ATALANTE / octubre-noviembre 2021 / No. 95
 

Farewell Amor, de Ekwa Msangi




Farewell Amor
Ekwa Msangi
Estados Unidos; 2020, 118 min





Esther (Zainab Jah) y Sylvia (Jayme Lawson) rencuentran a Walter (Ntare Guma Mbaho Mwine) en Nueva York después de diecisiete años. Madre e hija han dejado Tanzania para reintegrar a una familia que tuvo que separarse por la guerra civil en Angola. Ahora el hombre debe resolver qué hacer con los afectos que ha emprendido en Estados Unidos mientras que la joven se refugia en el Kuduro (un estilo de baile) y la mujer intenta establecer los rituales domésticos y religiosos que realizaba en África. Conforme descubren quiénes son tanto tiempo después, la incomunicación llega a tal punto que cada cual experimenta aisladamente las dificultades de adaptarse a un entorno ajeno y, sobre todo, a una nueva vida familiar.

Farewell Amor es el primer largometraje de Ekwa Msangi-Omari (California, 1980). Estrenado y galardonado en el Festival de Cine de Sundance (2020), el filme coproducido y exhibido por MUBI es una nueva aproximación al tema de Farewell Meu Amor (2016), uno de los cortometrajes de la también directora de la webserie All my friends are married (2016). Además de colaborar nuevamente con Huriyyah Muhammad como productora, la realizadora, escritora y productora afro-estadounidense contó con apoyo del Tribeca Film Institute y trabajó con un reparto enteramente profesional que reunió la experiencia de Ntare Guma Mbaho Mwine y de Zainab Jah con el afortunado debut de Jayme Lawson (ahora en el rodaje de The Batman, 2023).

Al abordar a personas en situación de migración, la propuesta de Ekwa Msangi recurre a un enfoque humanista. El argumento no aborda la faceta política del tema a pesar de un par de planos que muestran una fotografía de Barack Obama en el departamento de Walter. Más bien, el guion renuncia a la tendencia a producir representaciones grandilocuentes, casi siempre bajo la forma de una lucha, de personas o comunidades afrodescendientes. La cineasta aborda dilemas íntimos que evidencian cuán insuficientes resultan la presencia y la proximidad de los seres queridos si no existe comunicación. En Farewell Amor interesa más la exploración interiorizada de las emociones debidas a la experiencia de habitar un lugar extraño y a la coexistencia con una nueva familia paradójicamente conformada por personas con lazos consanguíneos.

Para sumergir al espectador en la sensación del desarraigo, Ekwa Msangi, quien fue llevada pro su padres a vivir en Kenia cuando tenía 5 años, ensambló una especie de tríptico mediante el aislamiento del punto de vista de cada protagonista. La polifonía del filme tiene el mérito de crear un lenguaje audiovisual para cada personaje. Con Walter predomina el espacio amplio y la relativa estabilidad de la cámara; Sylvia implica movilidad y inestabilidad del encuadre; finalmente, Esther es un universo de elipsis que aceleran y fragmentan el relato. Cada perspectiva brinda revelaciones diferentes. El filme nos sumerge en distintas percepciones de una misma experiencia: sería más correcto decir que una misma vivencia multiplica las experiencias de acuerdo con la persona que las percibe.

Al interesarse en la interioridad de los personajes, el filme vuelca sus recursos más significativos a los mundos interiores de la familia fragmentada. Tanto la caracterización como la sonoridad son coherentes con este propósito. Walter baila Kizomba, el cual simboliza un vínculo profundo entre sus practicantes, mientras que Sylvia practica un estilo de hip-hop llamado Kuduro, considerado como contestatario. Esther reza a cada rato o imagina que lo hace en una liturgia que pareciera constituir un fondo sonoro. En distintos momentos, los personajes son aislados acústicamente, en una genuina audiovisión cinematográfica, mientras bailan para que atestigüemos instantes decisivos de sus dilemas de identidad.

Una de las sensaciones más entrañables del filme es la extrañeza establecida entre los personajes. Si bien Walter ya se ha adaptado al idioma extranjero, a los riesgos de padecer violencia por su origen africano y a vivir en un departamento pequeño y ruidoso, el arribo de su familia provoca que el chofer viva una segunda extranjería. Sylvia y Esther también se encuentran con dos extraños: un país en el que nunca dejarán de ser forasteras y un hombre que ya no ora en las comidas y que no acude a las misas. La sensibilidad de Farewell Amor reside en su ánimo de representar el proceso migratorio y el trance cultural al abordar un universo familiar como un lugar de otredad. Aun en la convivencia estrecha que propicia una vivienda reducida, madre, hija y padre se desconocen mientras descifran la ruta para reencontrarse.

Farewell Amor evade la tendencia a convertir en espectáculo la condición de los africanos desplazados forzosamente porque omite la violencia. Es evidente que Ekwa Msangi ponderó un balance entre las situaciones favorables y desfavorables que es visible, incluso, en la tensión final mediante el intercalado de dos sucesos simultáneos significativos. No obstante, la poética humanista de la directora, quien vivió parte de su vida en Kenia, ofrece un estilo con algunas huellas de un realismo idealista que se olvida por momentos de la hostilidad que viven los personajes y del trasfondo de género que afecta a Esther. En algún momento, el padre explica a su hija cuál es el código que debe seguir para librarse de la violencia de la gente blanca como también justificará, ante su esposa, ciertas decisiones, como hombre, en la necesidad de sustento emocional. A pesar de este optimismo, el filme sostiene su verosimilitud pues fue pensado bajo una ética representacional orientada a despolitizar a los migrantes, según señaló la propia cineasta en distintas entrevistas.

Poco después de la llegada de Sylvia y Esther, la familia acude a una misa dominical. La madre disfruta y canta elocuentemente mientras que padre e hija muestran incomodidad y asombro. Esta secuencia podría parecer insustancial; no obstante, una de las búsquedas del guion de la realizadora seleccionada por el Berlin Talent Campus (2016) fue romper con los clichés que caracterizan al cine de Hollywood (incluido el sector conocido como independiente) cuando se ocupa de la cuestión afrodescendiente. Con una disposición escénica más convencional que Fences (Denzel Washington, 2016) o La madre del blues (George C. Wolfe, 2020), Farewell Amor no enfatiza el relieve dramático de sus personajes, sino que lo equilibra en un registro más próximo al de Luz de luna (Barry Jenkins, 2016) y, por encima de todo, lo aleja de espectáculo con reparto de star system y del repertorio común. El episodio de la parroquia podría constituir una nota al pie (un guiño casi metafílmico) sobre los estereotipos de africanos en Estados Unidos no sólo por el perfil de producción del que se distingue, sino porque evita los atuendos coloridos, los géneros musicales y las caracterizaciones exageradas. De allí la relevancia de que África, particularmente Angola y Tanzania, esté fuera del campo visual y que sea sugerida con palabras, actitudes y gestos.

Cine de impresiones emotivas y de tránsito entre subjetividades, Farewell Amor ofrece una historia que fluye, a pesar su forma polifónica, sin olvidarse de las posibilidades de significación del cine. En distintos momentos, Sylvia, Esther y Walter aparecen en al menos un plano en que sus caras desenfocadas se definen cuando entran a la zona de nitidez de la cinefotografía de Bruce Francis en una suerte de metáfora del descubrimiento de su situación identitaria en un entorno desconocido. Estos sencillos apuntes visuales develan la intención expresiva de un relato en que los personajes dicen adiós al terruño y, especialmente, a la persona amada que alguna vez conocieron. Todo ello para aventurarse, en la deriva entre idiomas e identidades, a reaprehender a sus afectos.



 



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Rodrigo Martínez Martínez. Es docente, investigador y editor. Ha impartido asignaturas, cursos y módulos de cine y de análisis audiovisual en la UNAM, la UAM, la UACM y en la escuela de cine Arte7. Ha participado en coloquios y congresos de SEPANCINE y del SUAC, así como en las dos primeras ediciones del Encuentro Internacional de Investigadores de Cine Mexicano e Iberoamericano de la Cineteca Nacional. Colabora periódicamente con las revistas Icónica y F.I.L.M.E. Especialista en estética y sociología del cine. Es autor del libro Cine y forma. Fundamentos para conjeturar la visualidad fílmica (UAM-C, Filmoteca UNAM, 2019). Letterboxd: Rodrigo.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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