ENSAYO / junio - julio 2023 / No. 105

El rock y la furia


Erick Hernández Morales



Ya que el rock nacional nunca ha gozado de un prestigio comparable al de otros países, no es de extrañar que por tanto tiempo la literatura mexicana haya carecido de obras sobresalientes con esa temática. Antonio Ortuño viene a romper ese silencio con todo el ruido y la furia de su novela más reciente: La Armada Invencible (Seix Barral, 2022), vigésimo libro del zapopano. Cuenta la historia de una banda de metal mexicana que, tras grabar su primer disco y a punto de consagrarse con una gira de conciertos en Alemania, súbitamente ve desvanecerse sus sueños de gloria ante su repentina disolución. Al igual que la flota española que le da nombre, la agrupación naufragó mucho antes de llegar al campo de batalla y cumplir sus grandes designios. Veinte años después, Barry Dávila, vocalista, guitarrista melódico y capitán del barco, está decidido a resucitar al grupo y cumplir sus sueños de juventud.

La historia se teje alternando dos líneas narrativas: la principal en voz de Yulian, bajista y miembro fundador de La Armada, quien a su vez alterna la narración de la génesis, separación precoz y resurgimiento de la banda, con la de su propia biografía atribulada y digresiones en las que expresa su filosofía de metalero o establece cánones y genealogías dentro de ese género musical. La segunda está compuesta por pasajes en forma de entrevistas para un documental sobre la agrupación, donde cuentan su versión de la historia Barry y otros personajes, agregando así el elemento de la polifonía que, además de ampliar el abanico de perspectivas, refleja el desconcierto y falta de armonía entre los miembros de la banda, que mantienen a esta en constante zozobra.

La complejidad de la estructura narrativa resultante puede pasar desapercibida ante otras cualidades susceptibles de atrapar la atención del lector de manera más inmediata, como el sentido del humor que caracteriza al estilo de Ortuño o el lenguaje vivaz cargado de jerga rockera, apodos, groserías y otros rasgos propios de la oralidad. Todo ello acompañado con un ruidoso soundtrack de fondo.

Si bien en ocasiones se sirve de ciertos clichés con efectos irónicos o humorísticos, la novela no cae en estereotipos planos al momento de caracterizar a sus rockeros cuarentones. Por el contrario, cada uno tiene su personalidad bien definida, así como motivaciones y temores que pocas veces se comunican los unos con los otros, alimentando así una tensión constante. Mientras que Barry es el más fiel a la trinidad del sexo, las drogas y el rock, Yulian se muestra menos interesado en ganar grupis que atormentado por sus decepciones sentimentales y temeroso de ser seducido por la sobrina de su jefe.

Los personajes principales están construidos mediante dualidades y contrastes que les dan su profundidad: entre la expectativa social y su condición de inadaptados, entre el pragmatismo de la vida cotidiana y sus convicciones, entre su propia juventud y su edad actual, que ellos mismos ya consideran vejez. Únicamente dos cosas se mantienen estables a lo largo de sus vidas: la primera es la pasión por la música, desde luego. Lo metalero constituye la base de su identidad, la tabla a la que se aferran para flotar en medio de un naufragio. Por eso portan las playeras negras con nombres de bandas emblemáticas, las chamarras de cuero con estoperoles, las botas vaqueras y el cabello largo o en cresta con el mismo orgullo que un traje de batalla.

La segunda es la insatisfacción: primero en la adolescencia cuando aprender a tocar su instrumento representa un respiro en medio del tedio de la escuela, de las familias disfuncionales, opresivas o prejuiciosas que los tachan de drogadictos, homosexuales o machorras; y vigente aún cuando, achacosos, divorciados, con poca afinidad con los hijos y desigual fortuna económica, deciden reunirse de nuevo. Su intento por adaptarse a una vida más convencional fue infructuoso, solo queda volver a empuñar las guitarras o las baquetas y entonar su grito de guerra.

Sería un error reducir La Armada Invencible a una historia de éxito o de fracaso. El deseo del primero y el temor del segundo son los móviles de la trama, no obstante, el mérito de la obra reside justamente en saber expresar esa dicotomía que viven los personajes entre la realidad desoladora y “la estúpida esperanza que (les) mete la música en el alma”. Es su forma de resistencia ante un mundo que experimentan tan hostil y decadente, como lo pintan las letras del metal. De ahí la electricidad que les transmite esa “música de los disgustados”, como la define Yulian; "música de bestias abandonadas", no de ángeles virtuosos, donde la mayoría de la gente solo oye ruido.

En este sentido, La Armada Invencible aborda desde otra perspectiva un tema que Ortuño ya había tratado en La vaga ambición: libro de cuentos que narra los altibajos de la carrera literaria del escritor Arturo Murray. Desde que gana un concurso escolar de escritura hasta que se la vive de gira por la República presentando sus libros, ningún éxito literario exime a ese personaje de los sinsabores y las miserias de la vida cotidiana que, por el contrario, lo acosan en todos los relatos. De manera similar a lo que ocurre con el nombre de La Armada Invencible, en “La batalla de Hastings”, cuento final del libro, se desarrolla un paralelismo entre los guerreros que pelearon en dicho enfrentamiento histórico y un grupo de aspirantes a escritores encabezados por Murray, que imparte un taller literario. En el clímax de su discurso, este resume su poética al ponderar la pulsión de escritura como su forma de resistir, de combatir, de revestir de belleza la realidad. Eso lo hermana con sus talleristas dejando en segundo plano el hecho de que él goce de éxito editorial, mientras que ellos escriben textos “horribles, espeluznantes, y ningún editor sería capaz de tomarlos en serio”.

La literatura para Murray, el metal para Barry, Yulian y sus demás compañeros. Inmersos en ámbitos muy distintos, estos personajes comparten su manera de experimentar el arte como una necesidad visceral que les otorga la fuerza para resistir los embates de una realidad hostil. Ya dijo Vila-Matas, como se encargan de recordarnos los cintillos de los libros del zapopano, que estamos ante un maestro de las variaciones sutiles.


Erick Hernández Morales (Estado de México, 1987). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y el diplomado en Traducción Literaria y Humanística de Ametli-Caniem. Ha colaborado con traducción, crítica y narrativa en publicaciones como Círculo de poesíaConfabulario Punto de partida

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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