Teófilo Kalach



A veces las cosas más simples nos pueden dar las más grandes satisfacciones. Una de ellas es, sin duda, orinar. ¡Cuánto más si lo haces en un bosque una mañana templada!

Un sábado por la mañana fui a pasear en bicicleta con algunos amigos. De regreso, el camino es cuesta abajo y se disfruta la sensación de la misión cumplida. A unos kilómetros de mi destino me topé con las famosas enchiladas de La Güera. Decidí parar, pero antes me adentré unos cuantos metros en el bosque para orinar.

Aún no empezaba lo que me proponía cuando vi que se aproximaba en la carretera una unidad sospechosa. En efecto, eran los embajadores de la ley. La experiencia nos dice que la policía normalmente trae problemas, por lo que disimulé como si simplemente contemplara la naturaleza. En eso, uno de los oficiales bajó de la patrulla y se afianzó al cuadro de mi bicicleta. Me dijo que cometía un delito, que me tenía que remitir a la delegación, bla, bla, bla... Típico caso de extorsión que, pensé, acabaría con unas monedas para su refresco. Pero el destino quiso complicarlo todo.

Le aseguré que no había orinado, él aseguró que sí. Mandó a su compañero, que fotografió el piso con su teléfono y regresó para advertir que ya tenía la evidencia en su poder. Empezaba la negociación cuando se detuvo un auto desvencijado del que bajó una señora filmando con su teléfono y gritando: “¡ése es mi cliente y lo están extorsionando!”. Era una señora que trabaja en un puesto de quesadillas. “¡Voy a llamar a todos los locatarios y ya verán!”, espetó. Traté de tranquilizar a la señora, ya que me iba a complicar la situación. A mí lo que me urgía era orinar y comer enchiladas. Los policías insistían en que estaban cumpliendo con su deber, obvio. Se acercó un corredor a pedir ayuda porque unos perros poco amigables estaban amenazando a los deportistas. El poli, sin soltar mi bicicleta, al igual que yo, le dijo que estaban ocupados, ya que yo había orinado en el bosque. “¿Dónde querían que orine?”, preguntó el ingenuo atleta.

El poli, en voz baja, me dijo que nos alejáramos de los testigos para llegar a un arreglo. Me pidió que subiera a su unidad con todo y bicicleta. Yo no pensaba hacerlo, y le dije que la bicicleta no cabía en la patrulla. ¡De verdad no cabía! Me propuso que me subiera a la patrulla y que él se bajaría montando la bicicleta. Ante mi expresión dudosa, me aseguró que sí sabía andar en bici. Le sugerí que bajáramos caminando. En la siguiente escena nos encontrábamos caminando lentamente, los dos aferrados al cuadro de la bicicleta, escoltados por la patrulla. Un conocido se me emparejó a preguntar si necesitaba ayuda; el oficial me amenazó que si rajaba nos íbamos a la delegación. “Todo bien”, contesté.

Es verdad que no debemos prestarnos al cohecho y fomentar la corrupción, pero me urgía acabar con todo eso, me urgía orinar y comer mis enchiladas de La Güera. Llegamos, al fin, a un arreglo económico, como era de esperarse. Su servidor con cien pesos menos y los dos agentes con cien pesos más.