La ilusión de la libertad
Mónica Díaz García
Cuando a las personas que usamos bicicleta nos preguntan qué es lo que más nos gusta de andar en ella, solemos coincidir en que lo mejor es la libertad que nos proporciona: la libertad de andar a todas horas, hacia cualquier destino. Yo también lo siento así, la bici da libertad. Sin embargo, las lecturas críticas sobre la ciudad y los transportes me han llevado a cuestionarme: ¿si ahora nos sentimos libres, significa que antes de movilizarnos en bici no lo éramos?
El verano pasado leí un libro de Lauren Elkin llamado Flâneuse. El término viene del francés, es la palabra en femenino para paseante. Flâneur se ha usado en los estudios literarios sólo para los varones, hombres que decidían pasar su tiempo caminando por las calles europeas observando, escribiendo, apropiándose de la ciudad. Elkin hace referencia a diversas mujeres que ya hacían eso desde el siglo XIX: eran unas pocas desafiando su confinamiento al espacio doméstico. Todavía me sorprende pensar que las mujeres no tuvieran la libertad de transitar por el espacio público si les venía en gana, que sólo pudieran salir acompañadas y a ciertas horas. Se les convenció de que su lugar estaba siempre entre cuatro paredes. No era así para todas, siempre ha habido diferencias de clase que se vuelven un tamiz por el que se define la vida. Para muchas mujeres salir a la calle no era una decisión libre sino una forma de supervivencia viable, aunque condenada moral o económicamente. Con el tiempo quizá algunas adquirieron la libertad de andar en la ciudad, mientras otras, todavía poco a poco, van convirtiendo esa forma posible de vida en una elección. Éste es un ejemplo de que la libertad es a veces ilusoria, pues, aunque se diga que toda persona puede hacer lo que quiera, en realidad decide en concordancia con las concepciones aceptadas de su sociedad o se atiene a las consecuencias de desafiar las convenciones. Ahora se supone que toda persona puede andar en la ciudad con libertad, pero aparentemente para hacerlo de verdad se necesita un automóvil.
La cuestión de tener elecciones limitadas por lo económico y lo social no es tampoco exclusiva de las mujeres. La capacidad de escoger con libertad es un medidor importante de la desigualdad. Hay un sabor amargo en sólo tener la opción de la bicicleta en un mundo que se llena la boca de espetarnos que querer es poder y que si no has podido “mejorar” tu forma de transportarte es porque no estás haciendo lo suficiente. Pero la bici es muy noble.
Me gustaría pensar que, a pesar del cansancio, de las preocupaciones y del hambre, quizá no tan eventual, la gente que no tiene el lujo de decidir con real libertad pueda, al final, acallar las voces externas y aprovechar las posibilidades que da la bici: moverse cuando lo desee, a la velocidad que quiera, sin que cada trayecto dependa del dinero cada vez más difícil de ganar y sin tragarse el sabor amargo de ser una persona “muerta de hambre” o “floja” por “sólo” tener una bicicleta. Espero que se sientan libres al poder ir en bici hacia el siguiente destino, sin depender de gasolina, apropiándose del espacio con cada pedaleo.