ATALANTE / abril - mayo 2022 / No. 98
 

Drive my car, de Ryūsuke Hamaguchi




Doraibu mai kā
Ryūsuke Hamaguchi
Japón, 2021, 179 min.




Un auto es una rutina: máquina de repeticiones; desplazamiento por un ciclo cuatriplicado; diálogo de miradas entre el camino y los espejos; alianza mecánica de un cuerpo y un artefacto mientras ejecutan las mismas operaciones. Los autos se parecen a la experiencia de una vida. Son metódicas regularidades tan triviales como trascendentes. Andar en automóvil es como el transcurrir por un día. Sólo que, de vez en vez, los viajantes descubren que el trayecto implica un paisaje cambiante. Una sucesión de rupturas que tal vez ocurren porque algo está cambiando en el interior. Por ello, la experiencia de una jornada también puede ser como un accidente en auto. El choque contiene una revelación; es un cambio que, de pronto, despedaza la rutina de esos lugares en movimiento. Autos, compañías y ausencias; autos, silencios y conversaciones; autos, intimidades y misterios develados en extensas carreteras hacia el invierno. Ciclos de rutina y tedio que llaman a cambiar o que empujan a vivir.

Dos años después de la muerte de su esposa (Reika Kirishima en papel de la incognoscible y exitosa guionista Oto), con quien sufrió la pérdida de una hija, Yūsuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) viaja a Hiroshima para presentar su versión de El tío Vania en un festival. Su método de trabajo tiene dos peculiaridades: pondera actrices y actores de varias nacionalidades para que reciten los parlamentos en distintos idiomas; luego, cada vez que él conduce, suele practicar los diálogos de Vania con el apoyo de un casete que su cónyuge grabó y en el que recita las líneas de otros personajes. El contrato que ha firmado para montar la pieza de Antón Chéjov asigna obligatoriamente un chofer. Incómodo, el dramaturgo cede el volante de su Saab rojo a Misaki Watari (Tōko Miura) por lo que deberá acostumbrarse a realizar los ejercicios de memorización como pasajero de un auto manejado por una desconocida de veintitrés años; es decir, la edad que tendría la hija difunta del viudo.

Después de un cambio de locación y de una interrupción del rodaje durante ocho meses por la pandemia de covid-19, el octavo largometraje de ficción de Ryūsuke Hamaguchi, Drive my car, no sólo fue estrenado en la edición 2021 del Festival de Cine de Cannes, sino que su guion, coescrito por el director y por Takamasa Oe, recibió el premio en su categoría. El argumento recupera elementos de tres cuentos de Haruki Murakami y conduce hasta uno de los referentes del narrador japonés: El tío Vania. Esta adaptación de "Hombres sin mujeres", así como de "Scheherazade" y "Kino", funge como un puente hacia temas centrales de la pieza de Chéjov y desemboca en una historia que parece trazar un paralelismo entre las experiencias de la vida y las del teatro.

En la primera secuencia del filme estrenado en México durante FICUNAM 12 y luego en el streaming de Mubi, Oto y Kafuku realizan una rutina característica de su matrimonio: ella relata las historias que va ideando mientras tienen sexo. La escritora luce como una silueta frente a una ventana conforme su cara y la de su esposo se aclaran. Un dejo de misterio emana tanto de la narración inconclusa de la mujer como de la oscuridad de la habitación. Esta condición enigmática de la imagen parece intencional pues la cinefotografía de Hidetoshi Shinomiya acude a un esquema de iluminación similar en varios momentos para transitar por revelaciones sucesivas acerca de los diversos protagonistas del filme. Este entramado descubre un primer apunte temático: la imbricación, aparentemente estrecha, entre los procesos creativos y las experiencias más íntimas. Se trata de un planteamiento próximo al de otro filme reciente, escrito y articulado con una inteligencia interpretativa similar, que cuenta un viaje de consortes dedicados al cine y la escritura: La isla de Bergman (Bergman Island, Mia Hansen-Løve, 2021).

Además de presentar los antecedentes del matrimonio, los primeros cuarenta minutos dan cuenta de asuntos evidentes como la infidelidad, el duelo y la muerte antes de presentar los créditos iniciales. El extenso acto inicial, cuya complejidad temática plantea una suerte de mediometraje autónomo, culmina con el principio de un primer viaje. Kafuku llega a Hirsohima sin pensar que allí saldrá de sí mismo, conforme conoce a Misaki, para acercarse a otra personalidad enigmática. La relación entre el dramaturgo, la conductora y el auto representa otra deriva temática cuya recapitulación reside en los lugares que ocupan en el vehículo, conforme entablan conversación, como un medio para hallar correspondencias afectivas que confluyen en uno de los planos emblemáticos del filme con aroma de cigarrillos.

La intimidad del Saab rojo de alguna manera proviene de que la ideación de Drive my car toma como pretexto la poética del director teatral para poner a prueba el concepto creativo más bien ideado por Hamaguchi y Oe: montar la pieza de Chéjov en muchos idiomas (incluido el lenguaje coreano de señas) para sugerir la universalidad del lenguaje corporal como un hecho análogo a la universalidad de los temas abordados por El tío Vania. Allí subyace la conexión entre miseria y esperanza encarnada en las dualidades Kafuku-Vania y Misaki-Sonia; o bien, en el nexo entre biografías cuyos denominadores comunes (pérdida, mentira y tedio) presentan similitudes extraordinarias con una escena culminante de la pieza teatral y un episodio, también culminante, del viaje definitivo, con cientos de kilómetros a cuestas, hacia el pasado de Misaki y que podría constituir el tercer acto del filme. Una resolución, por cierto, que da paso a un epílogo situado temporalmente en los días de la pandemia por coronavirus como un apunte redudante, aunque no forzado, sobre el cambio.

Por su desenvolvimiento en lo que parecen tres actos (tragedia de Oto, rutina en Hiroshima y viaje con Misaki), el tercer episodio de Drive my car ensaya una variación de ciertos elementos (búsqueda, descubrimiento y carretera) de la road movie. Los protagonistas emprenden una ruta extensa, repleta de túneles y en la que miramos cada vez más el propio camino y sus ambientes. En su conjunto, la película presenta una preparación inadvertida para el viaje, así como la puesta en marcha del mismo. Su armado posee inteligencia rítmica porque sumerge a la audiencia en la sensación de lo rutinario durante poco más de dos horas. Después rompe con la monotonía intencionada de la imagen al introducir planos subjetivos, duraciones breves, travellings y otros elementos dinámicos similares. El auto encarna un espacio íntimo en desenvolvimiento materializado definitivamente en el viaje al antiguo hogar de Misaki. El vehículo es un lugar para los afectos en el que las palabras y los silencios cristalizan incidentes reveladores, relaciones de dependencia, confesiones dolorosas, amistades esperanzadoras y, sobre todo, rupturas que empujan al cambio. Como el propio Hamaguchi apuntó en entrevista con Film Maker Magazine (Nicolas Rapold, marzo de 2022), su ideación cinematográfica del automóvil provino del trabajo de realizadores como Abbas Kiarostami y Wim Wenders, quienes interpretaron este motivo como una “condensación de la vida” pues tanto los paisajes como los personajes cambian significativamente.

En su abordaje de la difícil tarea de comunicarse desde la miseria interior, Hamaguchi y su equipo lograron que Drive my car brindara una importancia equivalente a la palabra y al silencio. Si bien es un filme con muchos diálogos, el significado de éstos no es tan importante, además de que hay un importante contrapunto de silencios, gestos y encuadres distantes. Resulta más trascendente el registro que los parlamentos construyen en la convergencia de tonos y momentos visuales como sucede cuando Kafuku entra al estacionamiento sombrío del departamento, antes de encontrarse con una tragedia, mientras escucha el diálogo en que Sonia hace un pacto con Vania sobre trabajar sin descanso hasta la vejez. Por ello, antes que una adaptación, la película y la pieza de teatro conviven y coexisten. Están entrelazadas. Mediante la repetición de diálogos de El tío Vania, de rutinas (las historias de Oto durante el sexo o los ensayos en el auto) y de situaciones de vida (los funerales y los desengaños), la edición de Azusa Yamazaki sugiere que el vínculo del teatro con la vida no está en la temática de las obras en sí mismas, sino en la rutina; en la necesidad de un ciclo que va de la repetición al hastío hasta que suscita un cambio. La instancia definitiva de esta idea está en el paso de los viajes rutinarios del auto rojo al viaje transformador.

Situado en las antípodas de otro filme de tres horas constituido enteramente por conversaciones nunca dramatizadas dentro de un vehículo en movimiento, el caso de La planicie (The Plains, David Easteal, 2022), la primera película japonesa que recibió el premio Oscar a mejor título internacional es una exploración totalmente dramática, aunque realista, de la paradoja de la palabra frente a la necesidad de una comprensión afectiva más compleja. Drive my car nos enfrenta con la insuficiencia del lenguaje cuando hace falta expresar las texturas más íntimas de situaciones como el desengaño, el enojo, el dolor o el hastío. Ello podría explicar que Ryūsuke Hamaguchi haya recuperado motivos constantes (casa y ventana frente al mar; carreteras y paisajes; viaje en autos) de otros filmes como Asako I y II (2018) o la también reciente La ruleta de la fortuna y la fantasía (2021): temas visuales que, como los transportes, están fuertemente conectados con el devenir de las imágenes en movimiento al tiempo que presuponen tránsitos inciertos y desafiantes en los que todo podría cambiar en un instante.

 



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Rodrigo Martínez Martínez. Es docente, investigador y editor. Ha impartido asignaturas, cursos y módulos de cine y de análisis audiovisual en la UNAM, la UAM, la UACM y en la escuela de cine Arte7. Ha participado en coloquios y congresos de SEPANCINE y del SUAC, así como en las dos primeras ediciones del Encuentro Internacional de Investigadores de Cine Mexicano e Iberoamericano de la Cineteca Nacional. Colabora periódicamente con las revistas Icónica y F.I.L.M.E. Especialista en estética y sociología del cine. Es autor del libro Cine y forma. Fundamentos para conjeturar la visualidad fílmica (UAM-C, Filmoteca UNAM, 2019). Letterboxd: Rodrigo.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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