Caudal de piedra. Veinte poetas peruanos,
selección y prólogo de Julio Trujillo, México:
UNAM, 2005


Existe la idea más o menos generalizada de que un poeta sólo puede ser traducido por otro poeta. Ésta, como todas las afirmaciones, es funcional y dudosa. Para verificarla podríamos formular una lista que incluiría, de manera arbitraria, nombres como fray Luis de León, T. S. Eliot, Henri Meschonnic, José Emilio Pacheco y Haroldo de Campos; para confutarla podríamos proponer los casos de traductores que, sin ser poetas, crean obras insuperables: propongo los casos de Antonio Tabucchi para las traducciones de Pessoa al italiano, y de José Vázquez Amaral —nada más y nada menos—, quien tradujo todos los Cantos de Pound al español. Puesto que esta tesis es fallida quisiera proponer otra que encuentro más acertada —a menos que alguien demuestre lo contrario: ésta consiste en afirmar que un poeta sólo puede ser antologado por otro poeta (o bien, que cualquiera de sus variaciones: una tradición, una generación, una tribu o lo que sea, sólo puede ser antologada por un poeta). Las antologías preparadas por un académico caducan al poco tiempo de su publicación. Su trabajo consiste en “establecer criterios”, su intención es ofrecer o preservar documentos que permitirán un intercambio de información o que procurarán un conocimiento (incluso las imprescindibles colecciones de Oxford siguen este dictado). Un académico hace cosas como ésta: Las cien mejores poesías (líricas) de la lengua castellana… (Cómo olvidar a don Marcelino Menéndez y Pelayo). En cambio, el poeta inventa tradiciones. A éste no le preocupa sino la palabra que escapa del tiempo, la que no acaba de decir lo que dice, la que sólo es intuición y tentativa. Al poeta no le interesan aquellos textos que en un tiempo dijeron algo (pensemos en Amado Nervo, cuyos versos sólo cumplen hoy una función didáctica y sirven como referencia del gusto de otros tiempos); al contrario, siente una especial atracción por aquella poesía que sigue estimulando la escritura de poesía. La poesía que provoca poesía.

Esto es lo que deja ver la antología de poetas peruanos preparada y prologada por Julio Trujillo. Su validez no radica en que ofrezca un panorama o una muestra, cosa más bien fútil y vana, sino en que señala los espacios compartidos por poesías aparentemente distantes. La selección, hecha a partir de una preselección de los propios poetas, es, además, la lectura y la asimilación que un poeta —Julio Trujillo— tiene de los otros, de su generación y de sí mismo.

Si bien en un principio se puede pensar que el título, Caudal de piedra, tomado de un verso de Martín Adán, obedece a esa fascinación ornamental de que tanto gusta la tradición hispánica, en cuanto se lee el prólogo, es posible identificar que la intención del autor es otra. Para Trujillo, la poesía peruana, a diferencia de la chilena, la española o la mexicana, ha sabido asimilar y reinventar la tradición: con el “caudal de piedra” Trujillo pretende explicar que “el poeta [peruano] se apoya en una solidez existente que se llama tradición, pero que no es literalmente pétrea ni inamovible, sino al contrario: fluye en caudal”. Y más adelante precisa uno de los aciertos de la poesía peruana: “Ignorar la tradición o pretender destruirla es extraviarse y es un despropósito: se puede trabajar con ella y contra ella, dándole movilidad y permanencia. Los poetas peruanos lo están haciendo, y los resultados están a la vista.”

Caudal de piedra reúne a una veintena de poetas que, en su mayoría, rondan los cincuenta años. Es decir, se trata de una muestra de trabajos sólidos que caminan con rumbo propio. Baste con mencionar a Eduardo Chirinos, cuya obra ha logrado reconocimiento en los últimos años, para ejemplificar lo anterior. Figuran, además, nombres que, como los de Luis Rebaza-Soraluz y Rossella Di Paolo, resultan una verdadera revelación para los lectores poco familiarizados con la literatura de esa parte del orbe.

Además, algo memorable de esta antología es que no debimos esperar a que un español o alguien desde una universidad norteamericana —ya sea un latinoamericano exiliado o un académico estadounidense— llegara para decirnos qué cosa se escribe con felicidad en el Perú. Hace mucho tiempo que nuestra cercanía con otros países de lengua española se caracterizó por la distancia. En parte se debe a que lo que llega a nuestras manos está filtrado por la industria editorial española o por la academia estadounidense. Es, por lo tanto, de suma importancia resaltar que el trabajo de Trujillo —apoyado por la UNAM y por los propios poetas peruanos— tiende puentes con el presente, nos muestra lo que se está haciendo en otros territorios que son también nuestro territorio: el español.

 

Eduardo Uribe (Ciudad de México, 1980). Estudió letras. Ha sido guitarrista en bandas de rock, escritor negro, corrector de pruebas, profesor de literatura en México y de español en Francia. Tiene algunas publicaciones dispersas en revistas y periódicos del país. Es secretario de redacción del Periódico de Poesía desde 1999. Ha traducido a Mário de Sá-Carneiro. En el invierno de 2004 hizo a pie el camino entre Lisboa y Sintra.  

 

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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