CRÓNICA / abril-mayo 2023 / No. 104

Galletas Karachi y té



Genoveva Castro Meagher

Aunque se parecía un poco a Jorge Negrete, el abuelo de Prashant no era actor, sino abogado. Era del sur de la India, de la ciudad de Madras, y la gente lo llamaba Tambabu que en la lengua tamil quiere decir “hermano menor” porque era el sexto de siete hermanos. Su trabajo lo llevó a vivir en varias ciudades de dicho país. A mediados de los años 50, poco después de la independencia de la Corona británica, la ciudad de Hyderabad se convirtió en la sede del tribunal superior del estado y Tambabu se mudó ahí con su familia. Uno de los íconos de Hyderabad es el Charminar, una construcción antigua con cuatro minaretes. El Charminar era el centro de la ciudad vieja. En esa parte está el tribunal superior donde trabajaba Tambabu y muy cerca queda la Pastelería Karachi.
 
Fotografía de Tambabu
 
Tambabu
 
Cuenta la leyenda que Tambabu fue un padre muy estricto, pero con los años se volvió un amoroso e indulgente abuelo. Al parecer era un excelente conversador, una habilidad seguramente útil para un abogado. A Tambabu le encantaba comprar galletas, pasteles y botanas en la Pastelería Karachi cuando iba al tribunal. Llenaba la mesa de su casa de tentempiés a la hora del té para complacer a sus interlocutores. Los dos nietos de Tambabu que vivían con él saboreaban las galletas junto al placer de la cercanía y la plática.
 

taza de té
Charminar, Hyderabad

El fundador de la Pastelería Karachi, el señor Ramnani, vivía en la ciudad de Karachi cuando era parte de la India, durante el periodo colonial. La India británica se independizó y se separó en dos países: India y Pakistán.  A ese periodo se le conoce como “la partición” porque la nación se dividió dramáticamente en dos. Después de este suceso, un gran número de practicantes de la religión hindú que vivían en lo que hoy es Pakistán migraron a la India; e igualmente muchos practicantes de la religión islámica que estaban en la India se fueron a Pakistán. Éste fue un proceso violento, duro y doloroso en la historia reciente de ambos países. El señor Ramnani, nacido antes de 1947, cuando ocurrió la partición, viajó muchos kilómetros para establecerse en Hyderabad. La distancia entre Karachi y Hyderabad es más o menos análoga a la que existe entre la Ciudad de México y Houston. El señor Ramnani se fue muy lejos y yo imagino que el nombre de su pastelería era un homenaje nostálgico a su ciudad natal.
 
Mapa de India donde se ve la distancia entre Hyderabad y Karachi

Distancia entre Hyderabad y Karachi
 
Las galletas de mantequilla se empezaron a preparar en la India desde la llegada de los holandeses en el siglo XVI, pero, por supuesto, en su nueva locación se agregaron los ingredientes locales que les dan un toque distinto. Una de las galletas que le dio fama a la Pastelería Karachi se llama dilkush que en la lengua urdu, una de las muchas que se hablan en Hyderabad, significa “alegría del corazón”. La galleta está inspirada en un pan dulce del mismo nombre que lleva frutos secos, nuez de la India y coco como relleno. La nuez de la India, contrariamente a su nombre, viene de Brasil. Fueron los portugueses los que llevaron el árbol tropical que da esta semilla, y en la calidez del sur de la India creció muy bien. Las galletas Karachi están hechas de fragmentos que vienen de diferentes partes del mundo.
 

50%
Dilkush con chai

Tambabu tuvo tres hijos y tres hijas. Sus tres hijos varones: un doctor y dos ingenieros emigraron a Estados Unidos a estudiar a partir de los años 70 y no regresaron a vivir en su tierra natal. En esos tiempos, la gente de la India en Norteamérica era poca, los boletos de avión, excesivamente caros, y las llamadas telefónicas, costosas. Ni qué decir de la dificultad de conseguir la comida acostumbrada especialmente para aquellos que eran vegetarianos. La adaptación a otro país tan distinto debió ser complicada, pero los hijos de Tambabu se aclimataron, como el árbol de nuez de la India, a su nuevo entorno.

Prashant llegó décadas después que sus tíos a Estados Unidos a estudiar Astrofísica, inspirado por la saga familiar de estudios en el extranjero. Quería entenderlo todo y decidió que empezaría por el universo. Aunque le tocó una época en la que la migración de gente de la India se aceleró de manera extraordinaria dando lugar a condados enteros dominados por la gente de su país, sufrió, como todos, del mal de extrañar el terruño. Tambabu murió durante su primer año en el extranjero y Prashant no pudo regresar para sus ceremonias funerarias. Cuando le pregunté cómo vivió ese incidente, me contestó que se le rompió el corazón. Ahora ya no estudia las galaxias, investiga el cerebro de las personas. Migró desde el espacio hasta el interior del cuerpo humano.

Cada que alguien viajaba a Hyderabad y le preguntaban a Prashant si podían traerle algo, él siempre pedía galletas Karachi. Si él iba a ver a su familia, compraba una ración extra para comerlas de regreso a Estados Unidos. Quería una parte de Tambabu en su vida. En mis visitas a Hyderabad fuimos a la Pastelería Karachi como si fuera una peregrinación sagrada que culmina en un templo. Después era necesario comer las galletas tomando té y conversando con las innumerables personas que desfilan por su casa, ésa es la religión de la familia. Me impresiona lo avezados que son sus parientes para hacer plática y bromas perspicaces mientras comen un tentempié y beben un sorbo de sus tazas.

En el té también confluyen la historia de Europa y Asia. Los ingleses compraban el té de China, pero para controlar el mercado lo empezaron a cultivar en la India. En un principio la producción era exclusivamente para los europeos, hasta que las compañías cayeron en cuenta de que sería un gran negocio que la gente local también lo consumiera. Mi mentor Javaid Azim me cuenta que su abuelo tomó varias veces el té gratis que ofrecían las compañías como Lipton en las calles. Luego el abuelo le pidió a su esposa que lo preparara en casa. La gente no conocía la bebida y rápidamente se interesaron en consumirla, pero había que transformarla poniéndole los ingredientes característicos del lugar. El agua la hierven con un poco de jengibre fresco, a veces semillas de cardamomo, clavo o canela, té negro, mucha leche y abundante azúcar. El resultado es muy adictivo. La palabra chai designa específicamente al “té” y viene del chino cha, pero en muchos lados, chai se refiere al giro particular que se le dio a la bebida en la India con muchas especias.

La preparación del té es un tema que las hijas de Tambabu se toman muy en serio. La mamá de Prashant y sus hermanas proclaman que nadie puede hacer un té que las complazca. La proporción de agua, leche y especias y la cantidad de tiempo que se hierve la mezcla pareciera en sus labios casi un sensible tema político. Sólo ellas preparan su té. La tía viaja a visitar a sus hijas en Estados Unidos con un vasito de aluminio inoxidable, el material prototípico de los implementos para comer en la India. No es sólo el contenido, sino también el contenedor. Ella sólo quiere tomar el té en su vasito.

Una prima de Prashant, nacida en Estados Unidos, me pide que no le revele a nadie que compra su chai en las cafeterías. No está honrando las tradiciones y le parece que el chai “artificial” que se vende junto con capuchinos y expresos sabe muy bien. La bebida que han comercializado las corporaciones multinacionales viene de un polvito procesado que sus tías y primas no aprobarían jamás. Nadie ralla el jengibre ni abre las semillas de cardamomo, ninguna persona espera a que la leche con el té tome un color café oscuro mientras el brebaje hierve en la hornilla. No hay sutiles diferencias cada vez que se prepara, es un sabor estándar.

La gente de la India siempre insiste en que tomes té con un dulce o una botana en sus casas. Visitamos a una pareja que acaba de tener un bebé. La madre, visiblemente cansada, nos dice que nos va a preparar un chai. Cuando insisto en que no es necesario y que no queremos molestar, el padre contesta que es parte de su cultura. No nos quieren dejar ir sin comer algo y tomar té. Pareciera un rito milenario, pero es bastante reciente. Data alrededor de las primeras décadas del siglo XX. Pero el arraigo es tal que lo encuentras por todos lados en la India. Te lo ofrecen los llamados chai walas que aparecen a cada paso que das, incluso hay vendedores ambulantes de té hasta en los trenes.

El apego al té con un alimento ligero prevalece entre los migrantes de la India. En una visita a la ciudad de Chicago entro al cuarto de hotel de los tíos de Prashant. Todos fuimos para asistir a una boda. Me siento en la cama y la tía abre su bolsa, trae una fritura hecha de lenteja y especias, muy característica del sur de la India. Hierve agua en una jarra eléctrica e improvisa una sesión de té. Me advierte que la bebida será muy inferior a lo que debe ser, pero el objetivo de platicar va a cumplirse. Quiere saber sobre mis padres, mis hermanos y mi vida. Me cuenta la suya con una gran sonrisa mientras miro sus enormes ojos.

Los migrantes de la India tienen una presencia notable en sectores laborales en Estados Unidos. La revolución de la tecnología de la información volvió necesario contratar a un gran número de expertos en este ramo en los últimos 25 años; muchos de los trabajadores vienen sobre todo del sur de la India. La demanda superó a la oferta de profesionales en Estados Unidos. La India tiene una población extensa y una enorme cantidad de ingenieros. Prashant me habla de los amigos de su cuadra en Hyderabad, con los que jugaba de chico; casi todos están ahora en Norteamérica. Su prima hermana también dejó la tierra natal para trabajar con su marido en Nueva Jersey, uno de los estados junto con California, Texas y Nueva York en donde se concentra esta migración reciente. Tomamos el tren a Nueva Jersey para visitarlos y todos los vagones están ocupados por indios. ¿Acaso no nos dimos cuenta y estamos viajando a Hyderabad?

La migración india del siglo XXI no tiene precedentes y ha transformado las ciudades y suburbios de Norteamérica. Hay cines en los que se proyectan las películas de Bollywood, salones de belleza en los que las mujeres se pintan las manos con los diseños de henna, y campos en los que se juega cricket, deporte nacional de la India. El estado de Connecticut donde vivimos tiene más de 35 mil personas de origen indio, muchos menos que en otros sitios de la Costa Este, pero suficientes para ofrecer películas, servicios de belleza y encuentros deportivos. En nuestro parque, en el que caminamos con frecuencia, escuchamos cada vez más la lengua madre de Prashant, el telugu, otro de los idiomas que se hablan en Hyderabad. Sonidos nuevos se mueven en el aire, como las hojas de los árboles, cambiando el paisaje sonoro.

La identidad india está además profundamente ligada a su cocina. Donde hay indios prosperan las tiendas especializadas que importan los ingredientes tradicionales. Es impresionante todo lo que ofrecen y están diseñadas para una población amplia y deseosa de poner en su mesa lo acostumbrado. La Pastelería Karachi se convirtió en un gran emporio que exporta a muchos lugares del mundo. En nuestro supermercado indio en Connecticut ahora venden las galletas. Ya no es necesario ir a la India por ellas.

Voy de viaje a México y mi familia renta una casa fuera de la ciudad para que estemos todos juntos por unos días.

—¡Genoveva! ¿Ya se acabaron las galletas que trajeron? Las que tienen semillas de comino estaban buenísimas, muy peculiares. ¿Quién nos va a hacer el chai, Prashant o tú?

Muy contenta voy a la cocina. Todos sucumbieron al encanto de las conversaciones al calor del té y las galletas de la Pastelería Karachi que cuidadosamente metimos en las maletas.  También llevé el té negro y las semillas de cardamomo que son difíciles de encontrar. De Karachi a Hyderabad, de Hyderabad a Connecticut y de Connecticut a México. Supongo que le daría gusto a Tambabu que, aunque no lo conocimos, nos convirtió a todos.


Genoveva Castro Meagher (Ciudad de México, 1974). Estudió la licenciatura en Arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Posteriormente, cursó la maestría en Estudios de Asia y África en El Colegio de México. Estudió Literatura Sánscrita en la Escuela de Estudios Orientales de la Universidad de Londres y el doctorado en Lengua y Literatura del Sur de Asia en la Universidad de Washington. Se concentró también en el aprendizaje de las lenguas hindi y urdu en programas en Estados Unidos e India. Actualmente es profesora en la Universidad del Sur de Connecticut.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

Punto en Línea es una publicación bimestral editada por la Universidad Nacional Autónoma de México,
Ciudad Universitaria, delegación Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, a través de la Dirección de Literatura, Zona Administrativa Exterior, edificio C, 3er piso,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, teléfonos (55) 56 22 62 40 y (55) 56 65 04 19,
http://www.puntoenlinea.unam.mx, puntoenlinea@gmail.com

Editora responsable: Carmina Estrada. Reserva de Derechos al uso exclusivo núm. 04-2016-021709580700-203, ISSN: 2007-4514.
Responsable de la última actualización de este número, Dirección de Literatura, Silvia Elisa Aguilar Funes,
Zona Administrativa Exterior, edificio C, 1er piso, Ciudad Universitaria, Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México,
fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

La responsabilidad de los textos publicados en Punto en Línea recae exclusivamente en sus autores y su contenido no refleja necesariamente el criterio de la institución.
Se autoriza la reproducción total o parcial de los textos aquí publicados siempre y cuando se cite la fuente completa y la dirección electrónica de la publicación.