Razones
Rolman Constantino
Envidia
El pez linterna
huye al fondo del mar
sin saber por qué.
No sabe de su fealdad
nunca le avisaron
y en el mar no hay espejos.
El pez linterna desciende
confundido a la oscuridad
ahuyentando a su paso a quien se le cruce.
Desconoce que la evolución le jugó chueco
la mala broma del azar cósmico
lo hizo horrendo
y lloraría si pudiera
pero no sabe
y no puede
además
¿quién notaría un poco
más de sal en las profundidades?
El pez linterna sabría querer
si le hubieran enseñado cómo
pero sólo nada en su condición de bestia,
odiándose,
como una nube negra
que se ha apartado del rebaño en el cielo.
Como puede navega su soledad.
Solo,
horrendo e incomprendido
al fin lo entiende:
el dios de los mares castiga más de dos veces.
Aunque algo de piedad habrá en sus caprichos
el pez linterna cuando se siente perdido
afuera o adentro
enciende su luz,
se ilumina a sí mismo
por unos momentos
es una bombilla entusiasta
y más de algún pez
aunque le cuesta aceptar
lo voltea a ver con profunda
y abisal envidia.
De antes
Ver llover y recordar
que el agua viene de ancestrales bóvedas
donde habitan frutos y animales endémicos,
flores zoológicas de picos y dientes ultramarinos,
altos vegetales cantores
ver llover y pensar en la extrema fealdad
de un pavorreal frente
al cortejo de dos aves en vuelo
de aquellas bóvedas
ver la lluvia que cae definitiva hacia su fin
decir lluvia y querer decir el plural
de los habitantes de la palabra lluvia
las gotas que se saben solas
en su sino de caída
solas
y sin embargo por instantes
ven su reflejo en el desplome
de otra gota que pasa
Agua madre
sangre de la misma sangre
caen ignorándose
unidas antes de su desprendimiento
caen y una reminiscencia de vuelo
las embarga
algo oscuro como un recuerdo
de peces que batían sus alas en las bóvedas
mueven sus cuerpos para resistirse
y sin embargo caen
caen definitivas
y a los pocos milímetros de estrellarse lo saben:
no es la primera vez ni la última que lo hacen.
Silencio
Digo tu nombre fácil,
como quien dice
esa montaña es muy alta,
amaneció soleado,
los pájaros vuelan en la azotea.
Pero quién sabe en el corazón de qué piedra
creció la idea de alzarse montaña,
en qué jardín
germinó nuestro sol,
o por qué las alas de los pájaros
abren la mañana.
Poco dicen las palabras
sobre la vida
o quizá no se trata de eso
sino que detrás de ellas,
escondida,
esté su verdad.
Porque pesándolo bien
alguien dice una palabra
y con ella vienen vidas
vuelos
y siglos.
Un niño dice
tigre
y en sus labios sujeta
los zarpazos del felino,
sus milenarios ojos abriéndose
en una selva en Nepal,
en un antiguo santuario,
o el dardo que lo persigue
mientras huye de su destino.
Digo tu nombre de nuevo
como si tratara de pronunciar
el nombre de un país extinto
de una fruta desconocida,
el coro de una canción
de una lengua
que ha muerto.
Digo tu nombre
y guardo silencio.
Razones
Por no haber nacido pájaro y rompiente
ni tener tres tentáculos en el torso
dos antenas en cada mano
y una barracuda orbitando la cabeza
por no ser hierba que crece
ni catarina al vuelo
mantarraya suspendida
por no ser maguey al sol
mandíbula de cocodrilo
tortuga que huye
ni ser humo de árbol
acariciado por un rayo
ni tubérculo arrancado
del vientre de su tierra
por no ser árbol que se incendia
huracán de Júpiter
haz neón que se fragmenta
Por esta terca necedad de no ser
polen
y espora
abeja
y amanita
por la mala suerte de no ser
cohete que cruza el cielo
rueda de la fortuna
algodón de azúcar
el dardo que revienta el globo
la mitad del limón
el cubo de hielo que se derrite
por no ser quejido
lamento
y canción
porque no pude ser un ajolote magenta
por todo lo que no fui,
escribo.