ensayo / diciembre 2023 - enero 2024 / No. 108


Fenomenología de la caída

Y para nosotros es suficiente que la gravedad realmente exista,
y que actúe de acuerdo a las leyes que hemos explicado, y sirva abundantemente
para explicar todos los movimientos de los cuerpos celestes y de nuestro mar.

Isaac Newton, Philosophiæ naturalis principia mathematica


La caída es el principio del gateo. Es el cuerpo deseando la infancia. Tartamudea, tropieza, y por último sangra. Quiere regresar al útero. A la antigua casa, al origen. Extraña su nacimiento, el piso que le daba sostén, estar lejos del lugar donde cayó.


I

Tropiezo

Cada otoño es necesario imitar a las hojas. Ese día, Diego y yo terminamos las clases y teníamos tiempo libre para gastarlo en mi departamento. Bajamos las escaleras cuando de repente mi vista se convirtió en una cámara fotográfica en movimiento estrellándose contra el suelo.

Susan Sontag dice que una catástrofe vivida se parece a su representación. Cuando cayeron las Torres Gemelas, los testigos narraron el evento como surreal, como si hubiera sido una película pasando delante de sus ojos. Sólo podemos vivir el traumatismo desde la distancia, en términos de imagen. Esta sensación implica lejanía, una disociación temporal entre lo que sucede en realidad y la forma en que lo procesamos, para que pueda traducirlo el pensamiento.

En mis raspones había tierra y un acento diferente al mío. Mi amiga Fer nos alcanzó afuera del metro, donde había ocurrido el desplome, No mames, wey, sí te diste en tu madre, ¿cómo te caíste? Es que no vi el último escalón. Es que me distrajo el cartel de las tortas de tamal. Es que mis pies no se acostumbran al ritmo. Es que el suelo violando al cuerpo. Es que no sé.

Esa es la pregunta más frecuente cuando me ven renguear. ¿Cómo saberlo? Lo único cierto es que el dolor actúa como un exceso de presencia, se vuelve superlativa, cambia la orientación espacial. El pasado y el futuro se aniquilan, el presente coloniza las rodillas. Nunca me había interesado saber si tus piernas rozan con las otras cuando vas sentada en el transporte público. La caída te obliga a ser consciente de tus dimensiones. Por eso, en la articulación tibiofemoral tenemos unas bolsas llenas de líquido que amortiguan los golpes, pero que están dispuestas a romperse después de una contusión. Algo así como dos sacos amnióticos. De ahí que exista todo un movimiento en internet sobre las caras de bebé (baby face knees en Reddit) que aparecen en las rodillas cuando están de pie, a causa de la pareidolia.

No llamé a mi mamá hasta un día después, Puras mermas contigo, todo te pasa en esa ciudad, te asaltan, tiembla, te caes, nomás hace falta que te enamores de un chilango, sentenció. Después de su listado de tragedias griegas, y a petición mía, me recetó un cuídatemucho con merthiolate e ibuprofeno de 600 mg cada 8 horas desde el otro lado del teléfono. Terminó diciendo, Imagínate, si te quebrabas los huesos, hubieras tenido que regresar a Culiacán.

Las madres pueden fantasear felices la posibilidad de nuestro retorno, aunque sea en una silla de ruedas.


II

Caída libre

Las rodillas son las que sostienen al individuo en la huida. Dividen al cuerpo en dos: el norte y el sur, lo mismo que hace una frontera. Como sostén se necesitan las articulaciones, que son la unión entre dos huesos. Permiten la movilidad, evitan la fricción entre ambas zonas, son las mediadoras culturales.

Caída tras caída, me doy cuenta de que mis bordes están flaqueando. Migro de la banda a la cumbia, del suchi al sushi, y voy sola al consultorio médico. Aquí no hay nadie a quien mirar para que conteste por mí cuando el doctor hace las preguntas, no hay madre vigilando la mano que examina las contusiones cuando entra discretamente bajo mi falda.

Salir del útero es siempre una traición fronteriza. La primera traición es perdonada con la alegría por la llegada del recién nacido. La segunda, no; irse de casa conlleva una renuncia a voces. Empacar las maletas deja de ser divertido después de los diez años, cuando ya no se trata de embolsar nuestra colección de Barbies y amenazar con escapar por la ventana. A otros ojos, marcharse es una infidelidad hacia quienes dejas. Durante su exilio en España, Cristina Peri Rossi escribió que partir es siempre partirse en dos. Mientras yo estoy aquí, tropezando en un intento sadomasoquista de conciliarme con este suelo, en mi ciudad la gente continúa muriendo y enamorándose

Mis vecinos están pintando sus casas de un color distinto del que las vi por última vez.


III

Colapso

El ejercicio de la caída imita al de la muerte. Ensaya la autodestrucción, pone en práctica y sin culpa l'appel du vide. De poca elegancia, la posición horizontal resulta demasiado seductora para los vivos. Dejarse caer implica una detención arbitraria y completa, casi suicida, que asume plenamente la ingravidez.

Cuando el ser humano se convirtió en un ser bípedo, separado de las bestias, alejó la cabeza lo más que pudo de los desechos y las heces, paralelas a la tierra. Debido a esto, ahora somos seres erectos, más cercanos al cielo, distanciados de las raíces vulgares que partimos en dos al pisar, que al mismo tiempo son recuerdo de nuestras partes bajas. De acuerdo con Bataille, podemos decir que se trata de una negación a la naturaleza animal. El modo de estar erguido es razón de la civilización, ápice del antropocentrismo. Al andar verticales le otorgamos mayor dominio al sentido de la vista, pues alejamos el olfato del subsuelo y sus olores. Entonces se logró una hegemonía retiniana, la cual nos permitió esquivar cualquier obstáculo presente en el camino, de modo que cualquier anomalía, ya sea un desmayo o un tropiezo, es develación pública de la nostalgia por nuestra existencia animal anterior.

Tiene que haber una conexión entre la caída y el lenguaje. No son poco frecuentes los resbalones en relación con el pensamiento, las palabras caen como lo hace el cuerpo. Pensémoslo así. La verdad de la caída es la traición. Los mayores momentos de vulnerabilidad son siempre en posición horizontal, es la imagen del cadáver. Sucede en la cama (to fall asleep), en una mesa quirúrgica (to fall sick), o en el ataúd (to fall dead). Recostarse da por hecho el desarme, niega lo faloide, coloca a un mismo nivel la boca y el ano. El cuerpo acostado democratiza la altura de los alimentos y de las excreciones. Aterrizar, ya sea a causa de un simple escalón o desde lo alto de un edificio, invierte los cimientos de todo orden establecido para alcanzar su expresión barbárica más visible. Los niños y los borrachos no sólo siempre dicen la verdad, sino que son los verdaderos detractores de la civilización.

Todas las mañanas hay que tomar la decisión expresa de sostenernos. El suelo permanece imantado como si fuera carnada para los huesos, por lo que caeremos cientos de veces antes de caer finalmente. Dejar descansar al cuerpo es impedir estar alerta y, a veces, distender el lenguaje. Sin embargo, este movimiento será siempre de contracción y extensión, es decir, no percibiremos horizontalidad sin su opuesto eje Y, vertical. En la formación de este sistema se puede ir de abajo hacia arriba, o sea, en acción de un movimiento celestialmente ascendente, o de arriba hacia abajo, de un movimiento inmoral.


La caída es el error súperhumano, el paso desacompletado, nos devuelve nuestra condición simiesca originaria. Es posible que ahí también se erija la humillación del derrumbe, del sabernos monos. La caída no es una acción sino una desviación, requiere de un momento, un lugar, un nombre, en síntesis: un recuerdo. En su tratado Sobre el cielo, Aristóteles definía lo pesado o grave como aquello que se acerca al centro de la tierra, y lo liviano como lo que tendía a alejarse de él. A la vez, decía que cada objeto tenía un lugar en el universo, y la gravedad no era otra cosa que la tendencia propia de los elementos de regresar a su lugar natural.

La forma inicial de desplazarnos por el mundo es en cuatro patas. Entre otras cosas, les sirve a los bebés para renunciar al miedo a caer cuando comienzan a caminar. Es importante, por ejemplo, aprender a gatear para cuando ocurra una balacera en el kínder. Saber caer es saber morir, pregonan las maestras norteñas de preescolar. Hacer el pecho tierra. Hacer caída. Cantar ferozmente Hermano, cayó la ley.

Hay en esta repetición un síntoma involutivo. Antes de saber marchar, ya sabíamos caer, es el principio de cualquier nacimiento. Tienen los descensos un grado de vitalidad y otro de muerte, entonces surge en nosotros el impulso por descomponernos, por regresar al momento 0 después de ser tentados por la tierra para devolver a ella lo construido. El signo más palpable de ello se sostiene en la existencia de los apasionados por las alturas. Los amantes de los riesgos no disimulan su deseo de replicar amplificadamente la primera vez que cayeron al mundo fuera del cuerpo de sus madres. No hay caída que no sea autoprovocada, ni hay autoprovocación más evidente que ésta. Doblemente erectos por la excitación de su propia levedad, dan el salto de fe en el paracaídas, como si hubiera sido Dios su expulsor en el cielo.

En alemán, Niederkommen quiere decir parir, que quiere decir poner abajo, que a la vez quiere decir dejarse caer. No es que algo azaroso se interponga en el camino de nuestro errar vagabundo, sino que es el cuerpo, activamente y sin necesidad de más nada, ese algo que colapsa.


IV

Reposo

Si tu nombre es Edgar, Juan Gabriel, o Muro de Berlín, sabrás que caer es el recordatorio de la gravedad sobre la carne, el paroxismo de una violación proyectado hacia abajo. Con el raspón se obliga al cuerpo a rememorar su infancia. Resultaría grave negar el carácter lúdico de las cicatrices. Es en la caída donde el niño comienza a sentir el peso de las risas y miradas, sucede su encuentro con el ser pudoroso. No es el dolor lo que le hace llorar, sino la desnudez de sus rodillas peladas que se extrapola a la desnudez de todo su cuerpo: el germen de la vergüenza.

Si algo sé hacer bien, es caer con facilidad, por eso comprendo que descender suele ser la más común de las erratas, pero la peor que puede ocurrir si terminamos en posición de perrito. Nadie sale bien parado de quedar en cuatro, nos convertimos en el blanco de las más ácidas burlas. Los amantes de besar el suelo han sido obligados a aprender, por las malas, el significado de bajarse por los chescos. Poseen, además, una habilidad excelsa en el campo poético. Fueron ellos, los caídos, quienes antes utilizaban monedas de 20 centavos para comunicarse cuando no había celulares. Las echaban en la ranura del teléfono público, y cuando el destinatario aceptaba la llamada, la moneda caía. De ahí que incorporaran su mantra a la vida diaria, Ya me cayó el 20, para referirse a que, cuando la moneda descendía, en ese instante el sistema telefónico les permitía iniciar la conversación.


V

Levantamiento

En casi todos los casos a un impacto le procederá una elevación, por eso podemos volver a caer, y a caer, y a caer. Usualmente nos levantamos por nuestros propios medios o con el apoyo de algún sujeto preocupado, como me pasó a mí, con la ayuda de Diego. Mientras, responder con una risa forzada puede actuar mejor que cualquier otro analgésico, pero es una tortura tan sólo superada por el sufrimiento traído por las cosquillas. Saber reír cuando se cae es el verdadero paso de niño a Hombre. Después de esta actuación no hay marcha atrás. Supera cualquier primera menstruación, cualquier cumpleaños que sugiera crecimiento. No habría madurez sin el paso por la contradicción. Hacer chiste de nuestra desgracia es la única forma de liberarnos de ella. Reírme de mí mismo es la posibilidad de ser otro, de ser aquel que ríe, aquel que tiene las rodillas intactas.

En idioma narco, un levantón conlleva un secuestro. Es común crecer, erguirnos durante el proceso de pubertad, escuchando a las vecinas decir, Anoche levantaron a… Levantar a alguien es la forma corta que inventamos para decir que un grupo de hombres subieron por la fuerza a otra persona en una troca, alguien a quien no precisamente trataban de ayudar a levantar, y posiblemente ni siquiera era un cuerpo que acababa de caer.

Sucede que, lejos de ser surreal, como atestiguaron quienes presenciaron la magna caída del 9/11, una catástrofe es, más bien, un exceso de realidad. En palabras de Baudrillard, va más allá de lo real, porque un estado de crisis transgrede los límites propios de lo que concebimos como verdad, en especial si es mediatizada. Se trata de una desproporción de los hechos. No hay metáfora. Una caída será siempre de dimensiones hiperbólicas. Desestabiliza, de entrada, nociones de espacio y tiempo. La sangre, los dedos señalándonos, el hueso pelón, los ojos pelados de los demás, todo es agresivamente real.

La articulación de la rodilla divide al cuerpo en dos, facilitando o debilitando la posición elevada. Hace posible el desdoblamiento, u obliga la permanencia anclada al piso. El dolor por la caída produce un estado de sonambulismo omnipresente, provoca un encogimiento del cuerpo parecido a la indecisión. Mi herida hace que camine como zombi. Me obliga a ir lento, a ser foco de empujones y a tener una conciencia agónica sobre mis pisadas. Un zombi es un ser retornado, el que regresa (de la muerte). Sin lugar. Ni aquí ni allá. Soy Ícaro derritiéndome con un sol de 40º al mismo tiempo que caigo en las inundaciones de Iztapalapa. Ni norte (erguida), ni sur (al ras del suelo).


Han pasado dos semanas y ya se desprendió la costra. Esta cicatriz ha cubierto a las otras cicatrices de cuando era niña y me tumbaba en el patio de mi casa. La ciudad se instala en mis antiguas formas, que mudan conmigo de lugar. La próxima vez que me pregunten cómo caí, responderé que sucedió mientras estaba pensando en cometer una traición (ahora sí que) con el chilango de Diego. To fall in love, se dice.

Difícil hacer el amor con las rodillas rotas.






Coraima Gil (Culiacán, 2000). Es egresada de Sociología por la UNAM. Es artista visual, escribe poesía y ensayo. Fue becaria de Jóvenes Creadores FONCA 2019-2020 y del PECDA Sinaloa 2020-2021. Ha tomado talleres de literatura con Mijaíl Lamas, Elisa Díaz Castelo, Laura Sofía Rivero y Luigi Amara. Ha publicado en Círculo de Poesía y Página Salmón.


 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

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