CRÓNICA / agosto-septiembre 2022 / No. 100

Guelaguetza oaxaqueña: 90 años del homenaje racial



Uriel de Jesús Santiago Velasco



El primero de julio el tiliche hace un llamado, suenan los cuernos y caracoles, anunciando que el estado de Oaxaca —al sur de México— será anfitrión de una gran fiesta. La llaman Guelaguetza, y tiene su origen en el Homenaje Racial organizado el 25 de abril de 1932 para honrar los 400 años de la elevación de la villa de Antequera al rango de ciudad.

Es aquel homenaje en que se reunieron por primera vez las etnias indígenas del estado, las entonces siete regiones: Istmo, Costa, Sierra, Valles Centrales, Cañada, Mixteca y Papaloapan, danzando al pie del cerro del Daninayaaloani. Dicho espectáculo, enaltecido y añorado por los cronistas locales, no se repitió salvo contadas excepciones.

No fue sino hasta mediados del siglo XX que el proyecto se transformó, originando la idea de Guelaguetza, palabra derivada del vocablo zapoteco guendalezaa que significa ‘ofrenda, presente o cumplimiento’. Con el correr del siglo se fueron sembrando las raíces de la gran fiesta que hoy en día, puntual y sin retraso, da paso a una de las tradiciones más emblemáticas del estado, denominada “Julio, mes de la Guelaguetza”.

Tras dos años de suspensión —2020 y 2021— debido a la pandemia por covid-19, el pueblo de Oaxaca aprendió que a veces la vida obliga a separarse para sobrevivir y reconoció en la distancia aquello que lo hace único y lo identifica. Este primero de julio de 2022 ya era inminente. Desde meses antes, corría el rumor y se gestaba la gran pregunta que dividía opiniones: “¿Habrá Guelaguetza este año?”. Esa tarde, cuando en punto de las 17 h se abrieron las puertas del centenario Teatro Macedonio Alcalá, terminaron por responderse todas las dudas, la Guelaguetza estaba de regreso; así lo anunció el gobernador del estado ante los representantes del sector cultural, artesanal, hotelero, restaurantero, funcionarios públicos y medios de comunicación; quienes oyeron el primer llamado del tiliche —elegido mediante un concurso como la imagen oficial de este año— llamando a los Lunes del Cerro.

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A la par, en el jardín El Pañuelito se realizaba el concurso para elegir a la señorita que se encargaría de representar a la diosa Centéotl, deidad prehispánica del maíz y la fertilidad, a la que se rinde tributo para pedir buena cosecha y que ahora es la encargada de presidir la fiesta cargando el cetro que la distingue. Este año fue Jacsenic Maybeth Rodas González, originaria de Tehuantepec, quien sobresalió de entre más de 46 concursantes de todas las regiones del estado por ser considerada la más preparada para desempeñar tan significativo rol.

Dicho concurso consta de dos etapas: en la primera, las participantes explican los temas relacionados a su lengua indígena, artesanías, música, canto, danza, mitos, cuentos y leyendas, tradiciones, indumentaria y medicina tradicional. En la segunda, se enfocan en su indumentaria, su historia, elaboración y usos.

Una vez elegida la diosa, un abanico de actividades viste de gala los principales puntos de la ciudad durante todo el mes de julio: presentaciones de libros, conversatorios, conciertos, ferias y calendas, para el disfrute y gozo de turistas y locales.

Pronto los días volaron y llegó el viernes 22 de julio. Esa tarde los grandes muros del Centro Cultural y de Convenciones de Oaxaca, que imitan la tierra roja de las regiones de la Mixteca y la Cañada, se impregnaron con el delicioso olor de la gastronomía y el mezcal, en la inauguración de la Feria de los Antojitos Oaxaqueños y la Feria del Mezcal.

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El sábado 23 de julio, las 23 delegaciones del primer Lunes del Cerro arribaron a la capital para convivir en la Comida de la Hermandad, un evento privado donde disfrutaron como hermanos de la hospitalidad del Valle Central. En punto de las 18 h, las delegaciones partieron al obelisco a Porfirio Díaz, en la glorieta al norte de la ciudad, que fue punto de reunión para el desfile. Éste comenzó con el arribo del gobernador del estado y funcionarios locales; luego de ellos venían los marmoteros y los monos de calenda que avanzaban entre la multitud ansiosa de ver el paso del contingente. Las calles lucían llenas a su máxima capacidad; se veía gente en los balcones y azoteas, subidas a las bardas, sillas o agarradas de los ventanales. Con cámaras profesionales o celulares, medios de comunicación y turistas, todos corrían para sacar las mejores postales de esta tarde llena de arengas y de vivas.

El domingo 24 por la noche, en el auditorio del Cerro del Fortín, se representó la edición número 40 de Donají, la leyenda que, bajo el lema “una tradición más que historia”, narró el amor, pasión y tragedia de la princesa zapoteca Donají y el príncipe mixteco Nucano, enmarcados en los conflictos de ambos pueblos por la disputa del Valle.

Finalmente llegó la fecha esperada, antes del amanecer ya había personas formadas para presenciar el gran espectáculo. Las delegaciones se despertaban antes del alba para arreglarse y mostrar lo mejor de sus comunidades. En punto de las 10 de la mañana del lunes 25, la representante de la diosa Centéotl daba su saludo y se dirigía a su lugar al lado de las autoridades para presenciar la Guelaguetza en el marco de los 90 años del Homenaje Racial.

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El primer Lunes del Cerro comenzó al compás de las chirimías, los sonidos de tambores y flautas que despejaron el escenario y concentraron la atención para la entrada de las chinas oaxaqueñas, que representan a la mujer gallarda del mercado; visten con elegancia su traje de diario y de gala, fieles a su canasta y rebozo de seda, a sus trenzas y mascada de colores, a sus alhajas y recuerdos familiares, a su esencia oaxaqueña y a su barrio de China; mujeres congregadas por la difunta Genoveva Medina Esteva, una mujer sin precedentes que se abrió camino público en una sociedad diseñada para hombres, cuyo grupo celebra 65 años en esta edición.

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Desde el sotavento llegó la delegación de Loma Bonita con su tradicional “Son de los poniteros” y el fandango de jarana. Con el ánimo encendido subió Huajuapan de  León: con sus sones y jarabes pusieron nostálgico a más de uno que lloró con la “Canción mixteca”. Al término, continúo la delegación de Juchitán de Zaragoza que, recreando la fiesta juchiteca, puso a bailar a todo el auditorio, con sus tradicionales sones y polkas acompañados de la marimba y la banda de música del estado.

El día avanzaba y les tocó bailar a los de la tierra de las nubes, a Santa María Tlahuitoltepec Mixe, quienes piden el regreso de su padre el rey Condoy, ser místico que prometió volver al país de las nubes. Desde la Cañada llegó Huautla de Jiménez al ritmo de la tortolita, la flor de naranjo, la flor de lis y la paloma. Pronto se escuchó el llamado de un cuerno y fue la señal de que la delegación de Santiago Juxtlahuaca estaba presente con la danza de los rubios, baile de la región que emula las aventuras de los arreadores de ganado de una forma divertida y exagerada; son acompañados de las “mamacitas”, sus compañeras en la aventura.

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Llegó la Villa de Zaachila. Con la “Danza de la pluma” pusieron de pie al público, que admiró la valentía de estos hombres que, con pesados penachos, danzan para representar la Conquista. Los pañuelos se alistaron para revolotear en el aire, era el turno de San Pedro Pochutla, una tierra alegre y festiva en la cual se puede apreciar un conjunto de música chilena que sus bailarines interpretan con picardía y sensualidad. Pochutla finalizaba su presentación, pero el ánimo iba en aumento, pues se escuchaban los acordes de música sin igual, se veía la feria de colores en el atavío regional que lucían bellas mujeres de la Cuenca, el rincón tropical. Sí, Tuxtepec se hizo presente y las personas enloquecían, todo el mundo quería una postal de estas hermosas mujeres que, con listones de mil colores y una piña en el hombro, representan la emoción de la mujer por la buena cosecha de la piña en aquella región del estado de Oaxaca.

La Guelaguetza casi terminaba, todos querían seguir viviendo y disfrutando de la música y los bailes oaxaqueños. Subió al escenario la delegación de San Sebastián Tutla —después de varios años de ausencia— y llegó con su tradicional rendida de culto y la calenda de las luces.

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Pronto llegaron los de Ejutla y de nuevo el público enloqueció al ritmo del “Jarabe ejuteco” y “La culebra”. Desde la sierra norte vinieron los toritos: era momento de bailar con la delegación de San Pablo Macuiltianguis, quienes representan una corrida de toros donde el hombre muestra su valentía como torero y la mujer su destreza al representar al toro. Con un largo y caluroso aplauso se despidió esta delegación para dar paso a los que cerrarían la edición matutina del primer Lunes del Cerro. Los encargados fueron los miembros de la delegación de Santiago Pinotepa Nacional, quienes ejecutaron sus sones, chilenas acompañadas de versos picarescos que sonrojaron a los presentes. A las 14 h finalizó esta edición y ya se sentía esa nostalgia combinada con la alegría de haber vivido la Guelaguetza.

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Al salir, ya había personas esperando la función vespertina que empezaría en punto de las 17 h, para culminar con un espectáculo de pirotecnia. El primer Lunes del Cerro concluyó, pero la fiesta no termina. Falta la Octava, que emula el tradicional recalentado; una semana después, el rito se repite y se vuelve a escuchar por todo lo alto “¡Viva Oaxaca!” y ¡Qué viva la Guelaguetza!”.



Uriel de Jesús Santiago Velasco (Oaxaca de Juárez, Oaxaca, 2002). Colabora desde los 14 años en diarios y revistas de su entidad, ha publicado 5 libros sobre temas oaxaqueños, y es miembro corresponsal del Seminario de Cultura Mexicana. Es estudiante de Antropología Social en la ENAH y de Lengua y Literatura Hispánica en la UNAM.  Redes sociales: @Urieldejesús02

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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