ATALANTE / abril-mayo 2021 / No. 93
 

First cow, de Kelly Reichardt




First cow
Kelly Reichardt
Estados Unidos, 2019, 122 min



Un nido es el origen y también es una morada. Para anidar hay que descubrir un sitio pacientemente. Los pájaros edifican hogares. Ensamblan el rincón alto en el que otros nacerán para ser acogidos. Protegen para hacer crecer y para hacer emprender el vuelo de los espíritus hacia nuevas residencias. Almas domésticas, las aves nos enseñaron los apegos del nido. Casi siempre, las personas son como pájaros: seres en busca de un espacio que los domestique. Como dos amigos que, en un bosque incivilizado, caminaron y cocinaron en busca de un trozo de tierra al cual nombrar hogar. Dos viajeros que se reencontraron dos veces para descubrir un último reposo, y una genuina predestinación, al pie de árboles repletos de intemporales alcobas coronadas con plumaje. Porque un nido, a veces, es el lugar donde se está con otros en la vida o más allá de ella.

Mientras recorre los bosques de Oregon como cocinero de una expedición, Cookie (John Magaro) rescata a King-Lu (Orion Lee) tras encontrarlo a la intemperie. Es 1820 y el paisaje predomina alrededor. Días después, el cantonés desaparece repentinamente en la densidad del bosque. El caminante de Maryland continúa su ruta porque sabe que debe encontrar medios de sustento. En un saloon de una entonces cosmopolita, aunque naciente, ciudad, el cantonés y el americano se reúnen de nuevo inesperadamente. Al enterarse de que el Jefe de Factores (Toby Jones) ha llevado por primera vez a una vaca (Evie) hasta la localidad, Cookie y King-Lu emprenden un proyecto, no exento de peligros, con el que esperan reunir el dinero necesario para viajar al sur: cocinar galletas para venderlas en la plaza.

El argumento de First cow es suficiente para advertir que la nueva producción de Kelly Reichardt (Florida, 1964) da continuidad a lo que podría constituir un proyecto de recodificación del western. El resultado es aún más radical a pesar de que su adaptación de la novela The Half-Life (2004), de Jon Raymond, ofrece varios paralelismos con Meek´s Cutoff (2010). Si el relato protagonizado por Michelle Williams, Bruce Greenwood y Paul Dano introdujo el papel de una mujer que civiliza a una caravana sin acudir a la violencia, la historia de Cookie y King-Lu profundiza en el tema de la comprensión del otro y despoja a sus protagonistas masculinos de algunos estereotipos propios del género. Prácticamente no hay mujeres en First cow, pero los hombres están concebidos de una manera poco común.

De manera similar a Meek´s Cutoff, el séptimo largometraje de la directora de Old joy (2006) nos enfrenta con la incertidumbre del paisaje. En aquella entrega, las rocas repletas de dibujos realizados por indios cancelan la visión del horizonte y producen una vacilación al convertir el desierto en una atmósfera; acá, la densidad del bosque y la oscuridad de las expediciones nocturnas ejercen una sensación similar mediante un ambiente fotografiado por Chris Blauvelt. Por otra parte, tanto Emily como Cookie participan en una caravana en la que se distinguen de la mentalidad del resto de los viajeros. Finalmente, ambos filmes son sugestivos ya que sus elementos reveladores son implícitos. En el caso de First cow, esta irresolución posibilita la exploración metafórica del relato. Por ello, el prólogo sobre el arribo de un buque en la era actual hace pensar que éste podría catalizar un cambio similar al que provocó la llegada del ferri que transportó a la primera vaca de Oregon a principios del siglo XIX.

Un tema en que ambas producciones convergen es el hecho antropológico del encuentro con el otro. Sólo que cada filme apuesta por un tratamiento distinto de dicho tópico. En la entrega de 2010, Emily y Meek desatan un pleito sobre qué deben hacer con el nativo que han capturado. Sobre esa base, Reichardt construyó un personaje complejo que desempeña un rol civilizador a partir de la inmensa curiosidad de una mujer por comprender al extraño que ella descubre por primera vez. Así, Emily alecciona con el ejemplo a un hombre dominado por prejuicios y, sobre todo, por el miedo que siente ante nativos que simplemente desconoce a pesar de que se vanaglorie de numerosas hazañas contra ellos. En First cow, ocurre un repentino cara a cara entre los protagonistas en el que Cookie simplemente inicia una conversación. En ambas historias, el tema de la alteridad conduce a una subversión de temáticas propias del western que va de la feminidad civilizadora hasta una masculinidad que opta por la amistad y que toma los recipientes de cocina en lugar de las armas.

Cookie y King-Lu no luchan por territorios, ni buscan tesoros. Son dos sobrevivientes en la infancia del capitalismo inspirada por las ilustraciones de vaqueros de Frederic Remington. Como dice el cantonés, saben que todos están allí porque quieren "ese oro blando". Tampoco se trata de dos forajidos. Son dos foráneos que procuran salir adelante con base en una rutina metódica y silenciosa que consiste en robar poco a poco una riqueza impensable conformada por algunos litros de leche. Esta versión del outlaw (el personaje fuera de la ley) encarnada por ambos es uno de los numerosos giros con los que Reichardt logra el mérito de repensar convenciones del western. Para lograrlo, sólo se propuso relatar la amistad de dos hombres que provienen de lugares diferentes y que aceptaron y ayudaron mutuamente. Hizo del apego el motivo para construir un dúo de personajes tan entusiasta como esa música, ideada por William Tyler, que rescata los habituales timbres y arpegios de cuerdas del género de vaqueros, pero con tonalidades de vibrante curiosidad.

Con base en esa premisa, First cow funda su expresividad en la interacción entre la incertidumbre del bosque y la mirada íntima de la anécdota. Paisaje y personajes articulan una especie de conflicto sugerido. El bosque encarna un mundo hostil poblado de buscadores, nuevos terratenientes y heladas. Afuera subyacen esos peligros; adentro, la intimidad de los amigos. Cookie y King-Lu son personalidades complementarias que se brindan protección. Uno es amable y reservado. Se preocupa por un extraño en medio del bosque o por un bebé en la cantina. Portador de un espíritu doméstico, cocina y es servicial. El otro es elocuente y pragmático. Emprende sus ideas y ve con entusiasmo el entorno porque sale a enfrentarlo. Caminante del mundo, construye y es productivo. Uno hace cosas; el otro las piensa. Uno cree que Oregon ya es viejo y el otro lo ve como una novedad.

La caracterización tiene una peculiaridad que constituye un mérito del guión de Kelly Reichardt y Jon Raymond con epígrafe metafórico de William Blake ("El pájaro, un nido; la araña, una tela; el hombre, la amistad") que también aparece en la novela de origen: sus protagonistas son personajes planos, pero nunca estereotípicos. Más aún, Cookie y King-Lu están expandidos en otros interlocutores que también escapan a las caracterizaciones de fórmula: el Jefe de Factores es confiado, delicado y nostálgico ("¿Qué clase de mujer es él?", dice King-Lu luego de conocerlo); hay un jefe de tribu indígena que integra la peculiar clase cosmopolita de la ciudad; otros nativos son pragmáticos o solidarios, y acompañan a los protagonistas en una persecución muy afín al género, aunque también con variantes en su resolución. Un momento que, por cierto, nos recuerda que la ganadora del Premio del Jurado del Festival de Sundace en 1994 por River of Grass puede recodificar un esquema genérico al mismo tiempo que preservar aspectos esenciales del mismo (como ese duelo final implícito entre Emily y Meek). Por ello, la directora pudo aproximarse al tema de la masculinidad, esencial en el western, y darle un viraje al conectarlo con el ideal ético de la alteridad de Emmanuel Lévinas (la protección del otro). De allí la relevancia del contraste entre dos grupos de personajes, nunca complejos, por los que las masculinidades estereotípicas del western (los expedicionistas, lo bebedores, el capitán, el sirviente) ponen bajo peligro a los ya civilizados.

La sencillez de los personajes, que se emparenta con la nula grandilocuencia del relato y de la imagen en formato académico, también está relacionada con los pocos incidentes que podrían bordear en la inverosimilitud de la recreación. En una región que no es para las vacas ni para los hombres blancos (como dice un apostador en la cantina), y que fue documentada por todo el equipo de producción, es difícil aceptar que Cookie haya sobrevivido en su ruta de Maryland a Oregon luego de trabajar en expediciones con sujetos ebrios o armados, o de velar por la seguridad de un bebé en una riña de saloon. Esta codificación desde aquello que la teoría de los géneros del cine ha llamado como masculinidad suave (Steave Neale) se opone al imaginario del género. Sobre todo, se confronta con el peso de un acervo histórico de secuencias de violencia ritual encabezadas por hombres. De alguna forma, en First cow los personajes son planos porque el entorno es complejo. Reichardt resuelve la deriva de lo poco creíble con una resolución del relato que apunta hacia posibilidades nunca definitivas: la imagen circular que conecta principio y fin mediante temporalidades diferentes.

Los pasos constituyen un motivo visual recurrente en First Cow. En distintos momentos, vemos las botas de Cookie como luego lo haremos con las de King-Lu. Los pasos llevan a los descubrimientos. Así ocurre el primer encuentro del cocinero con la vaca. No obstante, los pasos también nos conducen a mirar el territorio. Suelo cubierto de hojas, de hogueras, de hongos y de cosas enterradas. De algún modo, los amigos son pepenadores en una región con un temperamento ajeno al de ellos. Son dos extraños, y extranjeros en aquel Oregon, que buscan fundamentalmente un lugar para emprender anhelos: una granja o un hotel con una panadería. Cookie y King-Lu andan detrás de un ideal que acaso no encontrarán y que podría constituir, como el nido de los pájaros, un hogar. Al caminar y pepenar detrás de ese proyecto doméstico quizás no alcanzaron a descubrir que lo constituyeron al estar el uno al lado del otro.



 



Más reseñas aquí...


Rodrigo Martínez Martínez. Es docente, investigador y editor. Ha impartido asignaturas, cursos y módulos de cine y de análisis audiovisual en la UNAM, la UAM, la UACM y en la escuela de cine Arte7. Ha participado en coloquios y congresos de SEPANCINE y del SUAC, así como en las dos primeras ediciones del Encuentro Internacional de Investigadores de Cine Mexicano e Iberoamericano de la Cineteca Nacional. Colabora periódicamente con las revistas Icónica y F.I.L.M.E. Especialista en estética y sociología del cine. Es autor del libro Cine y forma. Fundamentos para conjeturar la visualidad fílmica (UAM-C, Filmoteca UNAM, 2019). Letterboxd: Rodrigo.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

Punto en Línea es una publicación bimestral editada por la Universidad Nacional Autónoma de México,
Ciudad Universitaria, delegación Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, a través de la Dirección de Literatura, Zona Administrativa Exterior, edificio C, 3er piso,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, teléfonos (55) 56 22 62 40 y (55) 56 65 04 19,
http://www.puntoenlinea.unam.mx, puntoenlinea@gmail.com

Editora responsable: Carmina Estrada. Reserva de Derechos al uso exclusivo núm. 04-2016-021709580700-203, ISSN: 2007-4514.
Responsable de la última actualización de este número, Dirección de Literatura, Silvia Elisa Aguilar Funes,
Zona Administrativa Exterior, edificio C, 1er piso, Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México,
fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

La responsabilidad de los textos publicados en Punto en Línea recae exclusivamente en sus autores y su contenido no refleja necesariamente el criterio de la institución.
Se autoriza la reproducción total o parcial de los textos aquí publicados siempre y cuando se cite la fuente completa y la dirección electrónica de la publicación.