SIETE CUENTISTAS EN EL ENCIERRO / julio-septiembre 2020 / No. 87-88
Siete cuentistas en el encierro
Taller online de narrativa | Literatura UNAM

Sola



Me mudé al departamento hace tres meses, tras mi divorcio. El lugar no es nada lujoso. Consta de una recámara, sala-comedor, cocina, baño y todo lo que necesita una persona soltera para vivir sin la sensación abrumadora de que habita un espacio vacío. Además, la unidad habitacional cuenta con seguridad y los vecinos parecen buenas personas. El único problema que encontré fueron los columpios del área común que suenan a diferentes horas durante todo el día y a veces en las noches.

Al principio me molestaba, sobre todo porque unos jóvenes solían hacer ruidosas fiestas en las que acostumbraban salir a columpiarse. Una vez, en una de esas borracheras nocturnas, pensaron que sería buena idea que uno se parara sobre un columpio y que otro empujara el columpio hasta que aquél inevitablemente se cayera. Me asomé por la ventana con la intención de decirles que se callaran, que intentaba dormir, pero no me atreví: sólo los vi un momento y volví a cerrar las cortinas.

Como trabajo desde casa, asomarme por la ventana durante el día se volvió un hábito. Así supe que quienes usaban los columpios eran casi siempre los mismos, y aprendí sus rutinas. Los niños recién salidos de la escuela se tomaban un tiempo para columpiarse antes de llegar a casa, a veces algunos alumnos de secundaria llegaban a quitarles el lugar a los más chicos y, más tarde, los columpios servían para los otros “juegos”. Con el paso del tiempo me acostumbré al sonido de los columpios y dejé de asomarme con tanta frecuencia. El ruido se volvió un recordatorio de que había más gente allá afuera, de que no estaba realmente sola aunque así me sintiera.

Por eso, cuando empezó la cuarentena, pensé que extrañaría el ruido y que ya no habría nada que me sacara de mis propios pensamientos. No tenía cómo saber que los columpios no dejarían de sonar, aunque ya nadie los use.

Al día de hoy, cuando suenan, prefiero que las cortinas permanezcan cerradas.








Ámbar Carreón Cruz (Huauchinango, Puebla, 1997). Tiene estudios de música y danza. Actualmente cursa la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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