Hay ciertos músicos, pocos, que han logrado lo que un sistema político cada vez más caótico no ha hecho en México: la democracia.

El vestíbulo del Auditorio Nacional es una plétora de sonrisas en la húmeda noche septembrina que se alumbra con el tricolor decorado de la fachada de uno de los edificios de mayor arraigo en el show bussines de nuestro país. Por supuesto que se notan las diferencias, bolsas de marca y vestidos muy bien cortados que dejan la justa discreción de un escote, compiten con relojes de imitación y la ropa deportiva que desbordan algunas de las asistentes.

Pero esta noche nadie mira por encima a nadie, la alegría hermana, el reconocerse en las mismas canciones da la seguridad de pertenecer a esa gran familia de la que por años hablaron Raúl Velasco y Jacobo Zabludovsky: la gran familia mexicana, que en los hechos nadie conoció. Ahí está hoy, lista para escuchar a uno de sus hijos pródigos, ahí están las niñas guapas que se saben miradas y de pronto aprietan un poco más los pasos para coquetear con las piernas; allá los tíos que entre semana malencaran a los clientes y hoy sueltan algún chascarillo sobre lo que están a punto de ver; más acá la abuelita que no quiso salir con andadera y se le cuelga a dos nietos que no disimulan la cara de vergüenza mientras causan ternura en un par de edecanes que sonríen entre sí; también vino la tía de traje sastre, siempre el mismo, con las costuras siempre a punto de ceder; hasta los pequeños primos cuya emoción por desvelarse y caminar por las estructuras metálicas del Auditorio no se disimula en largas carreras y gritos.


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La nación toda bajo un mismo techo. No se acuerda nadie de los cláxones del Paseo de la Reforma ni de la lascivia de abordar el metro. México es una fiesta y a ella acuden los ciudadanos con la puntualidad que no se presume en trámites ni diligencias cívicas. El aforo es casi total. La primera planta se ha terminado de acomodar entre tubitos de neón que esperan para seguir algún ritmo; hay barullo en gayola, las lámparas de las señoritas acomodadoras trazan los caminos de los espectadores, castañean las monedas en sus manos.

Media luz en el foro. En tanto los músicos acondicionan el audio, todo parece una prueba de sonido, eso sí, muy marcadita, muy acompasada. No hubo tercera llamada; y si hubo primera y segunda nadie se percató. Como después de merendar conchas con nata, aquí todo es plática.

Afuera, septiembre llueve sobre Chapultepec, pero dentro del Auditorio no hay sombrillas ni gabardinas mojadas, sólo expectación. Y entonces, casi como tramoya, como improvisando, como si no fuera una rutina repetida noches y noches, aparece Juan Gabriel.

El aplauso tarda en sonar porque de pronto los ojos no creen y su voz aún no se escucha. Cuando comienza a cantar tampoco se escucha porque ya todo son palmas chocando, gritos, silbidos piropeantes y luego, silencio. Nadie reconoce la canción con la que empieza el concierto, pero de pronto todos la corean y, como en plaza de toros, los pañuelos blancos aparecen para no dejar solo al artista durante ésta, su noche.

"Buenas noches, gracias por estar aquí", dice el cantante acentuando agudamente los finales de frase, para arrancar gritos, aplausos, una porra. "Nos vamos a divertir, miren cuántos músicos, miren cuánta gente, aquí en el Auditorio Nacional, celebrando treinta y ocho o treinta y cinco años de carrera, ya no me acuerdo." Y es que no necesita acordarse, ha estado toda la vida ahí, en el radio de la vecina y en el tocadiscos de la casa, en los musicales de la televisión y en los puestos del tianguis. Pocos mexicanos se acuerdan del mundo sin Juan Gabriel, si acaso eso ocurrió en algún tiempo.

El escenario se confunde con una tienda de electrodomésticos: pantallas de todos tamaños donde aparece un carrusel de imágenes: ondas púrpura, secuencias de verde y azul, todos los ángulos del cantante, close ups a los músicos durante sus solos. El desborde de tecnología apenas se equilibra; Juan Gabriel, con su traje verde pistache, holanes en el cuello y los puños de la camisa y zapatos blancos de plataforma, está en la mirada de todos. Por eso tampoco importa que más de veinte músicos y coristas brinquen y bailen atrás, vestidos de blanco con sombreros playeros: “cuando te tuve,/ caray,/ cuando te tuve”.

cronica-tu-estas-biograf.jpgUna mesita alta detiene copas y vasos. Terminará la noche sin que nadie adivine su contenido. El cantante recurre a ellos y los alterna indistintamente, brinda con el público, se derrama el contenido mientras baila.

Juan Gabriel ha compuesto más canciones de las que cualquiera pueda imaginar, un alto porcentaje de lo que programan las estaciones de música en español en nuestro país es producto de la inspiración del michoacano. Cada que comienza una nueva pieza, algún murmullo pregunta "¿a poco ésta también es de él?". Y sí, también es de él, aunque muchas de sus creaciones las conozcamos por otros intérpretes. Así sorprende con "Mañana, mañana", "Eres divina", "No discutamos" que una vez escuchadas en su voz y con su orquesta suenan tan a Juan Gabriel, que se hace obvia la autoría.

Si hay una combinación más patriótica y mexicana que la ensalada de nopalitos con jitomate y queso fresco, ésa es la de Juan Gabriel y un mariachi; y si ese mariachi trae treinta violines, mejor. La fiesta nacional se apodera del escenario, los pasillos del Auditorio son tomados por los músicos que parecen haber dejado sola la plaza de Garibaldi para venir a hacerle segunda a uno de sus compositores favoritos.

Comienza, entonces, un homenaje a otro de los grandes. Con un medley en el que los metales desafinan, opacando a la tropa de violines, José Alfredo Jiménez se hace presente para recordar lo respetable que es septiembre. Por primera vez sus canciones suenan a celebración, Juan Gabriel hasta las baila, brinca y manda besos como si aventara serpentinas en un cumpleaños infantil.

Ahora la noche es un hervidero de aplausos, el aforo poco a poco se convierte en desaforo. “Gracias”, grita Juan Gabriel al terminar cada canción con un gesto que no termina de ser bendición papal ni conjuro de curandero del Mercado de Sonora, pero que arranca más aplausos, más gritos, más silbidos: “Ahora sí, como dijo Elvis Presley, thank you”.

Llegan las baladas y las lágrimas se adivinan en el silencio que deja escuchar los desafines de la orquesta, no pocos, pero la expresión del cantante lo salva todo, no hay reproches ni metáforas, las canciones son francas y siempre despiertan la alegría, por eso la emoción es más cercana al alivio que al deseo de venganza, nadie cierra los puños, los que siguen a soto voce las letras alzan las palmas en un ruego:

 

…hoy que tú estas conmigo
yo no sé si está pasando el tiempo
o tú lo has detenido
así quiero estar por siempre…

El primer piso es una parcela de pañuelos blancos, apenas un hombre de proporciones juangabrielescas y pinta de estilista se levanta a dialogar con el escenario, desde donde las pantallas ahora muestran una caída de agua como de promocional turístico de Hidalgo o Chignahuapan.

Con un popurrí y una secuencia de fotos, Juan Gabriel recuerda, rinde homenaje y sella para siempre su amistad con Rocío Dúrcal:

 

yo necesito saber
quiero saber
si me amas tú
si me quieres tú
si puedo ser tu amor
necesito amor
quiero ser de ti
te puedo hacer feliz
si me dices sí.

Y de pronto todo es un trópico musical, los músicos bailan en hilera como en boda de salón, los coristas brincan disonantes y Juan Gabriel baja y sube del pedestal del micrófono, da vueltas con la cadera alzada, se despoja del saco, improvisa coplas reggaetoneras, toma el líquido de algún vaso y agradece, agradece y aplaude: “son muy pocos besos/ muy pocas caricias/ para un enamorado”.

No hay tiempo para entrar en situación: se pasa de la euforia a la nostalgia de canción en canción. Ahora suena “Amor eterno” y el recuerdo de Acapulco se convierte en el himno al nacional edipismo, el más democrático de los sentimientos de nuestro pueblo. A Juan Gabriel no se le escurre ninguna lágrima o las disfraza muy bien con el sudor. Por si algo le faltara a la noche, una de las coristas comienza a caminar como Cihuacóatl antes de la Conquista en medio del escenario, nadie comprende el happening, es como si de pronto apareciera la madre que todos buscamos, pero de la nada suelta un alarido que intenta disfrazar de acompañamiento vocal que arranca al respetable un incomprensible aplauso.

cronica-tu-estas-lasnoti.jpgJuan Gabriel une en la alegría, pero también en el aprecio a la música de fácil interpretación, a los arreglos ostentosos y la barroquería de un escenario de horror vacui. En cada celebración a un gallo, a una trompeta desafinada, a un solo fantoche de guitarra, se adivinan las clases de música en la secundaria, los conciertos vacíos de la Sinfónica Nacional, los stocks llenos de música de concierto. La unidad en el mínimo esfuerzo alboroza el corazón de los presentes, que, si Mitofsky lo permite, es una muestra del universo nacional.

“Perdona si te hago llorar/ perdona si te hago sufrir/ pero es que no está en mis manos, me he enamora´o”, los versos anuncian el final, los coros avientan notas mesiánicas, la orquesta termina sus frases en trémolos y crescendos, el público aplaude de pie, porque no hay otra manera de aplaudirle a Juan Gabriel, no ahora que es su fiesta y que, si por él fuera, continuaría hasta el amanecer.

La luz general se enciende para avisar que es tiempo de partir, no bien se ha retirado Juan Gabriel cuando el Auditorio se desaloja para comprar sudaderas y caballitos tequileros con la efigie del artista. En la sonrisa de la media noche aparece, otra vez, la democrática música, por un rato todos se cuidan al cruzar la avenida, no hay enojo en la fila del estacionamiento, aunque mañana, bueno, “ya será un día muy triste”.


Ilustraciones:
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www.biografiasdecantanteslatinos.blogspot.com

Luis Téllez-Tejeda (Naucalpan, México, 1983) es poeta, cronista y editor. Estudia Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado poesía en los libros colectivos Crimen confeso (Daga, 2003), Espacio en disidencia (Praxis, 2005), Al frío de los cuatro vientos (Instituto Mexiquense de Cultura, 2006) y Los mejores poemas mexicanos (Joaquín Mortiz; FLM, 2006); en las revistas Viento en vela, Literal Punto de partida; en el suplemento cultural Arena y el periódico Unomásuno. Ha publicado reseñas y artículos en Libros de México, El bibliotecario, Solario y Punto de partida. Es editor del boletín sobre literatura infantil-juvenil y promoción de lectura Puntos y líneas, coordina el área de publicaciones del capítulo México del International Board on Books for Young People. Imparte talleres de creación literaria para niños de poblaciones vulnerables dentro del programa Alas y Raíces del Conaculta. Ha participado en diversos congresos en México, Brasil y Cuba.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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