SIETE CUENTISTAS EN EL ENCIERRO / julio-septiembre 2020 / No. 87-88
Siete cuentistas en el encierro
Taller online de narrativa | Literatura UNAM

Desaparecidos

 

Al margen de Rubén Blades



Ayer en la tarde, Daniela, la hija de doña Moni, la señora del puesto de tacos, vino a platicar con mi mamá, quesque para hacerle una senclanza de su vida o sabe qué cosa. Se lo encargaron de tarea. Yo la verdá no quería dejarla pasar porque “caras vemos, virus no sabemos”, y con eso de que hay que cuidar a los viejitos y yo soy la única que la cuida, para qué quiero: le pasa algo y ahora sí no me la acabo. Aunque ninguno de mis hermanos está al pendiente de ella, para reclamarme ahí sí están bien puestos. Pues sí me daba miedo, pero la muchacha me cae bien porque es muy seriecita y estudiosa y ahora con la cuarentena anda bien apurada vuelta y vuelta a las computadoras mandando tareas, y por eso la dejé entrar.

Más que nada lo hice por darle una alegría a la viejita, que se puso muy contenta porque la habían venido a visitar. ¡La cara que puso al acordarse de tooooda su vida! Y se reía harto. A ratos parecía que sus ojos estaban viendo todo lo que contaba: se le hacían grandes, pequeñitos, tiernos, y creo que vi que le brillaron algunas lágrimas.

Al menos le di el gusto de que disfrutara su única visita en mucho tiempo, porque los cabrones ingratos de mis hermanos Víctor y Andrés nunca se dan el tiempo de venir a verla. Yo siempre la he visto sufrir por eso y en las noches hasta llora: hace como que tose, pero yo sé que está llorando. Por eso me valió la regañiza que me pusieron mis hijos cuando llegaron. Pero a mí no me la ganan: me defendí como siempre lo hago y les dije que aquí la casa, la banqueta y la calle siempre han estado bien limpias, con o sin virus; que yo sí le hago caso al Catel ése y que por eso nos sentamos bien separadas tomando la Susana Distancia; que a cada rato nos ponemos gel, que Dani hasta traía su cubrebocas y que, como aquí no tenemos, pa’ no quedar mal le tapé la boca a mi mamá con una pañoleta —de mensa les digo que, tan pronto la historia tomó vuelo, luego luego la dichosa pañoleta también agarró vuelo cuando la viejita se la quitó y la aventó con una fuerza que hacía mucho tiempo no le veía—.

Daniela se fue, pero dijo que iba a regresar porque quería que mi ma le contara historias de fantasmas y brujas. Se quedó feliz y después, en la merienda, tomando su café, trataba de recordar historias de brujas y fantasmas. Y yo callada, nomás pensando cuánto bien le hace a uno el contacto con la gente. Hemos condenado a los viejos a una brutal cuarentena. Tiemblo nada más de pensar en el día en que Víctor y Andrés tengan que dar cuentas por la inmerecida cuarentena que han hecho pasar desde antes, todos estos años, a su madre.

Después de ver la comedia y a Catel, la llevé a dormir y la dejé arropadita y feliz. Lo siguiente fue dar de cenar a los chavos y hasta ese momento pude sentarme a fumar mi acostumbrado cigarro… Ahora era yo la que pensaba en cosas de fantasmas, de aparecidos y desaparecidos, que para mí no son precisamente los muertos. Recuerdo siempre un pedacito de una poesía que me enseñó mi pa cuando niña: “mas no son los muertos los que en dulce calma reposan en las tumbas frías, muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía”. Ésos son los verdaderos muertos y a ellos hay que temerles.

Yo creo que nunca se me olvidó eso porque fue como una profecía para las mujeres de esta familia y sus hombres. ¿Por qué a veces los hombres se mueren por dentro? ¿Por qué se vuelven tan creídos y egoístas? ¿Por qué tranquilamente llegan a joder la vida de una mujer que tuvo la mala suerte de amarlos? Siempre pensando que son lo máximo porque ellos escogen a la mujer, y así pueden escoger a varias, y así joden su vida, las de sus mujeres y las de sus familias. Están con una familia y extrañan a la otra, y al revés. Viven entre el remordimiento —digo yo—, la desazón y la añoranza. No tienen paz, ni hogar, ni son de ningún lado. Yo lo viví.  

Hombres que son como un hotel de paso, de una noche, de un rato, de entrada por salida, intermitentes como las luces de navidad. ¿De qué sirve lo intermitente si eso nunca llena la ausencia?

Tarde o temprano esos “desaparecidos” también desaparecen ante la ley. Lo malo es que casi siempre pasa más tarde de lo esperado, cuando ya hicieron mucho daño. ¡Vaya que ha habido de éstos en la familia! Mi papá, el mala entraña innombrable, dos que tres cuñados y mejor ni le sigo… Yo creo que por eso mi ma siempre dice: “Que los quemen a todos en leña verde”, aunque su semblante y su sonrisa le restan lo negativo a sus palabras.    

¡Ay, Dios! ¡Cuántos fantasmas todavía vagan entre las paredes de esta casa! Lo malo es que de ahí se pasan a mi mente y… ¡Sí que me han hecho tonta todo este tiempo! Cuando parece que ya se fueron por completo, siempre encuentran la manera de venir a molestar cuando les da su regalada gana.

Tengo que encender una veladora para ahuyentarlos, seguro quieren que rece por ellos. Por eso vienen, pero también rezaré por nosotras: “Glorifica mi alma al señor y mi espíritu se llena de gozo al contemplar la bondad de Dios mi salvador, porque ha puesto la mirada en la humilde”. Dios mío, dales paz a sus almas y también a las nuestras. Amén.

Ahora a buscar… ¡Aquí está el mentado libro! Mañana se lo leo a mi ma para que escoja entre estas historias. Sería muy malo si el espíritu de nuestros desaparecidos se hiciera presente de nuevo en esta casa... No hay que espantar a Danielita con fantasmas tan terribles.






Gloria Libertad Juárez San Juan (Tamuín, San Luis Potosí, 1960). Especialista en literatura popular, es doctora en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y estudió en el Conservatorio Nacional de Música. Ha publicado varios textos académicos en volúmenes publicados por la UNAM, El Colegio de México, el Centro Virtual Cervantes y el Fondo de Cultura Económica.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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