ATALANTE / agosto-septiembre 2021 / No. 94
 

Selva trágica, de Yulene Olaizola




Selva trágica
Yulene Olaizola
México, Francia, Colombia; 2020, 96 min




Las geografías son identidades. Fundan algunos rasgos esenciales de los grupos humanos. El paisaje condiciona y define a sus habitantes. Con el tiempo, ese proceso también propicia una transformación del ambiente porque la carga de humanidad se impone. El cine ha logrado plasmar diversas fisonomías del paisaje (Béla Balázs), aunque no necesariamente las narrativas derivadas de sus imaginarios. La trayectoria de Yulene Olaizola (Ciudad de México, 1983) podría pensarse como una expedición entre ambas posibilidades porque ha transitado del paisaje explorado al paisaje antropoformizado; o bien, de la fascinación por el paisaje a la recreación de las fabulaciones originadas en la coexistencia de una comunidad con un horizonte geográfico. Selva trágica, su más reciente producción, ejemplifica el estado actual de su propuesta. Como en todos sus trabajos previos, hay una geografía específica; pero esta vez dispone de una mayor profundización en las mitologías de sus locaciones.

Agnes (Indira Rubie Andrewin) y Florence (Shantai Obispo) recorren la selva de Honduras Británica para evitar un matrimonio arreglado con un cacique británico (Dale Carley). Mientras huyen por un tramo fronterizo del río, las hermanas resultan heridas por un ataque con armas de fuego y son abandonadas en territorio mexicano. El sitio de la agresión coincide con la ruta de un grupo de chicleros. Uno de sus integrantes encuentra a la mujer desvanecida al pie de una ceiba. La comitiva guiada por Ausencio (Gilberto Barraza), entre la perplejidad y la atracción, continúa su camino con la joven. Sólo uno de los viajeros, llamado Jacinto (Mariano Tun Xool), siente recelo por la presencia femenina. Ante el riesgo de confrontarse con los chicleros ingleses, los miembros del contingente acuerdan escapar con mercancía que no les pertenece sin imaginar que cederán gradualmente a sus deseos.

Como suele ocurrir con el trabajo de Yulene Olaizola, la preparación de su quinto largometraje comenzó con la búsqueda de una localidad. La elección de la selva fronteriza entre Quintana Roo y Belice condujo al tema del comercio del chicle y a los mitos mayas de la región. Inspirada tanto en la película Aguirre, la ira de dios (Werner Herzog, 1972) como en la novela Caribal: el infierno verde (Rafael Bernal, 1954), Selva trágica parece constituir, sobre todo, una adaptación de una de las variadas versiones del arquetipo de Xtabay que aparece en La tierra del faisán y del venado (Antonio Mediz Bolio, 1922). El resultado es un filme multigenérico que evoca la literatura regionalista por el modo en que la geografía condiciona a las personas. No obstante, la película no está limitada a su eco literario porque aspira a una visualidad atmosférica articulada en la dualidad de su protagonista.

Podría decirse que en Selva trágica existe una tensión entre los personajes (uno de sus recursos) y las atmósferas (su propósito). Esto es visible en la progresión de una protagonista que se desenvuelve en dos manifestaciones. Agnes primero es ella misma. Después representa aquello que alguien más (Jacinto, sobre todo) ve en ella. Ella es lo que los hombres miran. El punto de vista del filme es el tránsito hacia una mirada masculina por la que un grupo aislado de hombres reacciona de manera análoga a una manada de monos en su encuentro con la joven. De un modo muy similar a Tomassin (Anya Taylor Joy), la protagonista de La bruja (Roger Eggers, 2015), la prófuga gesta una suerte de complicidad con la vida animal de la selva: si la bruja parecía tener conexiones con los conejos y los cuervos, la presunta Xtabay tiene consigo la vigilancia del caimán y el hambre del jaguar. Además, la debutante actriz beliceña, Indira Rubie Andrewin, realiza un personaje casi mudo cuya gestualidad cambia delicadamente hasta semejar aquello que Jacinto imagina: la mujer que los hombres desean en todas las mujeres y que desafía su capacidad para contener sus impulsos. Lo paradójico es que la impresión de extrañeza del relato está dada por el punto de vista del chiclero maya y no tanto por el tratamiento cinematográfico del tema.

En contraste con otros filmes recientes que exploran la imbricación entre paisaje e imaginario, como Cemetery (Carlos Casas, 2019) o Luna roja (Lois Patiño, 2020), la película de Olaizola ocupa un punto medio entre la atmósfera y la narración de un modo que no concreta ninguno de estos dos caminos. La cámara de Sofia Oggioni consigue viñetas hipnóticas (las dos noches azuladas) y extrañas (la copa de árbol con destellos) que no llegan a dominar el tono del filme al tiempo que el diseño musical de Alejandro Otaola prevalece entre la atmósfera y el suspenso. La tensión narrativa no va al límite de la expectación a pesar de su recuento de persecuciones, enfrentamientos, agresiones, horrores y destellos de fantasía. Este equilibrio está dado por el desenvolvimiento con que Indira Rubie Andrewin dota de verosimilitud a la protagonista, así como en el nexo que establece con los personajes. Como si se tratara de una sirena, Agnes parece catalizar el deseo, la violencia y la locura de los hombres en una amalgama suficiente entre la presencia realista y la construcción fantástica de su dualidad mítica. Quizás por ello, la película no difumina la impresión realista del espacio (el ambiente) en su anomalía fantástica (la atmósfera) en un resultado visual más bien próximo al de Epitafio (Yulene Olaizola; Rubén Imaz, 2015).

Si la aceptamos como un ejercicio de adaptación, Selva trágica constituye una apropiación cinematográfica de sus fuentes que cuenta con distintos asideros: el punto de vista de Jacinto quien, además, cuenta el mito en un tiempo incierto que es paralelo a la intemporalidad de la propia selva; las analogías (la similitud entre la primera imagen del árbol de chicozapote y de Agnes) que cristalizan el imaginario; el argumento de los hombres explotados que se convierten en explotadores (sexuales) condenados por su propio deseo y avaricia; todo ello enmarcado por un arquetipo femenino que recupera la versión de Xtabay que se considera como una respuesta al tipo de sociedad que prohíbe la gestión del poder a las mujeres según han explicado las antropólogas Celia Rosado y Georgina Rosado. Agnes no encaja en los estereotipos de la mujer pura o impura (bondadosa o malvada) del cine mexicano. Ella es una dualidad ajena a la idea de virtud de la cultura judeocristiana porque no asume el deseo como pecado. Por eso la joven usa el vestido de su hermana, aquella que había estado con muchos hombres, con la misma naturalidad con que emerge del interior del río.

Paisaje e imaginario. Una de las peculiaridades de la reciente producción de Olaizola es de su condición multigénerica. Los chicleros prófugos son una suerte de forajidos de western en una frontera fluvial gobernada por impulsos de sobrevivencia; Agnes es una mezcla de fantasmas, fantasía y noir pues renace en una noche espectral, tiene conexiones con la fauna y brotes (forzados, por cierto) de extremidades animales; la protagonista también actúa con intuición de para dominar y extraviar a los chicleros; el paisaje es un personaje que tiene sus emanaciones monstruosas en animales devoradores de humanos. Selva trágica transita por todos estos géneros sin perder unidad porque se origina en la mirada de Jacinto; es decir, en la mitología del universo maya cuyo imaginario converge con lo fantástico y sobrepasa al género cinematográfico al grado de que exige esa diversidad de convenciones para plasmar una geografía única.




 



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Rodrigo Martínez Martínez. Es docente, investigador y editor. Ha impartido asignaturas, cursos y módulos de cine y de análisis audiovisual en la UNAM, la UAM, la UACM y en la escuela de cine Arte7. Ha participado en coloquios y congresos de SEPANCINE y del SUAC, así como en las dos primeras ediciones del Encuentro Internacional de Investigadores de Cine Mexicano e Iberoamericano de la Cineteca Nacional. Colabora periódicamente con las revistas Icónica y F.I.L.M.E. Especialista en estética y sociología del cine. Es autor del libro Cine y forma. Fundamentos para conjeturar la visualidad fílmica (UAM-C, Filmoteca UNAM, 2019). Letterboxd: Rodrigo.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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