RESEÑA / abril-mayo 2023 / No. 104

Hay mucho humo en mi habitación o de la novela como diario íntimo



Hay mucho humo en mi habitación
Mariana Giacomán
México, Floramorfosis Editorial, 2022, 142 pp.

 


“Para Paul Léautaud —escribe Enrique Vila-Matas en el prólogo de La tentación del fracaso, de Julio Ramón Ribeyro— la gran literatura era un espanto, un horror, algo de lo que había que huir, pues le parecía que en lo trivial y secundario estaba la verdad y no en la grandilocuencia. Así que Léautaud andaba bien tranquilo con su diario u obra maestra y en modo alguno le preocupaba la obra potencial”. En Hay mucho humo en mi habitación —una novela hecha de los fragmentos en los que la protagonista vierte las reflexiones y las anécdotas de su día a día—, de Mariana Giacomán, la escritura toma forma de un diario. Un impulso cimentado en la necesidad de la protagonista de intentar un orden, de escapar a un yo para hallar en las palabras un personaje a través del cual mirar con distancia lo que se vive, hasta el punto, tal vez, de la disolución. Una especie de anonimato, en el que como Vila-Matas refiere: “seguramente se descansa mejor”.

La protagonista de Hay mucho humo en mi habitación narra lo que vive durante su etapa en la preparatoria. Padres ausentes, un medio hermano que la cuida a la lejanía, un departamento para ella sola en el que invita a sus amigas a comer pizza o quesadillas, a pasar el rato y compartir o resolver los problemas que las aquejan. Lo que se narra, con el pasar de las páginas, se va entretejiendo. Lo que pareciera desorden —una escritura cuyo flujo es el recuento inmediato de los sucesos de un día, de los pensamientos que surgen de pronto, involuntariamente— termina por redondearse y desembocar en la necesidad de ella por narrarse a sí misma.

Musil se preguntaba para qué escribir un diario íntimo. “¿De qué sirve escucharse ahí?”, parece casi quejarse. La protagonista de Hay mucho humo en mi habitación se abalanza hacia esta pregunta: la llena de la música que le gusta escuchar, de la amistad de sus amigas, de una Ciudad de México inmensa y en ocasiones hostil. Ella va en busca de una línea de fuga a través de la cual mirarse mediante los párrafos que escribe. De pronto, cuando en la novela uno de los personajes comete un abuso, la escritura sufre una metamorfosis. Quizá se deba al dolor, a que lo real no basta para hablar de la violencia, la razón por la que se entreabre un paréntesis en el que la imaginación y otras posibilidades afloran, difuminando y convirtiendo a la escritura en ensueño. Escribe la protagonista: “Cuando vuelva a leerme en un futuro y esté a punto de aventar mis hojas a la basura pensando en que solo estoy leyendo las desventuras de un adolescente pretencioso y petulante con dizque crisis existenciales, es posible que no pueda diferenciar qué fue lo que pasó en realidad y qué fue lo que escribí yo” (p. 136). La escritura se transforma, pues, en un mundo sigiloso y sereno, sin personajes, al que Vila-Matas refiere como “[l]a esfera verdaderamente creativa y superior de la impersonalidad”.

A través de estos desplantes entre la imaginación y la realidad, la protagonista construye una intimidad, que, en palabras de Daniel Saldaña París, no es nada menos que “una temperatura del lenguaje: la calidez específica de ese silencio que se abre en cada elipsis”. Y con ello, su necesidad por narrarse se aparta de los hechos para reconfigurarlos. Ya sea mediante personajes a los que la escritura decide desaparecer: “A veces pienso que si yo escribo, yo decido, entonces R. y Daniel se murieron el día en que Daniel apareció en la salida de la escuela y abrazó a R.” (p. 131). O en una escritura que se piensa a sí misma al imaginar las posibles reseñas del libro que se escribe. O incluso en la constante mención de La tumba, de José Agustín, que se convierte en un sondeo del germen del que la literatura surge: “¿Qué falta para que esta novela sea La tumba, además de besarme con algún pariente cercano?” (p. 132), escribe la protagonista.

“Y supongo que escribir diarios, a un nivel bastante básico, se trata de eso: de buscar la forma de desdoblarse en alguien más que nos haga compañía, de inventar un destinatario a la medida de nuestra soledad”, escribe Saldaña París. Y sí, en esa distancia —entre ella y el mundo— la protagonista de Hay mucho humo en mi habitación entreabre y hace surgir a la escritura como un amparo: la mano se desliza sobre la página en blanco al ritmo en que se vive, en un intento de dar orden a la experiencia vital, de crear un susurro —“la constatación de que existí [existimos] para ser futuro”, según Brenda Navarro— para que sin importar el paso del tiempo nos murmure los que fuimos, somos y seremos.


 
Ofelia Ladrón de Guevara (Xalapa, Veracruz, 1998). Escribe narrativa y crítica de cine. Ha publicado en medios como Punto de partida, Correspondencias, Girls at films y La Rabia, entre otros. En 2022 fue seleccionada para el programa Talent Press del Festival Internacional de Cine en Guadalajara, y fue finalista del VI Concurso de Cine del Festival de Cine de Los Cabos y Jurado Young Canvas.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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