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El pasado mes de junio, del día 18 al 21, se llevó a cabo la cuarta edición del Festival Internacional Letras en San Luis, un evento que incluía desde un encuentro de escritores hispanoparlantes hasta homenajes nacionales, pasando por exposiciones artísticas y feria del libro. El festival reunió a personalidades de las letras y homenajeó a tres grandes: Félix Dauajare, José de Jesús Sampedro y José Emilio Pacheco. Esto fue lo más importante, quizá, en lo concerniente al evento político, pues no olvidemos que una actividad de tal naturaleza siempre guarda un trasfondo político. Aunque yo preferiría quedarme con el concepto de encuentro ya que para mí, ante todo, eso representó el festival: la coincidencia con una o más personas en un determinado momento.

Arribé a la ciudad de San Luis Potosí el jueves 19 por la tarde y me instalé en el Hotel Concordia, lugar designado para que la prensa pernoctara. Como mi pericia en cuanto al trabajo periodístico era nula hasta ese momento, hice lo mejor que pude para mantenerme constante en las mesas que se desarrollaron en el patio del Palacio Municipal, edificio colonial de exquisita construcción que albergó todas las actividades del encuentro. Aunque por momentos la acústica no era muy buena, el edificio brindó calidez a los que ahí estuvimos escuchando las disertaciones sobre editoriales independientes, poesía o narrativa.

El nivel de las actividades fue engañoso. La inclusión de algunos poetas fue un tanto arbitraria pero dejaba mejor parada a la organización. No todos los participantes estuvieron a la altura de las circunstancias, ya que uno esperaría de un festival como éste una gran calidad, que no siempre estuvo presente. Un ejemplo fue la Feria Nacional del Libro de Poesía Manuel José Othón. Había libros excelentes, aunque, también, nunca faltan los malos, como en cualquier feria. Eso no es lo que critico, sino la pretensión. La verdad es que era un local pequeñísimo. Siendo generosos, quizá era un espacio de cuatro por seis metros, a menos que me engañen las dimensiones.

No obstante, lo anterior fue opacado por la lucidez de algunos escritores, su pericia con la pluma, su gratísima inspiración que hacía que el público pidiera más de su obra. Lo mejor de todo, a pesar de los altibajos, fue el encuentro literario, así, como encuentro: coincidir en el mismo espacio con desconocidos para algunos de los asistentes y reencontrarnos con otros ya conocidos fue un toque humano que siempre se agradece en este tipo de actividades. Como digo, nunca había hecho trabajo de prensa, así que fue una nueva experiencia para mí, ya que siempre había sido invitado a esta clase de eventos a leer literatura y no del lado de los que sí van a trabajar.

Otra cosa disfrutable del festival fue el tras bambalinas, es decir, el recorrer lo que había del otro lado del evento: la ciudad, a todas luces bellísima, con sus templos barrocos que dejan petrificada la mirada y aun la memoria, sus plazas soleadas o por momentos con ligeras lloviznas, sus habitantes tan amables (como los organizadores, en verdad).

ivfestival-2.jpgLuego el desayuno con José Emilio Pacheco, todo un caballero, todo lucidez y generosidad. A pesar de ser uno de los poetas más importantes del siglo XX mexicano, nunca ha perdido la sencillez y el azoro del joven poeta que siempre ha sido. Con amabilidad y buen humor respondía las preguntas de los que lo acompañábamos en la mesa. Nunca lo vi poner una mala cara o despreciar alguna pregunta o comentario. Un gran ejemplo para las nuevas generaciones que creen que está primero la figura del poeta y luego la poesía.

Y al terminar aquellas actividades que enmarcaba el festival, una vez más se presentó el acto político en forma de una cena de gala en un exclusivo salón de eventos sociales, ofrecida por el alcalde de la ciudad en honor de los homenajeados y asistentes. El menú fue excelso y las bebidas no escasearon. Una vez más el evento tomó matices cálidos con la presencia, casi a manera de agradecimiento, de José Emilio Pacheco, quien iba de mesa en mesa compartiendo charla con los comensales y expresando su contento. La verdad es que daba muestras de una gran calidad humana y una lección de cortesía.

Por último, el encuentro de la noche gozosa y las buenas compañías, los amigos de Azteca 21 y el buen José Antonio Parga quien amablemente nos ofreció su estudio de grabación para continuar la amena charla que comenzó en la cena, donde se habló de poesía, de música y, sobre todo, de camaradería.

La madrugada de San Luis nos abrió los brazos con un maratón y sus corredores que se preparaban para la justa. Una despedida bastante sui generis para una estancia bastante original.

Luis Paniagua (San Pablo Pejo, Guanajuato, 1979) es poeta y ensayista. Estudió la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Poemas suyos fueron incluidos en las antologías Crimen Confeso (Daga Editores, 2003) y Un orbe más ancho. 40 poetas jóvenes de México (UNAM, 2005). En el año 2000, obtuvo el premio de poesía en el certamen "José Emilio Pacheco" (FES-Zaragoza); en 2004, el premio por el mismo género en el concurso de la revista Punto de partida, y el segundo premio de ensayo en la emisión 2007 del mismo certamen. Ha colaborado en las revistas Acequias, Rocinante, Opción y Literal, así como en el suplemento Arena del periódico Excelsior. Ha publicado el poemario Los pasos del visitante (UNAM, 2006).

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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