RESEÑA / junio-julio 2021 / No. 93
Padres sin hijos, de Hiram Ruvalcaba



Padres sin hijos
Hiram Ruvalcaba
Monterrey
Universidad Autónoma de Nuevo León, 2021

 

portada de Retrato de una familia en pedazosLa paternidad es un estado circunstancial que se aprende conforme pasa el tiempo: ejercerla es un tipo de aprendizaje, el aprendizaje nace del error y errar es humano. Ser padre es también una gran responsabilidad que anuncia una serie de sacrificios que cambian la vida por completo. Su desarrollo es una práctica compleja con muchísimas aristas: no es posible dar matices concretos a un tema tan versátil, pues en su materia abstracta, puesta a discusión, habrá siempre un grado considerable de claroscuros: en la práctica, ser padre tiene más caras que un dodecaedro.

El padre nace cuando el hijo existe. En definitiva, no se nace sabiendo, y no se aprende en su totalidad: es un proceso constante que requiere de firme atención, refuerzos, estrategias y, también, de mucha capacidad de análisis, observación y, quizá, resignación: los hijos pueden no ser lo que se espera de ellos y, a su vez, uno puede ser un muy mal padre. Es difícil, a su vez, informarse sobre el tema, pues hay siempre un enfoque social que se dirige a la mujer: el material que instruye a la madre es, por mucho, más abundante, pues los roles de crianza se asignan casi exclusivamente a las mujeres; por el contrario, es casi nula la instrucción del padre. La arquitectura social, con sus rasgos de disparidad involuntaria, puede también mermar una intención.

En la vida hay cosas cuya ausencia es imperceptible, la paternidad no es una de ellas. Un padre que va y viene y que no se decide a estar, o que simplemente no está, hace de su No-presencia un personaje tangible que mella el núcleo familiar. En este país los padres se ausentan. Sería grato decir que, a raíz de las nuevas teorías que impulsan a la evolución de un nuevo tipo de masculinidad, mucho más inclusivo y responsable, las cifras disminuirán a futuro. Esto, sin embargo, no es cuestión de género, sino de compromiso. Pese a todo, pese a la importancia de la figura paterna como un algo imprescindible en el proyecto familiar, el padre varón queda relegado ante la figura materna: el apego suele ser distinto y la propia construcción social asume este esquema como algo correcto e inamovible. El padre se limita a proveer; la madre se encarga de criar y de hacer aflorar el producto de la educación sentimental. Los padres, por lo que se sabe de boca en boca, no tienen rasgos de sensibilidad: nada los conmueve, son de sentir estéril y carácter duro: su figura es, muchas de las veces, punitiva y viene, también, de una reproducción sistemática del padre que tuvieron: otro más que, normado por el mismo estigma, contribuyó a la cadena interminable de conductas frías; es la madre quien se encarga de asumir el rol emotivo, en donde hay cabida para las cálidas muestras de afecto y el tiempo de ocio que crea los lazos familiares. Con el tiempo, la madre adquiere un puesto más cercano a la mitificación; el padre es, en este caso, un tipo de contendiente. No es fácil aceptarlo, pero sigue siendo raro ver a un padre que, a solas, cuida a sus hijos, sin que haya una figura materna al lado. Es mucho más fácil juzgar que ensayar al respecto.

Ante todo, debo ser honesto y asumir que no soy padre. Mis pensamientos sobre el tema son confusos, y todo lo que pueda decir viene desde un ejercicio de empatía y observación empírica. Debo decir que la paternidad me asusta. Es el miedo de la inexperiencia, como quien echa por primera vez la milanesa en el aceite hirviendo. Hay, sin embargo, obras funcionales y bellas, que ponen en tela de juicio el tan complejo tema de la paternidad. Toda esta serie de apuntes y breves reflexiones acerca del tema llegaron a mí a raíz de la lectura del nuevo libro de Hiram Ruvalcaba, notable narrador jalisciense, Padres sin hijos, de publicación reciente en la editorial de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

En este libro, el autor aborda el tema propuesto desde una postura valiosa, que muestra varios ángulos, en donde intenta responderse a sí mismo lo que implica el ejercicio de la paternidad. Son ocho cuentos que, con un eje temático evidente, muestran los rasgos de un ejercicio que no siempre llega a buen puerto. En sus cuentos hay padres buenos, padres malos y padres que, a secas, son inimputables, pues tienen razones válidas para armar una coartada. Pero hay también hijos rebeldes, poco flexibles, y en ellos se refleja el peso de las acciones, o el resultado de las decisiones que tomó su genitor.

La maestría de Hiram Ruvalcaba, que teje punto a punto cada frase del relato, crea historias crudas que muestran, sin ningún tipo de artilugio ni intermediario, la realidad de ser padre, el cómo es que también hay fracasos y malos ratos, en donde hay un sinfín de emociones y altibajos que nacen de la improvisación. El padre no es siempre esa pared inamovible que refleja frigidez.

Desde el primer cuento, “Visita familiar 1” (que es, a su vez, la puerta de entrada que remarca la estructura temática), en donde un convicto prófugo decide visitar a su hijo para llevárselo con él, Ruvalcaba parte con una intención: la de contarnos una buena historia, bien escrita, con picos que dan fe de su capacidad narrativa que a ratos recuerda el ambiente en las historias de venganza de Rulfo, que a su vez expresa algo más: un hito de reflexión sobre cómo se ejerce ese rol parental. Aquí, en esta historia, el padre es un mal sujeto que, sin embargo, intenta redimirse ante su hijo: quiere crear en él un recuerdo grato, no esa maraña de mentiras a las que se somete del diario: calumnias que lo dejan mal parado, y que, también, muestran la visión del antagonista: la abuela del niño, quien no dejará que su padre, el mal hombre, le haga daño y le llene la cabeza de malas ideas que lo echarán a perder. El resultado es caótico.

El segundo cuento, “Elefantes marinos”, es un relato duro, difícil de asimilar. Un cuento que muestra la preocupación del autor por lo que le pasa a sus personajes. Hay en su historia un impulso de empatía que nos pone a pensar en lo que haríamos de estar en la misma situación: un padre primerizo, atareado por los nuevos quehaceres que trae tener un hijo, está despistado, cansado, y en un lapso de momentánea confusión, olvida a su hijo por varias horas en la parte trasera del auto durante un día tan caluroso como un comal de tianguis. El cuento es crudo, triste, y difícil de asimilar. Impulsa a la especulación: cómo es posible que alguien pueda echar a perder su vida en tan sólo un descuido. Pero Ruvalcaba expone motivos, asume el papel del padre que es, también, asesino, y escribe un cuento sobrehumano. La pérdida, aquí, es doble: no sólo ha muerto el niño, sino también toda esperanza de recobrar la normalidad.

“Tiempo de calidad” es un cuento interesante, en donde se expone una dinámica  cada vez más común: la del padre lejano, casi elidido, que pretende pasar tiempo con el hijo o la hija que ha crecido a la sombra de esa ausencia. El padre de esta historia, que se muestra patético, casi perdido en su intento por ganar la confianza de su hijo adolescente, crea una falsa cercanía que no suple los años de huida. Hay, en esta historia que surge a partir de un accidente de carretera, una ruptura con ese vínculo que hace padre al padre e hijo al hijo: no sólo la muerte puede romper los lazos filiales, también la decepción, el hartazgo, conducen a que el hijo juzgue justa o injustamente al padre. El padre, en su afán por complacer a esa figura que cada vez lo mira más lejano, desdibuja los límites de su propia cordura, y revela la verdadera fragilidad de alguien que, en su abandono, ha perdido todo tipo de contacto o autoridad: el padre es, en esta historia, un reflejo de la debilidad y el juicio sometido a la presión de un rol que debe ser cumplido a rajatabla.

“La flor del aire” es, quizá, el cuento más ligero del libro. Una historia de amor no correspondido que podría desempatar con la temática; sin embargo, es un cuento ameno y emotivo que, dentro de todo el conjunto, resulta esperanzador: en el fondo se explora ese gesto de amor paternal que asume un enamorado cuando jura cuidar a esa persona que ama. Los motivos dejan de importar, y se sigue de lleno ese espíritu que nos impulsa a hacer cosas extrañas, como prescindir de un merecido descanso para salvar a un colibrí.

“La palabra de Dios”, otro de los cuentos más impresionantes del libro, muestra la maestría de su autor para encubrir dos hechos distintos que, hacia el final, revelan el mecanismo de una traición que no contaré aquí. La información cae de a poco, como una gota de brea, pero el hecho se infiere en todo momento y atrapa desde las primeras páginas. Un cuento con un aura ranchera que expone otro tipo de paternidad: aquella que se asume sin haber engendrado. En esta historia, un tío, Abraham, otrora vigoroso y varonil, que crió a los hijos de su hermano muerto por un lío de faldas, acude a la casa de su sobrino Agustín para conocer de su propia boca en dónde está el cadáver de Alberto, su hijo. Se ve muy maltratado, ya no es el hombre que alguna vez fue. Este cuento expone, a su vez, la visión de un buen padre que padeció el calvario de tener un mal hijo, uno que no ha hecho más que desgastarlo hasta los huesos. Las malas decisiones de los hijos pueden llevar a que los padres padezcan las verdaderas consecuencias. Un cuento magistral, de recursos limitados que, a su vez, tiene una serie de diálogos impresionantes que mantienen la tensión como una cuerda de violín.

En “Cómo mueren los pájaros” se nota un espíritu que empata con otro cuento, uno casi olvidado, de otro gran autor: “No entenderías”, de José Emilio Pacheco. En ambas historias, los padres se ven imposibilitados para explicar los malvados sucesos del mundo real: la crudeza de la muerte, el asesinato y la injusticia. En esta historia, Ruvalcaba expone una dinámica que anuncia un dejo de violencia y supresión, que sabe a crimen. El padre, un tipo estricto y duro, lleva a su hijo de cacería. De regreso a casa, un aroma extraño los orilla a un descubrimiento macabro. De pronto, se ven frente a frente con la violenta realidad que existe fuera de esa esfera familiar, y el padre se ve debilitado ante la posibilidad de que algo le pase a su hijo. Se vuelve más sensible y aprecia la existencia de ese niño que engendró. Por otro lado, el hijo admira la crudeza del descubrimiento fortuito, y hay algo en él que ha cambiado para siempre. Ambos ya no son los mismos.

“¿Por qué no hablas con él?”, es otro cuento tierno que, a su vez, esconde la historia de una pérdida que tiene un matiz desgarrador. Una pareja acude a comprar una elegante cuna a un precio inigualable, y allí conocen a un hombre viejo, desmotivado, que se ve momentáneamente feliz al ver la barriga de la mujer. El bebé que está en camino lo impulsa a demostrar sus instintos paternales, esos que, quizá, nunca pudo llevar a la práctica. Es un cuento emotivo que muestra el nacimiento de un padre, instruido por un hombre triste, que sufre en el interior y que, sin embargo, le da una lección valiosa.

El libro cierra con “Visita familiar 2”, un cuento a manera de coda que termina por redondear la estructura final. En esta historia vemos los hechos que suceden varios años después de lo acontecido en “Visita familiar 1”. El muchachito, ya crecido y convertido en hombre, acude a prisión después de recibir una llamada de su padre, que está a muy pocos meses de cumplir con su condena. La historia, pese a que han pasado ya varios años, muestra una relación que no ha cambiado en nada: ambos están allí sólo porque el mote de padre e hijo los ha orillado a la convivencia, pero en realidad no hay nada que los haga conectar más allá del lazo sanguíneo. La historia muestra, también, el peso de una relación por compromiso, que no tiene ningún tipo de futuro y que, sin embargo, se intenta cultivar, pues importa mucho mantener en pie esas relaciones familiares. El final es la crónica de una muerte anunciada. No se puede avivar lo que ya está muerto.

Padres sin hijos es uno de esos libros que refuerzan la idea de que el cuento es un género completo, que demuestran que la fabulación es también una herramienta para penetrar en los matices de un problema, que permiten ver las distintas perspectivas de cada uno de los participantes y que, también, apoyan y argumentan al respecto. Su materia permite reflexionar acerca de un tema complejo que, como ya se ha mostrado, tiene muchos puntos de discusión. Hay muchos tipos de paternidad, pero en todas hay emoción, duda y drama. Este libro es, sin duda, un ejemplo de arquitectura estricta, con un tema interesante, muy bien abordado, escrito con precisión y sin florituras. Un libro imprescindible para hacerse una idea del amplio espectro que constituye la paternidad.



Marco Antonio Toriz Sosa (Ixtapaluca, Estado de México, 1996). Narrador y ensayista. Fue becario del Curso de Creación Literaria para Jóvenes, convocado por la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Veracruzana, en 2015, 2017 y 2018, y becario del Festival Interfaz ISSSTE-Cultura, “Los signos en rotación” 2016. Fue reconocido en el Concurso de Punto de Partida 46 (segundo premio de Cuento), 48 (primer premio de Crónica) y 51 (primer premio de Ensayo). Ha publicado reseñas, ensayos, cuentos y crónicas en diversos medios impresos y digitales como Círculo de Poesía, Primera Página, Cuadrivio, Punto de partida, Punto en Línea y La Palabra y el Hombre, entre otros.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

Punto en Línea es una publicación bimestral editada por la Universidad Nacional Autónoma de México,
Ciudad Universitaria, delegación Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, a través de la Dirección de Literatura, Zona Administrativa Exterior, edificio C, 3er piso,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, teléfonos (55) 56 22 62 40 y (55) 56 65 04 19,
http://www.puntoenlinea.unam.mx, puntoenlinea@gmail.com

Editora responsable: Carmina Estrada. Reserva de Derechos al uso exclusivo núm. 04-2016-021709580700-203, ISSN: 2007-4514.
Responsable de la última actualización de este número, Dirección de Literatura, Silvia Elisa Aguilar Funes,
Zona Administrativa Exterior, edificio C, 1er piso, Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México,
fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

La responsabilidad de los textos publicados en Punto en Línea recae exclusivamente en sus autores y su contenido no refleja necesariamente el criterio de la institución.
Se autoriza la reproducción total o parcial de los textos aquí publicados siempre y cuando se cite la fuente completa y la dirección electrónica de la publicación.