ATALANTE / diciemebre 2022 - enero 2023 / No. 102
 

Los reyes del mundo, de Laura Mora Ortega




Los reyes del mundo
Laura Mora Ortega 
Colombia/Luxemburgo/México/Francia/Noruega, 2022, 104 min.


 
La ciudad de los machetes; el billar sin idioma; la carretera de la bruma viviente y las manos carceleras que emergen del paisaje de las tierras codiciadas. Los espacios de hostilidad de una travesía hacia los márgenes donde la noche absoluta, los senderos de la selva o el río que poco habla parecen menos amenazantes que lo humano. Odisea por la esperanza aludida en la visión de un caballo más bien plantado porque el espíritu de su galope habita la ilusión de cinco muchachos. Símbolos del despojo; anhelantes de la tierra; trozos de libertad cada vez que se mueven entre estructuras y cosas inacabadas como la promesa de justicia. Allá van, o más bien vuelven al origen, por la dualidad de La Matria, onírica y tangible al mismo tiempo, mientras toman conciencia de que, en los territorios de la exclusión, cada uno es el lugar de los otros. Son ellos mismos el único amparo ante la impostura de la periferia.

Según la notificación de un juzgado, Rá (Carlos Andrés Castañeda) es el heredero de un terreno que fue usurpado por paramilitares. Con el anhelo de dejar atrás una vida en las calles de Medellín, el joven emprende un viaje hacia la región del Bajo Cauca, acompañado por sus amigos Sere (Davison Florez), Winny (Cristian Campaña), Nano (Brahian Acevedo) y Culebro (Cristian David Duque), para reclamar las tierras que pertenecieron a su abuela. Los muchachos inician la ruta equipados con un par de bicicletas hasta que, en el llamado Alto de Ventanas en Yarumal (Antioquia), se internan en un paisaje de neblina que anticipa un cruce por lugares peligrosos. La familia de adolescentes, siempre acompañada por visiones aparentemente oníricas, vivirá encuentros y desencuentros propiciados por una sociedad cuyos bordes siguen encarnando la disputa entre las violencias del pasado y la pulsión de paz del presente.

Para la realización de Los reyes del mundo, Laura Mora Ortega (Medellín, 1981) partió de la idea de que el despojo de tierras fue el factor clave de la disputa paramilitar en Colombia. A ello añadió una imagen: un grupo de chicos que busca un “lugar en el mundo” a través del paisaje. Por ello, su tercer largometraje, el cual recibió la Concha de Oro en el Festival de Cine San Sebastián en septiembre de este año, es una road movie que intercala un realismo temático con una atmósfera onírica poblada por irrupciones de lo simbólico. El propósito era recrear la condición de desamparo de las poblaciones excluidas a través de una mirada a la sensibilidad de los jóvenes cuyo mandato de masculinidad los convirtió en los principales perpetradores y víctimas de la violencia antes de los acuerdos de paz.

La película, cuyo guion estuvo a cargo de su directora y de María Camila Arias, muestra su propuesta estética desde el primer segmento de montaje. La apertura crea una impresión de continuidad entre lo irreal y lo real. Un caballo blanco, solitario a media calle, anticipa nuestro andar por una Medellín despoblada el día en que “todos los hombres se quedaron dormidos”. Luego irrumpe la aglomeración de motores, metales y voces de la urbe ahora despierta, cotidiana, en la que Rá participa en un duelo de machetes. La calma de la ensoñación, aislada por paisajes sonoros, contrasta con el vértigo de un registro directo de calles y ruidos mediante travellings y paneos. Esta apertura no solamente instala el imaginario visual del relato, sino que constituye el basamento de una ética de la representación que hace transitar al espectador por violencias implícitas mediante una serie de metáforas.

La ética de Los reyes del mundo es también una poética del viaje cinematográfico. En la línea de Pájaros de verano (Cristina Gallego y Ciro Guerra, 2018), la conjugación de la viñeta realista con la fuga onírica brinda una estructura arquetípica a la narrativa que se distingue porque se desenvuelve como un retorno que, adicionalmente, rechaza la idealización y el maniqueísmo. Como sugiere la convención del ciclo épico, la travesía incluye las transformaciones del paisaje, los obstáculos, las mentoras, las alianzas bondadosas y los encuentros con los portadores de la infamia. No obstante, la ruta no es de ida y vuelta, sino que se trata de un retorno permanente. No hay partida; sólo regreso. Es un andar por una distopía que parte de la esperanza para explorar texturas trágicas en una serie de encuentros con lo que está incompleto. Los muchachos, antihéroes marginalizados, circulan siempre de vuelta, como si fueran al pasado, y pasan por los billares, las carreteras, los ranchos, los bares, los poblados y los paisajes que existen más allá de la bruma de Yarumal: un mundo repleto de espacios de hostilidad.

Al abordar el arquetipo como una visualidad asombrosa en una colección de cromos (el caballo a media calle, el vuelo de la bicicleta, el árbol…) y de travellings (el encuentro con Culebro, el descenso en bicicleta, el vagabundo y los perros…) de la cámara de David Gallego, Los reyes del mundo consigue potenciar la sensorialidad de las atmósferas, así como las posibilidades del símbolo para sugerir la prevalencia de las desigualdades. Es el caso de una secuencia en que los cinco muchachos, signos de la justicia, la rebeldía, la mística, la dignidad y la rabia según explicó la propia cineasta, entran a un burdel (La Matria), de banderas rotas y pianola desafinada, en el que las mujeres amparan al menos una vez a los esperanzados, aunque ya heridos, viajeros. Patria allí dentro, bajo el hipnotismo de sus luces neón y de sus visiones acaso ilusorias (como el caballo), ese lugar sintetiza un país. También es la víspera de un cruce hacia un inventario de violencias que nunca ocupan el campo visual y que constituyen el legado del conflicto.

La referencialidad de Los reyes del mundo también dispone de ecos míticos pues, como si fuera el recorrido por el río Nung en Apocalypse now (Francis Ford Coppola, 1979), viajamos con Rá y los sobrevivientes hasta un enfrentamiento ante la luz de una fogata. Sólo que el paisaje del Bajo Cauca confronta a la justicia y a la rabia. Este tipo de escenas construyen una simbolización por la que el trabajo de la directora de Antes del fuego (2015) se distingue de otros abordajes audiovisuales del proceso de paz en Colombia. Su propuesta consiste en amalgamar a sus personajes como una metonimia de la marginalización causada por las fronteras humanas. Antes que el paisaje de Antioquia, cuya bruma impide ver el camino hacia adelante (que es en realidad hacia atrás), es la humanidad allí representada lo que devela los distintos rostros de la periferia. Están allí las gentes expulsadas de las tierras como también las personas arrojadas a los bordes del sistema de justicia en una precarización que obliga a que se entiendan o se enfrenten entre ellas mismas.

Laura Mora ha señalado que Los reyes del mundo, a semejanza de su anterior largometraje, Matar a Jesús (2017), presenta motivos que trastocan el mundo real y, sobre todo, un esquema que rechaza la dicotomía bondad/maldad. A la par del trabajo con actores no profesionales, quienes exploran los registros de léxico y gestualidad de su universo humano, estos rasgos propiciaron que su más reciente producción ensayara un replanteamiento parcial de las formas de contar la travesía en el imaginario cinematográfico. Y esta forma de ver el tópico del viaje remite a lo que parece un argumento establecido por motivos entramados con los lugares hostiles del trayecto: la presencia de estructuras incompletas, ya sean puentes o basamentos, que quizás sean análogos a los resultados inciertos de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras. Se trata de objetos inacabados o derruidos que convergen en planos metafóricos y que recuerdan las visiones de la protagonista de Voices in the Wind (Kaze no denwa, 2020), de Nobuhiro Suwa, cuando llega ante un lugar intangible, aunque implícitamente existente. Son lugares en el mundo cuya ausencia invoca a una lucha sin fin de los desamparados por volverlos presencia, aunque sea necesario llevarlos a otra parte.


 



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Rodrigo Martínez Martínez. Es docente, investigador y editor. Ha impartido asignaturas, cursos y módulos de cine y de análisis audiovisual en la UNAM, la UAM, la UACM y en la escuela de cine Arte7. Ha participado en coloquios, encuentros y congresos ALED, AMIC, SEPANCINE y SUAC, así como en las dos primeras ediciones del Encuentro Internacional de Investigadores de Cine Mexicano e Iberoamericano de la Cineteca Nacional. Colabora periódicamente con las revistas Icónica y F.I.L.M.E. Sus líneas de trabajo son cultura, poética y sociología del cine. Es autor del libro Cine y forma. Fundamentos para conjeturar la visualidad fílmica (UAM-C, Filmoteca UNAM, 2019) y ha publicado capítulos de análisis cinematográfico en Cine digital y teoría del autor. Reflexiones semióticas y estéticas de la autoría en la era de Emmanuel Lubezki (2019), Fragmentario de la comunicación rupestre V. Arte y comunicación (2022) y Miradas transdisciplinarias. Nuevos acercamientos al arte cinematográfico (2023). Letterboxd: Rodrigo.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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