ENSAYO / agosto-septiembre 2021 / No. 94

Escritura y deseo




En el 2010 “conocí” a Sergio Pitol. En ese entonces él tendría alrededor de 77 años. Fue en una feria del libro en la Ciudad de México. Pitol daría una conferencia, el lugar estaba abarrotado y al final habría una pequeña firma de libros para aquellos que lograran obtener un lugar. El mío estaba asegurado porque antes ya me había puesto de acuerdo con la organizadora del evento, que resultó ser mi amiga.

La conferencia empezó. Sergio Pitol leyó un texto confuso sobre sus influencias literarias y las traducciones que había realizado durante su estancia en el extranjero. Habló de literatura polaca y rusa, del cine europeo y la música, de Bruno Schultz y de Rolf Liebermann, es decir, habló de todas aquellas cosas que tanto le apasionaban y que lo llevaron a ser un escritor excéntrico incluso para los integrantes de su misma generación. Pero leyó el texto con un ritmo lento, entrecortado y, en ocasiones, indescifrable. Al final, los que asistíamos a la charla aplaudimos con efusión, más por reconocimiento hacia el esfuerzo que el maestro había puesto en terminar su lectura, que por el argumento del texto mismo. Sabíamos que Pitol padecía una enfermedad llamada afasia primaria progresiva no fluente. En lenguaje coloquial: el autor de El desfile del amor estaba perdiendo la capacidad del habla.

Un día le pregunté a un amigo médico sobre la mentada enfermedad y él simplemente alzó las cejas con asombro y chasqueó la lengua antes decir: “Está cabrona”. Eso, Pitol padeció esa enfermedad cabrona y degenerativa durante los últimos años de su vida. Aún se ignora cómo fue y en qué momento la desarrolló. Navegando por internet uno se da cuenta de que es una enfermedad extraña y azarosa, a veces derivada de la herencia y otras de la pura fatalidad. En fin, vuelvo a mi historia.

A la hora de las firmas, al llegar mi turno, me acerqué a Pitol con bastante timidez para confesarle que también yo, como él, tenía familia en la región de Huatusco, Veracruz. Él apenas si me entendió. Simplemente me regaló una sonrisa y no pude decir nada más. Fue un momento incómodo: llevaba tanto tiempo queriéndolo conocer en persona y no se me ocurrió otra cosa más interesante que decir. Por otro lado, dudo que él quisiera intercambiar algunas palabras conmigo ya que, por su forma de respirar, se notaba que su estado de salud era precario. Lo que sí hizo fue señalar el libro que yo llevaba entre las manos: Los mejores cuentos de Sergio Pitol. Evidentemente lo quería firmar, para eso estábamos ahí, ¿no? Le entregué el libro. A Pitol lo acompañaba una asistente que a veces parecía hacer la función de enfermera. La mujer se le acercó con una pequeña libreta roja y la dejó abierta en una página donde venían escritas las letras del abecedario y una lista de palabras: “Es”, “Para”, “Cordial”, “Cariño”, “Abrazo”, “Libro”, etc.

—Diga su nombre al maestro, joven —me dijo la asistente, y yo la obedecí.

Entonces el maestro fue seleccionando una a una las letras del abecedario que correspondían a mi nombre y luego, ya con más tranquilidad, buscó las palabras que pondría en la dedicatoria: “Para Irán Vázquez, abrazo. Firmó: “Sergio Pitol”. Luego me devolvió mi libro con una sonrisa. Me quedé perplejo. No podía creer que Sergio Pitol ni siquiera pudiera escribir sin el apoyo de su libreta. Le di las gracias y me retiré, con más pena que gloria. Eso fue todo. Según supe después, Pitol ya no volvió a asistir a ninguna otra feria. Estaba cansado. De vez en cuando yo lo buscaba en videos de internet para indagar sobre su estado de salud y sólo comprobaba que su enfermedad se hacía cada vez más salvaje. Murió en abril de 2018. Una pérdida inconmensurable, desde luego. Su herencia fue motivo de disputa por parte de sus familiares. No sé hasta dónde llegó aquel pleito o si todavía se ventila ante los juzgados; me parece una ironía que a Pitol le haya sucedido eso: bien podría haber constituido la trama de una de sus novelas. Por mi parte, tengo el gusto de que su letra haya quedado registrada en mi libro (su libro) aunque de una manera frágil, convulsa, insegura, similar a la de un niño —¿Vitorio Ferri?— que apenas comienza a juguetear con las palabras. Desde entonces guardo aquellos trazos infantiles con suma admiración. Sergio Pitol: Murió niño / sus lectores lo recuerdan con amor.






Irán Vázquez Hernández (Oaxaca, 1981) es poeta, ensayista e investigador. Varios de sus escritos han sido publicados en diversas revistas nacionales y extranjeras, así como en las antologías Asamblea de Cantera. 25 años (Cantera Verde, 2014) y Cada silencio nace una palabra muerta. 27 autores iberoamericanos (Ediciones solidarias, 2018). Es autor de los libros Octavio Paz: Un moderno antimoderno (Redactum, 2018) y Tu eternidad más breve (XVI Premio Nacional de Poesía Enrique Peña Gutiérrez).

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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