Al frío de los cuatro vientos
Luis Paniagua, Luis Téllez-Tejeda, Alberto Trejo, Moisés Vaca,
Instituto Mexiquense de Cultura, México, 2006


 

 

a Leticia y Carlos Vieyra
con gran afecto

 

portada-cuatrovientos.jpgAun antes de poseer un ejemplar de la obra que genera estas líneas, y en realidad, contando únicamente con el nombre que la titula y algún comentario de sus autores, recordé aquello que se dice en “Higuera”, poema de Octavio Paz recogido en el cuaderno Los trabajos del poeta: “Encerrado entre cuatro muros [...] escribía mensajes sin respuesta”. Ahora, después de hacer la lectura del poemario —escrito a cuatro manos por Luis Paniagua (1979), Alberto Trejo (1982), Luis Téllez Tejeda (1983) y Moisés Vaca (1980)—, creo tener una explicación para ello y a su vez un motivo más justo que me permite esbozar algunos apuntes sobre este inusitado poema sinfónico de las letras mexicanas más jóvenes, Al frío de los cuatro vientos.

Es éste un libro que resulta, por sí solo, peculiar en nuestra literatura, y sumamente oportuno y necesario en la construcción de la escritura poética emergente. Lo primero, porque no existe registro sobre alguna obra que haya sido creada al alimón por varios autores; aunque hay sí, libros colectivos de poesía (recuérdense, por ejemplo, los dos libros realizados en la segunda mitad del siglo XX por el grupo de poetas conocido en su juventud como “La espiga amotinada”, o el último caso, a finales del año pasado, del septeto de Espacio en disidencia), pero estos son muy distintos, puesto que en ninguno de ellos está presente la intención —claramente delineada y primordial— de erigir una sola obra, “un solo” texto poético al unísono desde distintos ángulos, alientos diríase.

Lo segundo, finalmente, porque la literatura nunca cesa y siempre se está haciendo, construyendo infinitamente a pesar de las malas temporadas —ora breves, ora más largas—. Así, y sin que el actual presente poético esté en “crisis” como últimamente han afirmado caprichosamente tanto algunos críticos como poetas, la aparición de una nueva obra realizada por algunos de los más recientes exponentes de la poesía mexicana confirma, por una parte, su saludable estado a la vez que conforma seria y nítidamente su presencia en ella, enriqueciendo los registros del universo poético hispanoamericano.

Si bien texto sinfónico, como lo digo antes, Al frío de los cuatro vientos es también obra visual, de orden estrictamente espacial, geográfico. Baste, para nuestro propósito, revisar brevemente la estructura del texto a partir de su índice. Estando ahí, encontraremos que la obra se conforma en cinco partes que a su vez podemos leer como otros tantos poemas. El primero de éstos y el más delgado —homónimo, y presumiblemente escrito por los cuatro autores— funciona no sólo como invocación para el material restante (“Nuestros pasos serán puertas abiertas hacia el camino”), sino que además demarca los alcances del poemario en su conjunto, al exponer y anticipar el final del poema mismo (“Nuestros pasos serán puertas abiertas hacia el camino. / Partimos...”).

Mientras tanto, los otros cuatro apartados, los otros cuatro poemas-cardinales, surgen y funcionan a partir de ese primer llamado que inaugura y clausura, que es centro y periferia; así, además de un poemario, lo que tenemos y anteponemos a nuestra mirada y voz son los trazos básicos de un mapa esencial: umbrales y señales abiertas hacia el camino “a donde se llega”, pero también al “de donde se parte” (p.10). Por eso, continuando en el índice, es que resulta suficiente para estas secciones con titularlas bajo el cartográfico nombre de la Rosa de los Vientos: Norte, Sur, Este y Oeste (cabe agregarse o insistir acaso, que ninguno de los cinco textos ha sido firmado de manera particular por sus autores).

“Encerrado entre cuatro muros (al norte, el cristal del no saber, paisaje por inventar; al sur, la memoria cuarteada; al este, el espejo; al oeste, la cal y el canto del silencio) escribía mensajes sin respuesta, destruidos apenas firmados.” Hasta aquí, Octavio Paz; a partir de aquí, también, nuestro particular motivo de leer el material poético que hoy nos compete, puesto que la notable cercanía (mutua revelación) entre ambos discursos, permite discurrir con suficiencia y soltura por uno a través del aliento del otro a pesar de sus propias y evidentes diferencias, lejanías naturales en suma.

Andando, entonces, cada uno de los cuatro ejes fundacionales del paisaje, encontramos lo siguiente. “Norte”: “Es la hora del polvo / Hay un campo secreto / en lontananza / donde / nada se mueve / donde / hay un hombre solo / que se rompe”. Camino ignoto, peregrinación hacia el amanecer jamás visto, tránsito nocturno hacia la palabra, puerto de la noche y del silencio. “El hombre que camina / [...] / no sabe hacia dónde andar / intuye que ha de ser hacia el norte”. Escritura desértica, de voz árida y sedienta. Páramo baldío de palabras —perdidas, olvidadas, desconocidas— inaugurales: “A estas horas / en que la mañana / es un lobezno de la sed / [...] / en que el pensamiento de llegar / al destino / es un fruto / casi maduro / el viajero no sabe / que ha de detenerse / para que el norte / esté donde esté /  comience a despertarse.” Piedras, espinas, cactos, lajas. Desconcierto, revelación.

“Sur”: Fisura en la piel del olvido, grieta, soledad devastada, tiempo fracturado, memoria callada. “Se va perdido / [...] / La distancia es silencio / y nosotros voces”. Acaecer desconsolado, vacío, interminable: “...algún sentido debe haber en eso de ir todos los días, / toda la vida...” Viaje cotidiano, mudable y perenne abandonado a su destino sin suerte. Perdido. “Porque es lo mismo ya todos los caminos / [...] / viaja, / y piérdete.” Llamado sin respuesta, exilio, hueco, andanza silente y lejana, hoy y mañana, ayer y nunca: “Nadie te espera, / nunca vuelvas; / nunca vuelvas a ningún lado.”

Del “Este” podemos pensar que no existe, no hay tal lugar, ni siquiera tiene un nombre, y por lo tanto aún no hay nadie que lo llame, que lo habite, que lo recorra; su alfabeto todavía no es. Acaso sea tan sólo un hueco, un vacío bordeado por la noche, una ausencia, una distancia; un único instante de arribo y partida: “Llegar a un punto y partir / con la tierra en andas / y el mar enfrente esperando / los pasos de la fuga”. Acaso, por eso, también búsqueda y salida de todo y de nada. Pausa. Espejo. “Perseguir el amanecer /  para encontrar un mar / vacío”. En el Este no hay camino, ni hombre que lo invente o descubra. El poeta, sin embargo, lo reclama y ahí que nunca lo encuentra, que sólo halla el eco de su pregunta, su resonancia sin respuesta, su reflejo perdido en el mar o en el desierto, pues son el mismo: “Un desierto conduce / a otro desierto”. Entonces huir de todo lo que es y no es, de lo que está siendo y ha sido: “Situarse bajo la noche, / lejos de la ciudad / y de la tierra, / cerca de la distancia, / del horizonte”. Fuga antes del alba.

“Oeste”: Canto a la saudade, a la memoria y sus recuerdos abandonados una noche que también se escapa. Canto a un mundo muerto, a un silencio que ensordece y una palabra impronunciable. Canto a un canto que es polvo y sangre, a un amor vejado y un nombre horadado por la oscura luz de este lugar donde no amanece: “Ayer que sabía el nombre de las cosas, / Ayer que vi gente andar hacia el oeste, / Ayer que no sabía esta oscura palabra / que la sangre cubre. / Ayer que no sabía del oeste la noche, / Ayer…” “Alguien que yo conocí pero olvidé su nombre / Y ahora en su noche es polvo, es nada, es tierra, es tiempo, / es árbol, es mierda, es polvo, es polvo, es muerte, es muerte.” Nada queda del Oeste, sino su propio canto, roto, desgarrado: “Hablen, hombres que viajan al oeste”.

De naturaleza geográfica y polifónica, de respiración a veces desesperada y otras contemplativa, de aliento oscuro y luminoso a la vez, Al frío de los cuatro vientos es de este modo una notable obra inaugural para sus autores en este ámbito desconocido en nuestra lengua, pero también para la escritura poética mexicana e hispanoamericana del siglo que inicia.

 


Christian Barragán (Ciudad de México, 1985). Poeta y crítico literario. Actualmente realiza estudios de Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México, y trabaja compilando la obra periodística del crítico e historiador de arte Horacio Flores-Sánchez. Es miembro del Comité Lector de IBBY-México y del Consejo de Redacción de la Revista de Literatura y Gráfica Viento en Vela. Ha publicado en las revistas Alforja, Punto de partida, Literal, Palestra y La Jornada Semanal, suplemento cultural del diario La Jornada. Es autor del poemario El oscuro oleaje (inédito).

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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