¿Qué sigue tras la utopía?
Fernando Illarramendi
Es el futuro, la utopía de Augé, de Cohen e Ilich. La bicicleta reina, puebla las calles, cada día y cada avenida, millones de bicis ruedan por las ciudades, por los pueblos, las selvas, los desiertos y callejones, adoquinados y empedrados, asfaltados y enterrados. Lo infranqueable del camino es obsoleto frente a la voluntad del ser en bicicleta.
Dispongo rodar 800 kilómetros en tres días, lejos del bullicio de la ciudad que, a pesar de todo, continúa. El destino, Oaxaca. Tomo mi bici y me preparo: comida y bebida, alforjas, mochilas, ropa, cuaderno, pluma y un libro. Los recursos técnicos existen, podría ir a ciegas y el ambiente me protegería, confianza plena. Cada carretera tiene un acotamiento lo bastante amplio y bien cuidado para mantener sano y salvo al ciclista, cada camino es atendido por elementos de la Secretaría de Movilidad para la asistencia ante cualquier emergencia. También la Guardia Nacional. Camiones adaptados para llevar una docena de bicis en sus cajuelas y al ciclista derrotado y acomodado, disfrutando del aire acondicionado.
A pesar de todo, se enfrenta uno a sí mismo.
Poner a prueba la capacidad de resistencia, el límite de la fuerza, el cuerpo al más alto puerto, el alma al punto de ebullición; arrastrarse a la experiencia de sentir que ésta será la última pedaleada, el último ataque a la alta montaña. Sentir la sangre fluir por los oídos, por las palmas de las manos aferrándose al manillar como un niño a la teta que lo alimenta. Sentir el agua que somos, hervir, evaporarse a través de los músculos que se ensanchan hasta reventar, salir por los poros que cubren cada centímetro de la piel. Abandonarse en cada kilómetro recorrido y alcanzar la cima.
Para luego descender…
¿Qué sigue tras la utopía?