ENSAYO / junio - julio 2023 / No. 105

Juan José Arreola y Juan Rulfo: de infancia, literatura y guerra


Imelda Sevilla Espejel


I. De juglares, duendes y una aparición especial de Juan Coronado.

El querido Juan Coronado dijo, alguna vez y para mi sorpresa, en medio de una clase de literatura mexicana del siglo XX en la FFyL_ "Arreola se vestía de duende para venir a dar clases. Así entraba, disfrazado de gnomo y hacía formas con sus manitas, como ejecutando ademanes mágicos". Los gestos del desaparecido maestro eran imperdibles. "Arreola era un juglar y no un enano extraño", pensaba yo. Pero tampoco lo conocía mucho. Nunca antes había visto sus programas, aunque sí sabía de ellos porque mi papá lo admiraba. Mi padre es médico —de la FacMed y con todos los honores— pero ha sido también mecánico, cargador en la Central de Abastos, electricista, chofer, panadero, carpintero, cuidador de pollos fracasado, vendedor ambulante, albañil, cuentista, y particularmente "fabulador". Uno muy bueno. Menciono todo esto porque su camino en la vida ha sido proceder en sus elecciones de carrera de acuerdo al magisterio que dictaba Arreola sobre vida y literatura cada semana por tv.  De lo que me contaba mi padre sobre el juglar, ya en los noventas, heredé esa necesidad que me llevó, muchos años después, a partir en busca del autor de Confabulario e, inevitablemente, de hallar a su "gemelo opuesto": Juan Rulfo.

El oxímoron hace ruido, lo sé, pero también es muy adecuado: así como Tezcatlipoca tiene a su gemelo contrario, que es Quetzálcoatl, y ambos forman una suerte de completud muy particular, Juan  Rulfo y JJA conforman una fraternidad muy peculiar. Si nos ponemos telúricos habría que enfrentar a ambos escritores para tener un panorama completo de cada uno de ellos, y entender así cierta base o núcleo fundacional en el que descansa la literatura mexicana de medio siglo y más allá. 

Pero regresemos a la clase del maestro Juan. Como muchos de esos estudiantes presuntuosos e inútiles de la Facultad de Filosofía y Letras, yo prefería mil veces la literatura de Arreola y no llenarme la cabeza con las entrevistas que daba, ni perder el tiempo con sus programas o sus autobiografías. Mucha teoría literaria, mucho crear esquemas que por tautológicos presumen un método complejo. Y también mucho no darme cuenta de que cada entrevista arreolina y rulfina destilaba eso de lo que estaba hecha su propia literatura: una cierta forma de oralidad a modo en el caso rulfiano y una cierta manera de "puesta en escena" por parte de Arreola]. Creo que sigo siendo presuntuosa, y seguro una inútil, pero me queda muy claro que esas entrevistas, las de Rulfo y las de Arreola, son oro molido.

Hablando de padres, he dicho bastante del mío, pero nada de los de Juan Rulfo ni Juan José Arreola, ni tampoco de la infancia, ni de las guerras que he prometido en el título de este ensayo. Pero, para hablar de infancia hay que hablar de verdad y de ficción, de mitos y personajes.


II. Haciendo literatura: una lección sobre el "tío bananas".

Juan Rulfo pensaba en la literatura y en el oficio literario desde un particular —por lo poco ortodoxo— punto de vista:

ERNESTO GONZÁLEZ BERMEJO: Qué es para usted la literatura

JUAN RULFO: Una mentira. La literatura es una mentira que dice la verdad. Hay que ser mentiroso para hacer literatura, esa ha sido siempre mi teoría. Ahora que hay una diferencia importante entre mentira y falsedad. Cuando se falsean los hechos se nota inmediatamente lo artificioso de la situación. Pero cuando se está recreando una realidad a base de mentiras, cuando se reinventa un pueblo es muy distinto. Aquellos que no saben de literatura creen que un libro refleja una historia real, que tiene que narrar hechos con personajes que existieron. Y se equivocan: un libro es una realidad en sí. Aunque mienta respecto a la otra realidad. […]

En Caracas estuve en la Universidad Central de Venezuela ante mil quinientos estudiantes con la condición de que hicieran preguntas previas. Y lo que respondí fue una serie de mentiras. Inventé que había un personaje que me contaba a mí los cuentos y que yo los escribía y que cuando ese personaje se murió yo dejé de escribir cuentos porque ya no tenía quién me los contara.

E: O sea que se puso a hacer literatura.

J. R: Seguramente estaba yo en vena porque ahí mismo aparecían personajes, se armaban los cuentos. Apareció un cierto tío mío al que le decían "el bananas" que se dedicaba al contrabando de marihuana y cosas por el estilo1.


Y no era el único que mentía: verdad, exageración, ficción y silencio se mezclan en las declaraciones de Juan Rulfo y Juan José Arreola en torno a sus vidas. De Rulfo, el silencio y la omisión han propiciado que la crítica elaborara un mito al nivel de su obra literaria; de Arreola, la exageración y la inventiva le han granjeado la calificación de "personaje"; la crítica literaria más severa lo considera un simple bufón o un showman frente al público.

Rulfo alimentó conscientemente su mito, contestando con historias semejantes a las de arriba. Como el desaparecido Kurt Cobain, líder de Nirvana, Juan Rulfo no toleraba la humillación; sus bromas, sus "mentiras" y omisiones, estaban siempre bien calculadas. Había sentido el rigor academicista de la élite letrada y de sus críticos. Arreola, en cambio, como Dave Grohl (para seguir con las metáforas en torno a Nirvana) bromeaba siempre y, aunque no estaba demasiado de acuerdo con este estatus burlesco ("había un cabrón periodista de México que me decía 'el kafkita de Zapotlán'"2, afirmaba), sabía improvisar, levantarse, y trabajar con el ridículo o con las apuestas en su contra, hasta convencer al público que tenía frente a sí. A pesar de no ser académico daba clases en la universidad: allí deslumbró al maestro Juan Coronado con sus ornamentos de "gnomo" (como decía él), de juglar o de catedrático. Su carrera previa de histrión habría de influir en la manera en la que creaba y abordaba no sólo al público, sino al texto mismo.

Sabiendo esto, no queda más que apuntar que los relatos de la infancia de Rulfo y de Arreola tienen cierta cualidad de "ficción" (o de mentira o juego): pero uno de ellos es bastante serio, porque los enlaza a través del gran cisma jalisciense del siglo XX, la Guerra Cristera.


III. ¿El primer encuentro?

Hacia 1914 los padres de Juan Rulfo, acaudalados dueños de haciendas y tierras3, se encontraban yendo y viniendo de San Gabriel a Sayula y a Zapotlán, la ciudad de Arreola. En 1915, un año después de haberse casado, se les ubica en Sayula, durante la fuerte refriega entre villistas y carrancistas. En 1919 se habían mudado a Guadalajara4

Entre los bandidos-caudillos más sanguinarios se hallaba Pedro Zamora, general villista, al que Rulfo haría protagonizar (a él y su banda)  su cuento "El llano en llamas". De él llegó a decir que había secuestrado y torturado a su abuelo "colgándolo de los dedos pulgares hasta que los perdió". Anécdota negada por su hermano Severiano y por Antonio Alatorre: "era puro cuento"5, pero que pasó a formar parte del retrato que Juan Rulfo desarrolló ante el público.

Arreola, en cambio, creció cobijado por la seguridad que Zapotlán ofrecía, aparentemente, durante los movimientos armados; por su clima dócil, los variados negocios y su mucha gente. Sus padres, Felipe Arreola y Victoria Zúñiga, pertenecían a la clase de pequeños propietarios, cultos, de Zapotlán. (El padre de Felipe Arreola era ebanista y productor de vinos. Tuvo el buen tino de enviar a dos de sus hijos al seminario dónde les enseñaron ciencias: matemáticas, astronomía, historia natural. Los tíos de Arreola, José María y Librado, serían sacerdotes y eruditos, cuya dedicación a la lingüística, la química, la metalurgia y la arqueología les ganaría un lugar entre los fundadores de la Universidad de Guadalajara.)

Juan José afirmaba, en 1987, haber conocido y tratado en la infancia al autor de El llano en llamas, en una de las huidas de los Pérez-Rulfo hacia Zapotlán: que entonces estaba fuertemente guarecida. Que Rulfo se hizo amigo de sus hermanos también,  que en ellos tomaría inspiración para uno de los cuentos de El llano en llamas:

ARREOLA: Lo conozco [a Rulfo] de antes porque su familia, su padre, su madre, sus tíos, estuvieron en Zapotlán cuando la Revolución Cristera. Éramos chicos… mi hermano Rafael sostiene: "Mira, ¿sabes dónde vivieron los Pérez Rulfo?... ¡En Zapotlán!" A dos puertas de mi casa, que todavía existe: la casa de mis hermanos.

VICENTE LEÑERO: Pero se conocieron ustedes de chavos.

ARREOLA: No.

ARMANDO PONCE: De chamaquitos.

ARREOLA: No. Nos conocimos, pero imposible recordarlo… Jugábamos en la calle, era nuestra calle… mi hermano, que tiene una memoria prodigiosa/

PONCE (interrumpiendo): Fue el del cuento de "Te acuerdas".

ARREOLA: ¡Ah!, pues ahí tienes, sí, el cuento de "Te acuerdas" fue con mi hermano Rafael y con mi hermana Berta y con mi hermana Cristina, que se trataron mucho en esta etapa. Porque hay que aclarar: con Juan nos podíamos dejar de ver años enteros. Entonces: la infancia está perdida en la memoria. Y es cierto que Juan estuvo de niño, a los diez años, como Agustín Yáñez antes, en Zapotlán… Zapotlán era una plaza fuerte: Ciudad Guzmán: un valle de montañas con dos fuertes muy bien resguardados: la garita de Santa Catarina, yendo de Guadalajara, es decir, hacia Sayula; la garita de Santa Catarina, entre Zapotlán y Sayula. Y por el otro lado: la garita de Huescalapa, con salida hacia Colima. Esa era la cosa, ¿verdad?... Entonces, en la Revolución, desde la primera, y desde la Cristera a la última, Ciudad Guzmán era una plaza fuerte y bien guardada. Y familias de todo el sur de Jalisco y de Colima venían a resguardarse al Valle de Zapotlán, al pie de los volcanes: el Nevado de Colima y el del Fuego6.


Sin embargo, en el periodo que abarcó la Cristiada, Rulfo había sido llevado al Orfanatorio Luis Silva en Guadalajara, lo que hace probable que, de encontrarse con Arreola, habría sido sólo durante las vacaciones que se le permitían a los internos, y que Rulfo pasaba en San Gabriel. Pero no se puede descartar que en esas vacaciones Rulfo buscara refugio, llevado por sus tíos, en Zapotlán, debido al conflicto armado, y, efectivamente, hubiera conocido a Juan José y después tomado a los hermanos Arreola como inspiración para algunos personajes del cuento "¿Te acuerdas?".

En medio del misterio, de si esto es posible o no, Rulfo "le hizo segunda", inconscientemente, a Arreola, cuando le confesó a Fernando Benítez, en 1986, que sí, que eran amigos de la infancia, y que es y ha sido su amigo desde entonces. Que conoce bien a la familia. Transcribo la cita completa porque da una idea sobre el peculiar vínculo que tenían estos dos jaliscienses:

Fernando Benítez: Cuéntame algo de las gentes de tu provincia –le dije iniciando la plática.

JUAN RULFO: Bueno, ¿te acuerdas de la vez que pasamos por Zapotlán y traje un pan que ya no comemos en México? Pues ese pan me lo dieron las hermanas de Arreola. Ellas lo hacen, ellas hacen los mejores dulces y compotas de Jalisco y de eso se mantienen. A los Arreola les llaman los Chiripos porque parece que todo lo hacen de chiripa. Ninguno terminó siquiera la primaria. Su hermano Librado  es inventor. Sin que nadie lo haya enseñado, es capaz de abrir las más complicadas cajas fuertes, o de armar viejos coches inservibles. Librado, cuando está en su casa y llaman muchas veces a la puerta se asoma por una ventana y dice: "¿Qué no ven que está cerrado? Esto quiere decir que no estoy y como no estoy es inútil que llamen".

Juan José era el recitador del pueblo. Recitaba a Ramón López Velarde. Siempre ha leído a Marcel Schwob, el autor de Vidas imaginarias, La cruzada de los niños que editó Octavio Barreda en Cultura y de cuentos muy semejantes a los de Arreola. Después leyó a Borges, a Kafka, a Claudel. Todo lo que lee y oye se lo aprende de memoria. Fuera de eso no ha leído gran cosa, pero le gusta jugar y baraja de tal modo sus cuatro o cinco autores que da la apariencia de una gran erudición. Es una especie de mago, que hace de un milagroso miligramo un camino encantado.

Ha sido Juan José un amigo de la infancia y no he dejado de quererlo a pesar de que nos separan los ríos de la colonia Cuauhtémoc y los tiempos. El hizo que Antonio Alatorre se interesara en los libros7.


La miseria de aquellos años, la situación de despojo de los campesinos a consecuencia de la implementación a modo de las leyes de Reforma, el agrarismo, la Revolución y la Cristiada, son tópicos comunes en la literatura y vida de Arreola y de Juan Rulfo: son todos temas claves para el lector tanto en Pedro Páramo como en La feria, las dos únicas novelas de ambos escritores.

Rulfo no sólo llevaría a lo literario estos temas a lo largo de todo El llano en llamas y Pedro Páramo. Tal era el impacto que le causarían en la niñez estas coyunturas que las habría estudiado a profundidad.  Arreola haría lo propio en su Feria.

No voy a abordar aquí la compleja relación que tuvieron ambos con la Cristiada y el conflicto agrario, pero dejaré tres puntos de vista y relaciones sobre la Guerra Cristera, que me parece resuelven muy bien la importancia de este lazo, "de amistad infantil", que no sé que tanto de inventado tiene.

En estas líneas he querido buscar evidencia de que Arreola y Rulfo se han hecho compañía desde más tiempo del que sabemos; sólo he encontrado algunas buenas suposiciones. Quizá estas líneas sean parte de ese juego entre la verdad y la ficción, entre el mito y el personaje, iniciado por estos dos escritores. Aún no lo sé.


Tres instantes.

Como se sabe, Juan Rulfo ha relacionado muchos de los ejes temáticos de Pedro Páramo con la Cristiada; a mí me gustaría rescatar las aseveraciones que, cuenta Jean Meyer, el autor de El llano en llamas le confió sobre los agraristas y cristeros que él mismo había tratado, y cuya veracidad y datos resultaron bastante exactos, según los cotejó el historiador:

Conocí a un capitán [federal] Castillo, "el Pelón", del 38vo Regimiento de caballería del general Manuel Ávila Camacho, acuartelado en Sayula; y mi tío, el capitán Pérez Rulfo. De los jefes cristeros, a Michel, Bouquet y Degollado. Viví el levantamiento cristero. Los cristeros tomaron San Gabriel y todos los pueblos que no tenían una fuerte guarnición del ejército. Soplaban en sus cuernos. El saqueo era muy común. San Gabriel [su pueblo] fue tomado la primera vez, cuando ni se sabía que la guerra había empezado […].

Parece que Cárdenas quiso destruir la propiedad en esa región tan cristera. Dio la tierra a quien se presentaba; los verdaderos agricultores, medieros, arrendatarios, peones, se quedaron como campesinos sin tierra y engendraron el bracerismo […]

Zapotitlán quedó arrasada por mi pariente el capitán Pérez Rulfo, por el cuartel general de los cristeros. El general cristero Manuel Michel era el administrador de la hacienda de la viuda [Rulfo], administrador y arrendatario de parte de esa hacienda de San Pedro, con límites con Colima, cerca de Tolimán, al sur de San Gabriel. Cuando se levantó en armas, todos los peones, absolutamente todos, lo siguieron. La situación de mi familia fue muy difícil en esos años, atrapada entre la Iglesia y el ejército, sin contar a los cristeros. El curato de San Gabriel era el cuartel de los federales"8.


El segundo testimonio es de un amigo común de ambos, primer "discípulo" de Juan José Arreola, el filólogo autlense Antonio Alatorre; me parece clave porque está escrito desde una reminiscencia más joven que la de Arreola (que tenía ocho años) y Rulfo (que tenía nueve años):

 "Pues yo tenía seis años, era cristero. Y entonces "entraron los cristeros". Decía yo: "Pues muy bien". Como que tenía yo una idea vaga del mundo del mal y he aquí que el mundo del bien —los cristeros— entraban en la casa. Entraron en la casa porque destruyeron una de las puertas, pero en realidad, a mí no me importaba eso. Con esa puerta abierta, con semejante balacera, la calle debería estar sembrada de los casquillos de las balas, que eran codiciadísimas: de esos bienes que se intercambian los niños en la escuela. Yo pensé "aquí hay una mina fresquecita de casquillos" y me arrojé. Como que me sentía ya tan tranquilo, ya todo, [con] los cristeros en casa. Y me lancé a la calle a recoger casquillos. Y el grito de mi madre: "Toño", fue el que me asustó, me volví a la realidad. Entonces ya entré y entonces sí, me entró el temor"9.


Transcribo el último testimonio, de Juan José Arreola, porque me parece el más dramático de todos:

La considero esa etapa, la Cristiada, como un país, no como una época, ni como un movimiento, sino realmente como un país: un estado de ánimo y estado de cosas. Porque la vida se transformó por completo. […] "Uno de los recuerdos fundamentales es el fusilamiento del padre Sedano. Nos tocó, saliendo de la escuela, encontrarnos con la comitiva que llevaba en un camión —que ya les decían trocas porque eran camiones elementales, de plataforma— llevaban ahí al padre Sedano, que iba rezando y bendiciendo a sus verdugos inmediatos, porque lo llevaban a él a fusilar. Parece que no juzgaron conveniente fusilarlo allí en el Palacio Municipal o en la plaza. Y lo fusilaron en la estación del ferrocarril, más bien, a la salida del panteón. Y durante mucho tiempo estuvo allí, expuesto; lo ahorcaron hasta que se cayó, y luego lo amarraron en un árbol con un letrero, porque querían hacer ejemplo de todo. Cuanto cabecilla encontraron por allí, cuando cristero, lo fusilaban. Todos eran exhibidos en la plaza, en la estación de ferrocarriles que era de tránsito, porque las personas tenían que, finalmente, viajar, aún en condiciones terribles. Y era el continuo ejemplo y la presencia viva de la muerte allí, todos los días" .


La Revolución y la Guerra Cristera, sobre todo esta última, marcaron a toda una generación de escritores, intelectuales y filólogos de Jalisco. José Luis Martínez (1918), Antonio Alatorre (1922), Juan Rulfo (1917) y Juan José Arreola (1918) conforman un grupo particular dentro de la literatura mexicana: el grupo Jalisco. Todos poseen en sus recuerdos de infancia una herida bastante siniestra. No me parece una casualidad que ante el horror cotidiano, ante la orfandad y la violencia, tanto Juan José Arreola como Juan Rulfo hayan volcado su atención en las artes, en la literatura y en la lectura desde muy temprana edad. Y hayan, después, inventado una amistad que los hermanara desde la infancia.

Es ésta la edad en la que Arreola lee los textos que integrará después en su libro didáctico Lectura en voz alta, textos con los que nutrirá, más tarde, a Antonio Alatorre y a decenas de discípulos en sus talleres. Es ésta la edad en la que Rulfo comienza, según sus propias palabras, a leer en la biblioteca que uno de los curas del pueblo escondió en su casa.


1 Ernesto González Bermejo, "JUAN RULFO: La literatura es una mentira que dice la verdad. Una conversación con Ernesto González Bermejo", Revista de la Universidad, Septiembre de 1979, pp. 6-7.

2 Federico Campbell,  "La mujer abandonada", en Arreola en voz alta, compilación de Efrén Rodríguez, CONACULTA, México, 2002, pp. 122.

3 Antonio Alatorre cuenta: "Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, el padre de Juan, poseía una regular hacienda en la región de Sayula. María Vizcaíno, la madre, venía de una familia aún más rica. "La persona de Juan Rulfo", Casa del tiempo, n°  82, p. 45.

4Aproximo las fechas tomando en cuenta a Alatorre, loc. cit.

5 Ibidem, p. 47.

6 Vicente Leñero "¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola? (Entrevista en un acto)", en Arreola en voz alta, compilación de Efrén Rodríguez, CONACULTA, México, 2002, pp. 192-193.

7 "Conversaciones con Juan Rulfo", el Universal, 15/05/2017, consultado el 2 de junio de 2023 en la dirección: https://www.eluniversal.com.mx/articulo/cultura/letras/2017/05/16/conversaciones-con-juan-rulfo/

8 Jena Meyer, "Juan Rulfo habla de la Cristiada", Letras libres, Mayo 2004, p. 56.

9, 10 Testimonios para el documental Guerra de los cristeros. Clío Tv, México, dirección Nicolás Echeverría, guión Nicolás Echeverría y César Moheno, 2002.










Imelda Sevilla (Jalpan de Serra, Querétaro, 1990). Es licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, casa de estudios donde también cursó la Maestría en Letras Mexicanas. Con su tesis de Licenciatura obtuvo el Premio Joaquín García Icazbalceta, otorgado por la AML y la UNAM. Ha publicado en la revista Tema y variaciones de literatura, en las antologías Juan José Arreola. Las mil y una invenciones (UAM/Ediciones Lirio, 2021) y Catorce voces sobre los 70 años de Adolfo Castañón (Bonilla Artigas Ediciones, 2022). Su libro El niño en la botella. Lectura de lo monstruoso en Juan José Arreola se encuentra en prensa.


 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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