pobres, alguien debería hacer algo”. Mientras los mercados bursátiles secan sus lágrimas con pañuelos (desechables, estamos en contingencia) de seda bordados en oro, los mercados populares se mantienen activos en el día a día: “Seguiremos hasta que el coronavirus nos mate”. Aunque no es lo mismo dejar de ganar que empezar a perder, en esta crisis perderemos todos.

De forma paralela, en otro canal, en las redes sociales los niños entrados en los 40 y algunos otros menores seguimos haciendo chistes sobre nosotros mismos, escarnio sobre los demás y odiando a los que no piensan lo mismo que nosotros. Algo padecemos últimamente que politizamos cualquier cosa aun más que los políticos mismos. Nos aislamos para reducir la propagación del virus SARS-CoV2, una acción colectiva y de cierta manera solidaria; me cuido y te cuido, pero a la vez no dejamos de esparcir la rabia nuestra, envileciendo prácticamente cualquier cosa que mencionamos. “Todos los demás son una bola de idiotas, menos los que coinciden conmigo”. Seguir el hilo de una conversación virtual equivale a presenciar una serie de pataletas y berrinches porque el otro simplemente no quiere darnos la razón. Somos unos niños con cierto poder adquisitivo y la casa sola. Las redes sociales pensadas como un recurso para la difusión de una amplia diversidad de opiniones también terminaron como los vertederos de las frustraciones de una sociedad que no sabe convivir en la cercanía pero aun menos en la distancia. “Cuando las personas tienen la libertad para decir lo que quieren, suelen imitarse unas a otras”, dijo Hoffer. Ya para qué hablar del ominoso ejercicio de la difusión de noticias falsas y demás instrumentos de desinformación.


5

Salir a la calle por lo indispensable (o simplemente mirar desde la ventana) y encontrarse calles, parques y explanadas vacías. El fin del mundo me lo imaginaba parecido pero con menos luz; no deja de ser paradójico atravesar una pandemia con estos días así de soleados y cielos casi inalterados. El planeta estará mejor mientras más quietos estemos los seres humanos, que en afanes de invencibilidad hemos invisibilizado sistemáticamente al resto del ecosistema del que no obtenemos beneficio directo, pasando por alto que, antes de estallar, cualquier sistema siempre buscará liberar la presión acumulada por todos los medios posibles, aun los más insospechados. Al menos esta vez no ha estallado. Toda nuestra ciencia y toda nuestra tecnología (encomiables a todas luces) nos están valiendo únicamente para reducir las pérdidas, lo que equivale a colocarle un guante al puño que violentamente se nos aproxima directo al rostro, que aun así nos dejará en la lona por algunos segundos, pero al menos no terminará consumando el nocaut.


6

Otro día más sin dejar entrar al virus. Nunca pensé que no infectarse se convertiría en trabajo de tiempo completo. En esta pandemia, de cierta manera, todos nos hemos enfermado antes de ser infectados.

Todo mi reconocimiento y admiración para las personas que ahora mismo trabajan incansablemente para superar esta crisis, especialmente para las y los profesionales de la salud.


7

De nueva cuenta una ojeada al mundo del Internet, quién diría que ahora desde el encierro es más fácil mirar hacia el exterior que al interior. El morbo de los detalles, el protagonismo exacerbado, todo eso que tanto nos gusta, gratis, “mírenme mientras tengo un comportamiento responsable pero respeten mi privacidad después”. Grupos de personas aprovechando la contingencia para saquear tiendas, otros más “sofisticados” especulando con artículos de primera necesidad que a fuerza de acaparamiento se han agotado (personas a ras de suelo tanto como empresarios). Dicen que las crisis sacan lo mejor y lo peor de las personas, pero largamente adoctrinados en el individualismo, “háganse a un lado que voy a sobrevivir”. En fin, mejor mirar y agradecer a todos los que en esta crisis han sacado lo mejor de sí mismos.

Algo en lo que coinciden propios y extraños, una de las raras coincidencias, es que esta contingencia algún día pasará y que las pérdidas humanas y económicas serán enormes. La pregunta que nadie ha podido responder todavía es qué vamos a hacer al día siguiente. Al parecer todavía nos queda un tramo largo para averiguarlo.


Ciudad de México, abril (que te quiero mayo) de 2020






Yasser Márquez Verástegui (Ciudad de México, 1979). Estudió Ingeniería Química y Ciencias de la Comunicación en la UNAM, así como el diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la SOGEM.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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