RESEÑA / diciembre 2021 - enero 2022 / No. 96
La pesadumbre y sus voces



La primera vez que vi un fantasma
Solange Rodríguez Pappe
Barcelona, Candaya, 2018.

 


No hay fuego ni frío que pueda desafiar a lo que un hombre guarda entre los fantasmas de su corazón.
F. Scott Fitzgerald, El gran Gatsby


En la ausencia surge un grito desgarrado, audible sólo para quienes han sobrevivido a las transgresiones de la violencia y la pérdida. Esta voz se escapa de entre las páginas de La primera vez que vi un fantasma (Candaya, 2018), escrito por la catedrática y narradora ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe.

Con los libros de cuentos Tinta sangre (2000), Dracofilia (2005), El lugar de las apariciones (2007), Balas perdidas (Premio Joaquín Gallegos Lara 2010), La bondad de los extraños (2014) y Levitaciones (2017), Solange Rodríguez se ha convertido en una de las autoras de ficción más representativas de su país. La primera vez que vi un fantasma consolida su trayectoria prolífica.

Los cuentos de esta obra entraman una atmósfera deshumanizada, similar al presente adverso que atravesamos. “Un hombre en mi cama” narra la historia de Noa, quien vive en un eterno encierro debido al calor sofocante de su realidad.

Fanática de observar dormir a hombres maduros, la mujer desarrolla un trastorno del sueño que combate sin éxito con somníferos. Bajo el efecto de dichos somníferos, arruina la boda simbólica de su hermana con un árbol, y la cuestión respecto a Noa ya no es cuándo podrá dormir, sino cuando despertará.

Solange Rodríguez invoca con su narrativa los anhelos de sus personajes, quienes se perciben rotos ante una realidad cruel en la cual, de forma constante, recuerdan lo que han perdido. En “Paladar”, la protagonista reconoce que su relación se sostiene por una dieta tan excéntrica que lleva a su pareja a Lima para tomar licuados de gusano y comer ranas.

Es en esa ciudad de platillos llamativos donde la mujer decide conocer la vida nocturna junto a un fotógrafo, por lo que deja dormido a su esposo en un hotel conocido por albergar fantasmas. Ella no teme a las consecuencias de su huida, sino al pesar que la persigue desde que se recuperó de una mastectomía.

La protagonista teme perder algo más de sí misma, y como si su acompañante hubiera escuchado sus pensamientos, desaparece esa noche. Al día siguiente, la mujer continúa con el recorrido culinario hasta el restaurante donde conoció a su guía nocturno; aunque ella trata de olvidarlo, el platillo que degusta trae al hombre de vuelta a su memoria.

La mayoría de los personajes en esta obra son femeninos, y sus historias se convierten en consignas contra la violencia de género presente en los países de Latinoamérica. El cuento “Matadora” retoma el horror y la revictimización del feminicidio: una madre encuentra en su hija y la gata que la niña adoptó el valor para cuestionar el orden machista sobre ellas.

La autora concluye este relato a partir de la pregunta que muchas voces han gritado: ¿cuándo terminará el terror de ser mujer? La Matadora plantea soluciones cada vez que ve las noticias y sale por las noches a acechar a los victimarios.

A través de la ficción, Solange Rodríguez no sólo condesa las voces de los fantasmas en la memoria de sus protagonistas, también desarrolla microcuentos y giros metaficticios que sumergen al lector en un escenario siniestro, hasta cercano en el peor de los casos.

“El Atanudos” demuestra el poder que tiene un relato para envolver a quien lo escucha. Una chica misteriosa habla en una fiesta sobre el espíritu invisible que enreda extremidades, entrañas y el flujo de la vida. La única forma de librarse de este ente es heredarlo a alguien más con un complejo ritual o narrar la historia en cuestión a otra persona.

Si bien hay cuentos como “El Atanudos” que comienzan una cartografía de lo insólito, en el libro predomina la desolación. Las emociones que la autora suscita rondan el límite de lo humano, por lo que “La primera vez que vi un fantasma” es el final propicio a una serie de vestigios dolientes.

El cuento que también titula al libro se centra en una mujer madura quien, convencida por su amante joven, finge su propio secuestro. Como ella lo sospechaba, pronto se convierte en la estafada cuando su pareja la abandona. Entre los espíritus que habitan el hotel donde la pareja se escondió, la mujer se sume en una tristeza profunda y entiende que son esas circunstancias las que llenan con fantasmas el corazón de una persona.

El terror de Solange Rodríguez proviene de los resquicios oscuros del ser humano; es vívido para el lector porque éste entiende un principio a partir del cual el libro avanza: “Los monstruos, cuando nos encontramos, jamás volvemos a estar solos”. De ahí el carácter polifónico de la obra, pues sus fantasmas están condenados a gritar la pesadumbre con la que se aferran a nuestro mundo.

 


Diego Durán (Ciudad de México, 1996). Egresado de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación y Periodismo de la Facultad de Estudios Superiores Aragón de la UNAM. Ha colaborado en medios periodísticos y culturales como Chilango, Tierra Adentro y Grupo Expansión.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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